La animación es uno de los productos audiovisuales que, junto con las series de televisión, más impulso han recibido en los últimos años. En contra de lo que pueda parecer, son proyectos muy costosos, pese a que en algunas ocasiones no cuenten con el gran caché de intérpretes. Esta inversión inicial se puede ver luego compensada con una más rentable explotación de la obra. Los dibujos animados son más universales, y por ello pueden ser más exportables que una serie ambientada en la España dieciochesca. Con las series de animación se distribuye el producto original, mientras que en algunas series se vende simplemente el formato. El otro gran filón de comercialización de las series de animación es el conocido negocio de “licensing” o licenciamiento. Se autoriza el uso de los personajes para crear productos derivados de lo más variopintos: mochilas, libros, videojuegos, aplicaciones móviles, juguetes, etc.
Y, por supuesto, los dibujos animados también se han adaptado al teatro. Por estadística, ha sido más frecuente el fenómeno inverso: la conversión de una obra teatral en película. Hay miles de ejemplos (La huella, La soga, etc.).
El hecho de llevar un personaje infantil al teatro pueda compararse con los fenómenos de masas que son en ocasiones los conciertos musicales. El ídolo infantil se materializa (por decirlo de alguna forma) y puede ser aplaudido por entregados niños.
Precisamente los dibujos animados suelen elegir como género escénico el teatro musical. El más exitoso de todos es “Annie”, estrenado en 1977 en Broadway, y que todavía hoy sigue representándose. Uno de los últimos taquillazos ha sido “El rey León”, que puede verse incluso en la Gran Vía madrileña, o “La familia Addams”, estrenada en 2010 y que tuvo un gran éxito en Broadway o Los Ángeles (ver crónica de La clá en este enlace).
Los últimos ídolos infantiles, Bob Esponja, Pocoyó o Peppa Pig, han sido llevados al teatro en producciones menos sofisticadas. En parte porque el público infantil al que van dirigidos tiene una corta edad, lo que en el argot televisivo se llama “preschool series”, es decir, producciones dirigidas a niños entre 0 y 3 años. Son espectáculos que intercalan números musicales pero la calidad de éstos es muy desigual. En el caso de Pocoyó, la música original de la serie compuesta por Nahúm García y Dani Heredero, mejora con mucho a sus competidoras.
El espectáculo de Peppa Pig, que está de gira por España y que pudo verse en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife en junio, apuesta por los títeres, en vez de por grandes disfraces (corpóreos) con los personajes de la serie. La historia, que poco tiene que ver con las tramas habituales de la serie, se basa en una búsqueda de un tesoro. Los titiriteros y actores hacen un muy buen trabajo articulando y dando vida a Peppa, George, la Sra. Rabbit, etc. La anfitriona también anima mucho al público infantil.
Al espectáculo de Peppa Pig le falta, no obstante, llenar el escenario con más decorado. Incluso le vendría bien intercalar escenas originales de la serie a través de pantallas. En cuanto a la historia, poco tiene que ver con las aventuras habituales de Peppa, que no suele adentrarse en el mundo pirata. Libreto y música tienen poco gancho, y estas carencias las sufren al final los adultos que llevan a los niños al espectáculo.
Las adaptaciones teatrales de las series de animación actuales más exitosas son muy desiguales. Deberían mejorar la historia, intercalar escenas originales de las series y mejorar la interactuación con el público (quizás a través de redes sociales). La música además se puede convertir en monótona. No es el caso de Pocoyó que, en su versión teatral, pidió prestados los grandes números musicales de la serie.
Volviendo a Peppa Pig, lo mejor del espectáculo fue el número dedicado a uno de los grandes temazos musicales de la serie: la canción del Bong Bing Boo.
La clá
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Teatro Guimerá:
El espectáculo de Peppa Pig: