
«Parsifal» por Rogelio de Egusquiza. Museo del Prado
Este mes finaliza la temporada operística del Teatro Real, con los fastos conmemorativos de su 200 aniversario. La ópera es un género extraño que combina prácticamente todos elementos de las artes escénicas. La música es lo primordial pero en sus composiciones hay mucho de género dramático. Este factor lleva a que los cantantes de ópera deban curtir sus dotes interpretativas. Para el aficionado teatral, la ópera debe ser un encuentro continuo. En ella suceden cosas que no siempre ocurren en las tablas escénicas.
Gracias a la invitación de un buen compañero, tuve la oportunidad de acudir al ensayo general de Parsifal, justo antes de su estreno allá por abril. Son esos regalos que a veces caen y que uno tiene la suerte de disfrutar. Un ensayo general suele ser un montaje de la representación casi idéntico al real, con una diferencia. Sobre el patio de butacas continúan colocadas las mesas de regiduría, y allí se puede ver a los directores y técnicos comentar determinados pasajes. Incluso alzar las manos con algo imperceptible que no debe ser de su agrado.
Parsifal es la última ópera del maestro Richard Wagner, que la escribió como síntesis de su legado artístico. Basado en un poema medieval, el libreto es una compleja historia que usando la trama artúrica de la búsqueda del Grial, ofrece una versión sobre el viaje hacia la expiación. La narración transita entre lo litúrgico, lo mítico y la abstracción, con unos coros (típicamente wagnerianos) que mueven rápidamente hacia exaltación religiosa.
La historia de Parsifal tiene muchas sub tramas. Desterrada durante tiempo por su asociación con el nazismo, fue previamente criticada por el filósofo Nietzsche por su carácter grandilocuente.
Hay que recordar que Parsifal viene con anécdota jurídica incluida. El músico alemán quiso que esta ópera sólo se representase en el festival de Bayreuth que estaría dedicado a su música. Wagner escribió al rey Luis II de Baviera al respecto: “Allí, y solo allí, podrá ahora y siempre, representarse Parsifal. Jamás será ofrecido en otro teatro como diversión para su público”. Curiosamente, justo al filo de la caducidad de los derechos de la obra, el 31 de diciembre de 1913, a las diez y media de la noche, treinta años después de la muerte del compositor, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona la estrenó antes que el resto de los teatros de Europa, amparándose en la diferencia horaria entre España y Alemania.
La obra ha tenido una historia rica de seguidores en las artes literarias y plásticas. Son muchos los pintores que hicieron una interpretación del mito operístico. Es fácil encontrar pasajes de la obra pintados por los artistas románticos, grandes admiradores de la leyenda artúrica. Un español, Rogelio de Egusquiza (Santander, 1845 – Madrid, 1915), cuya obra puede verse en el Museo del Prado, dedicó obsesivamente parte de su producción pictórica (dibujos, grabados y lienzos) a Parsifal. Otro el ejemplo, es el de uno de los pintores contemporáneos más influyentes, el alemán Anselm Kiefer, que dedicó una serie al personaje wagneriano, representado en la lanza clavada sobre el suelo veteado de un angustioso ático de madera.
Para un director escénico representar Parsifal es un reto que permite multiplicidad de interpretaciones. El montaje para el Teatro Real (a cargo de Claus Guth) surge de una estética de principios del XX, con alusiones a la decadencia de los años veinte, la Gran Guerra y un sanatorio psiquiátrico. Todo ello mostrado en un escenario giratorio que se mueve con los actos. Una de las escenas de mayor belleza estética es la del coro sobre las escaleras que sugiere la imagen del famoso cuadro “La Escalera de Oro” del pintor prerafaelita Burne Jones y que puede admirarse en la Tate Gallery en Londres.

The Golden Stairs 1880 Sir Edward Coley Burne-Jones, Bt 1833-1898 Bequeathed by Lord Battersea 1924 http://www.tate.org.uk/art/work/N04005
La ópera, al igual que la zarzuela, es un lujo para los sentidos de quienes admiramos los montajes escenográficos. Con una arte, el de la puesta en escena, casi desterrado por la crisis, es un deleite acudir a una representación en el Teatro Real o en el Teatro de la Zarzuela, donde reaparecen escenarios arquitectónicos irreales, y otros trampantojos.
La clá
*
Imágenes de Parsifal, cortesía del Teatro Real. Fotógrafo: Javier del Real.