Enric Montefusco. Tata Mala. Teatros Canal, Madrid.

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Hay épocas en las que la vida se vive por períodos picassianos. Se pasa del azul al rosa en plan radical. Y haciéndolo, se abandona (momentáneamente) el teatro por la música. La voz pura de los actores se cambia por voces distorsionadas de micrófonos y altavoces que devuelven el sonido metalizado. La cabeza se inunda de ruido, puro ruido. Hasta que un buen día llega la vuelta al teatro a ver una rareza.

El cartel de los Teatros Canal anuncia a Enric Montefusco en una obra de teatro musicalizada hecha a propósito de su nuevo trabajo musical, Meridiana. Es la temporada de Àlex Rigola en la dirección artística, que ha tornado un teatro de programación tradicional en verdadero centro de artes escénicas. Entre los invitados a construir esta propuesta está el cantante Enric Montefusco, ex líder del grupo indie Standstill. Tiene nuevo álbum, Meridiana, que viene girándolo desde hace tan sólo unos meses. Lo más rompedor es que parte de su difusión pase por la creación de una propuesta escénica al borde de lo más vanguardista de las artes escénicas.

Lo último en teatro es integrar distintas disciplinas. Nada nuevo, en principio, pero lo es cuando se tiene la grandeza de dar protagonismo a todo por igual. Viendo Tata Mala de Montefusco se olvida que estamos ante un espectáculo de un cantante (de esos que normalmente fagocitan la atención del público).

Arranca la obra con una narración en micro de Sònia Gómez. Ella dará voz de arranque a la narración familiar en femenino, escrita por la joven dramaturga Diana Bandini. Los que admiramos las dotes técnicas de los actores, solemos aborrecer el micro. En ocasiones, la acústica de algunos recintos no deja otra opción. En Tata Mala el micro cumple función teatral. La voz amplificada hace que el relato familiar resuene en las cabezas y da una uniformidad estilística sonora a todo el espectáculo. Montefusco cantará algún tema de su disco que quedará perfectamente integrado en la acción dramática. El hito de este difícil ejercicio sonoro llegará casi al final, cuando hija y padre se enfrenten a golpe de micro (literal), culminando en la interpretación del tema “Todo para todos” por Montefusco.

Lo más sobresaliente de Tata Mala es la perfecta dirección escénica. Si la obra entra suave, con la historia familiar narrada a medio camino entre un cuento y un testimonio, va ocupando escena, a lo ancho y a lo alto. El grupo Falcons de Barcelona irá haciendo castillos humanos tradicionales, combinándolos con formas más complejas. La expresión artística del espectáculo alcanza su máxima expresión en la transición de los ejercicios estéticos y acrobáticos con la narración dramática. Todo, en esta obra, parece cimentar el mismo mensaje colectivo. Personas grandes, pequeñas, mayores, niños, orondos, delgados contribuyen a la creación de figuras en el aire. Cantante de éxito, dramaturga, actores, ilustrador (Rafa Castañer), músicos, bailarines, coreógrafa, unidos bajo un mismo propósito artístico, perfectamente sincronizados y unidos en una propuesta artística totalmente coral.

La producción que empieza sobria va manejando el sentido de crescendo de manera pautada, alcanzando varias escenas la emoción pura. Entre ellas, la danza individual (luego colectiva) del padre al son de Heart of Gold de Neil Young, la discusión dialéctica familiar con cierre de Todo para todos de Montefusco, el castillo final de los Falcons de Barcelona o las sillas en hilera con los artistas vendados.

La obra se presentó en el Grec y ha pasado como una pequeña joya por varios escenarios, entre ellos los Teatros del Canal. Ojalá se reponga porque merece estar en cartel un tiempo. Tata Mala demuestra que la expresión artística tiene múltiples lenguajes y que hay cabida para todos en un escenario teatral. Muy emocionante.

La clá

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Imagen por cortesía del Grec.