En los años noventa, en el colegio en que hacía el bachillerato, el profesor de historia decidió saltar los capítulos reservados a la Guerra Civil Española. Dijo que no los enseñaría, que causaban demasiados problemas en clase. Años antes, amigos españoles de un colegio americano en Madrid, estudiaron durante todo un curso académico este episodio de la historia de España.
Nuestra sociedad parece que es temerosa, en ocasiones, del análisis histórico y social, como también lo es en general nuestro teatro. Pocas compañías producen obra de crítica social que hable del paro, el terrorismo, la crisis migratoria o la corrupción política. Se tratan más los conflictos de tipo familiar, de tono más moderado. Curiosamente nuestro cine sí se ha atrevido con temas más espinosos, pero parece que la experiencia teatral es mucho más dolorosa e impresionable (como en efecto, lo es).
Sin embargo, cuando se monta en escena alguna producción más arriesgada por su tono social, el público reacciona bien. Quizás sea cuestión de ir poco a poco, educando a una sociedad cada vez más adulta, capaz de emplear su ocio libre en experimentar temas incómodos.
La periodista Victoria Prego y RTVE tuvieron la valentía, en el año 1995, de emitir un documental que se inició con el asesinato de Carrero Blanco y que documentó los años de la transición española. Tratando temas controvertidos, y que generaban no pocos sentimientos en las familias que se sentaban frente al televisor a verlo, el programa se impuso como un ejercicio periodístico e informativo sobre los hitos que marcaron estos años de virulencia política. Su triunfo se debió en gran parte al punto de vista objetivo y aséptico con el que se realizó la labor historiográfica.
Algo parecido ha realizado el canal de televisión Discovery, con la emisión de un programa imprescindible, “España Dividida: la guerra civil en color”, que narra precisamente la Guerra Civil Española. La novedad, en este caso, ha sido dar tratamiento digital de color a los archivos fílmicos que se conservan, logrando con ello un impacto superior al que teníamos al contemplar imágenes de guerra. El documental es muy recomendable y puede verse en la página web del canal DMAX a través de este enlace.
Siguiendo esta línea, uno de los más reputados directores teatrales, Lluis Pasqual, se ha empleado en montar en escena el episodio más cruento de la guerra, la batalla del río Ebro, y uno de los más vergonzantes actos del bando republicano, el reclutamiento de jóvenes de dieciséis años para su envío al frente de batalla. Estos treinta mil jóvenes fueron apodados como “La quinta del biberón” por la ministra anarquista Federica Monseny.
El montaje teatral está hecho a base de imágenes históricas que se proyectan sobre el fondo, entrelazadas entre escenas, y con el acompañamiento hilvanado de un grupo musical formado por violines, violonchelo, palet clave, órgano y voz, interpretando “Ah, dolenti partita” de Claudio Monteverdi. La narración corre a cargo de seis actores de La Kompanyia Lliure, que intercalarán narración histórica con interpretación de los propios soldados, desde su reclutamiento hasta su muerte en trincheras.
La propuesta de Pasqual documenta la miseria de un bando fragmentado, el republicano, incapaz de admitir la derrota ya avanzada la guerra, manteniéndose bajo las consignas de resistencia proclamadas por José Negrín o La Pasionaria. Del otro lado, se presenta la inclemencia de los vencedores que, dirigidos por el General Franco, alargaron innecesariamente la guerra dejando a un país en estado de extenuación. Las víctimas de este episodio, muestra Pasqual, fue una población catalana que acabaría exiliada o en campos de concentración. Para darle mayor hondura, el montaje en Madrid en el Centro Dramático Nacional, se realiza en versión bilingüe (catalán – español).
Pues bien, de este ejercicio de retrospección histórica, resulta un espectáculo extraordinario, que alcance una brillantez absoluta en su puesta en escena. Parte de ese resultado victorioso es la exhibición de las miserias de los dos bandos enfrentados, ensalzándose como un grito absoluto hacia la guerra. Esconde también el montaje una reflexión hacia el enfrentamiento político actual sobre la cuestión catalana.
Junto con una escenografía bélica que va de menos a más, se encumbra esta obra gracias a la capacidad interpretativa de seis actores de La Kompanyia LLiure: Joan Amargós, Enric Auquer, Quim Àvila, Eduardo Lloveras, Lluís Marquès y Joan Solé. Los intérpretes escenifican el reclutamiento de los imberbes soldados, la vida en trincheras, el miedo y el hambre, los enfrentamientos cainitas, el dolor, la persecución política y la miseria.
Tal es la potencia de algunos relatos, que es apenas imposible contener el nudo en la garganta o las lágrimas en los ojos. Así lo es cada vez que aparece un emocionante y poderosísimo Eduardo Lloveras. O cuando Enric Auquer surge ensangrentado y herido de muerte. El relato de la deserción y escapada al pueblo de Joan Solé es vivísimo. Al igual que los testimonios de libreta, las poesías o la búsqueda desesperada de leche condensada.
El único “pero” a esta producción, en su versión para el CDN, es el marcado acento catalán que se usa por parte de los actores en el arranque de la obra. Es suprimible. El montaje ya ha apostado certeramente por mostrar una versión bilingüe, por lo que no es necesario este subrayado.
De “In memoriam. La quinta del biberón” sale reforzado el convencimiento de que el público teatral está preparado para obras más directas y dolientes. También la gratitud hacia un teatro, el catalán, que sigue haciendo cantera de actores y producciones. In memoriam cuenta con seis actores en estado de emoción puro, y un director, Lluis Pasqual, que desprende una madurez creativa que sólo es posible admirar.
La clá
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Teatro María Guerrero.
Fotografías de Ros Ribas.