La nueva dramaturgia francesa se distingue por haber consagrado un género: la comedia de salón. Escenas intimistas burguesas que se desarrollan en encuentros sociales entre cuatro paredes. Buen ejemplo son “La cena de los idiotas” de Francis Veber o “Un dios salvaje” de Yasmina Reza. Se trata de tragicomedias de diván en las que afloran, a través de los desencuentros dialécticos de los protagonistas, las miserias de la clase media.
En cine el gran maestro de este género ha sido Woody Allen, director que ha expuesto las relaciones de pareja y afectivas de una generación culta que nació en la posguerra (y a los que se conoció como los “baby boomers”).
Ahora toca el turno de diseccionar a las nuevas generaciones, es decir, a aquéllos nacidos entre las décadas de los sesenta y setenta y que han crecido en un entorno laboral activo, con un mundo en plena globalización y bajo nuevas formas de convivencia social.
En 2010, los dramaturgos y guionistas Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte estrenaron el que ha sido uno de los montajes de mayor éxito en Francia. « El nombre » es la historia de una cena entre familiares y amigos en el que un debate sin importancia (el futuro nombre del bebé) dará pie a una serie de equívocos, sorpresas y recriminaciones. No es casualidad que los dos autores hayan nacido en 1971, sean de profesión liberal, casados, y con hijos. Todos estos rasgos aflorarán durante las conversaciones que tienen lugar durante la cena con sabor marroquí.

Alexandre de La Patellière y Matthieu Deporte. Fotografía de Manuel Braun para el diario Libération.
En una entrevista al diario francés Libération, los dramaturgos franceses explicaron su forma de escritura. « El nombre » fue una pieza gestada en colaboración, pero no a cuatro manos, sino utilizando la técnica de confrontación. Cada autor compone parte de la trama y luego en las puestas en común van ensamblando las piezas.
En cifras, « Le Prénom » ha sido una máquina de sorpresas. A su éxito teatral en Francia le siguió la adaptación cinematográfica que resultó en cinco nominaciones a los premios César y millones de entradas vendidas en taquilla.
Aquí en España también ha dado grandes alegrías. “El nombre”, en montaje del director Gabriel Olivares, repite temporada en el Teatro Cofidis Alcázar. La clave del éxito es un texto finamente españolizado por el que sería el equivalente de Patellière y Delaporte en nuestro país, el dramaturgo Jordi Galcerán (autor de los grandes blockbuster de la cartelera, entre ellos “El método Grönholm”, “Burundanga” o “El Crédito”).
Por supuesto, no hay grandes diferencias entre una familia profesional media que vive en París, y una que vive en Madrid o Barcelona. La gracia de la versión de “El nombre” es que la reescritura de Galcerán ha cubierto de una pátina de guiños locales los ya de por sí divertidos diálogos de la obra original.
El resto lo aportan un grupo de actores muy populares (es decir, televisivos), que demuestran versatilidad sobre las tablas. A la cabeza una gran amante del teatro, Amparo Larrañaga, y acompañándola Antonio Molero, César Camino y Kira Miró. El actor Fran Nortes interpreta ahora el papel principal de Vicente, dando un aire perfecto al madrileño “crecidito” que presume de coche, trabajo y mujer. Antonio Molero desborda naturalidad y Kira Miró acierta en la actitud un poco circunspecta (o más bien a su bola) que muestra en toda la obra. César Camino es uno de esos raros actores que irradian una cosa que aún no he descubierto si viene de fábrica o se construye. Me refiero a la vis dramática que acompaña a los mejores cómicos: la tenía Jack Lemmon, Alfredo Landa y Manuel Alexandre.
En el transcurso de la velada todos ellos se verán obligados a pasar de escenas cordiales y simpáticas a otras más conflictivas. Todo se desarrollará en un piso vestido para la ocasión por el escenógrafo Joan Sabaté, replicando la bonita y desordenada casa que se mostró en la película. Este desorden de estancias también habla mucho en la obra y es algo que particularmente admiro del cine y la cultura franceses. En un milenio de blanqueamientos dentales, toxinas botulínicas y diseño sueco, los franceses siguen defendiendo la arruga y las casas con un aire alegre, decadente y vivido. Sabaté ha entendido que las estanterías desordenadas, los dibujos de los enanos pegados por la casa, la puerta típica de casa céntrica madrileña, son todos aspectos esenciales del clima de la obra.
Es una alegría recomendar una buena obra de teatro comercial sin ningún tipo de pudor. “El nombre” es una obra hecha para la generación nacida entre finales de los sesenta hasta principios de los ochenta. Es una llamada para que ese público corra a verse retratado en esta historia corriente y divertida.
La clá
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El nombre. Teatro Cofidis Alcázar.
Imágenes de la obra por cortesía del Grupo Smedia.
Imagen de Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, por el fotógrafo Manuel Braun para Libération.