Intemperie es el título de la obra que mañana estrena el Pavón Kamikaze en su ambigú. Nada tiene que ver con la novela de Jesús Carrasco. En la obra escrita por Cristina Redondo y dirigida por Laura Ortega, no son un chico y un pastor los que deambulan por un terreno sin cobijo, son dos hermanos, Nita (Andrea Trepat) y Johny (Juan Trueba), quienes irán sumergiéndose en un tortuoso viaje de recuerdos hacia la infancia, en el que tampoco encontrarán cobijo.
Nita y Johny llevan años sin relacionarse, sin verse. Dejaron de hacerlo salida la adolescencia. Ella huyó a otro país, y ahora, unos quince años después decide llamar a su hermano y quedar con él. La obra arranca con recuerdos tontos de niños, y con poca energía. Se entiende, porque la historia se ha puesto en marcha con un velocímetro particular. Necesita que los hermanos se husmeen y se reconozcan antes de entrar a sacudirse.
Pronto empiezan a salir los recuerdos dolorosos, y detrás del escaparate de familia idílica, se esconde el horror. Un personaje que no aparece, el tío Lucas, se convierte en una figura oscura que enmascara un terrible secreto que no se cuenta, pero que se intuye.
Intemperie no es una obra cómoda de ver. Durante la hora y cuarto de representación, el espectador siente el desasosiego de quien avanza por una cueva cada vez más oscura. En un momento dado Nita explica (en relación a un cuadro con desnudos explícitos al estilo de Lucian Freud o Francis Bacon) que hay un tipo arte que produce repugnancia y rechazo, y que sin embargo es contemplado como obra de arte. Esta toma de postura es la que la autora Cristina Redondo ha elegido al escribir Intemperie. La diferencia con un cuadro, es que cualquier representación escénica es capaz de intensificar el rechazo hacia el horror, rozando más fácilmente lo intolerable.
La obra, a dos, gira en torno a los hermanos. Andrea Trepat tiene frescura y es capaz de cautivar desde el inicio. Su infantilismo desmedido pronto irá desdibujándose de la cara, como si se tratase de una pose inicial. Pasa así de niña a mujer, siguiendo el ritmo que requiere la historia. La misma simetría, aunque con un punto más apagado hacia el principio, muestra Juan Trueba. Arranca siendo un personaje de contra réplica. Quien interesa es ella, pero Johny poco a poco irá capturando el interés, de nuevo al son de los recuerdos que florecen. Los dos juegan papeles difíciles que capturan con aplomo y valentía en los pasajes más abruptos.
En cuanto a la puesta en escena, está medido el ritmo de subida, pero quizás ciertos movimientos escénicos requieran menor intensidad.
Por la voracidad de la historia y la involucración de los intérpretes, Intemperie es una obra para espectadores con aguante para lo crudo, para la repugnancia, para el desosiego.
La clá
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Teatro Kamikaze. Intemperie.
Imágenes cortesía del Teatro Kamikaze.