Un tranvía llamado deseo. Teatro Español.


Nueva Orleans es una ciudad atípica en Estados Unidos y conocida por su multiculturalidad, sus ritos vudúes y por ser la cuna del blues y el jazz. Uno de los últimos proyectos televisivos de la productora HBO ha sido precisamente mostrar el sentir de esta ciudad en los meses post-Katrina. La serie se llama Treme, en referencia a uno de los barrios musicales de Nueva Orleans, y en ella se enseña el carácter de una población desinhibida (en parte por esa mezcla de calor y musicalidad) que trata de recomponerse tras los efectos del huracán.

Como sureño, Tennessee Williams conoció bien Nueva Orleans y en ella decidió localizar uno de sus mejores dramas, Un tranvía llamado deseo, que ya sólo por el nombre destaca como obra clave del teatro contemporáneo. Probablemente creyó que un personaje fuertemente sensual, auto-destructivo y totalmente alcoholizado sólo podía habitar en este sur mágico, en el que libertad y destrucción se mezclan.

Mario Gas ha osado revivir esta obra tan conocida. Osadía es enfrentar al espectador con un antecedente cinematográfico icónico y seguramente insuperable. La versión de Kazan no sólo ofrece imágenes inolvidables de la historia de cine, sino que contó con dos bestias actorales, Marlon Brando y Vivien Leigh. Brando hipotecó al personaje con su presencia física y su desbocado método, mientras que Leigh hechizó con su acento sureño. Los coqueteos de Dubois recordaban al esplendor de otra chica sureña de una finca llamada Tara. Blanche podría bien ser una Escarlata destronada. Pero ante todo, Dubois es una personaje carnal, destruido por sus fantasías y su adicción al alcohol, algo que la actriz inglesa conoció muy bien en esos últimos años de carrera.

En 2004, Arthur Miller prologó una edición del texto de Williams y en ella advirtió que la caricatura ha acabado siendo el destino de gran parte de las representaciones que se han hecho después de la película de Kazan. Los personajes de la obra, advierte Miller, “se han convertido en figuras de piedra con ojos en mármol”. Pues bien, volviendo al montaje de Gas, evidentemente el director de escena no logra lo extraordinario, y su montaje no compite con el cinematográfico. No es de reprochar. Sí lo es, sin embargo, que no alcance la altura de sus últimos proyectos en el Español, como la remarcable puesta en escena de Muerte de un viajante o el magnífico musical Sweeney Todd.

Siendo un montaje muy correcto y con una interpretación de enorme altura, la de Vicky Peña (cómo no), la representación no llega a emocionar. Fallan detalles como el vestuario. Los trajes y accesorios de Blanche deben rozar la cursilería, incluso la ridiculez, como lo hace siempre la vestimenta de las personas que no asumen su edad o su realidad. Con Vicky Peña no se echa en falta este detalle porque su actuación lo puede todo, pero no debería ser así. Fallan también las intervenciones de algunos actores de reparto: la enfermera y el compañero mexicano de póquer están sobreactuados. Y finalmente Ariadna Gil se limita a dar una interpretación llana de uno de los personajes centrales de la obra. Stella Dubois se debate entre dos fuertes afectos. Es apasionada y sumisa, pero esta dualidad no se acaba de percibir en el papel que ofrece la actriz española. Su referente cinematográfico, es cierto, es también poderoso: la actriz Kim Hunter obtuvo el Óscar por su papel de Stella.

Es justo hacer referencia en párrafo aparte al meritorio trabajo de Roberto Álamo en el papel de Stanley Kowalski. En momentos de la obra, su aparición en escena inquieta, lo que significa que ha logrado transmitir la violencia del personaje. Por su parte, Alex Casanovas está fantástico en su papel de Mitch y su escena de borrachera compartida con Dubois es uno de los grandes momentos de la representación.

Finalmente, y como objeto de alabanza: Vicky Peña. Un tranvía llamado deseo es la historia de una visita incómoda y desestabilizadora, la de Blanche Dubois. Es la tragedia de una mujer herida y con fuertes debilidades que acaba siendo empujada a un final dramático por la sociedad que la rodea. La obra de Williams es, sin duda, la construcción de uno de los mejores papeles dramáticos del teatro del siglo XX. Y aquí Vicky Peña luce y saca poderío. Ella es Blanche. Repele cuando coquetea con adolescentes aniñados y conmueve con sus ensoñaciones autodestructivas de millonarios tejanos. La interpretación de la actriz catalana es, hay que repetirlo, el gran aliciente para ver este montaje que, por lo demás, se mueve dentro de la corrección.


La clá

http://www.lacla.es

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Un tranvía llamado deseo. Teatro Español:

http://www.teatroespanol.es

Imágenes:
Ariadna Gil y Roberto Álamo en un momento de la representación.
Imagen por cortesía del Teatro Español.

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