Un fin de semana en Londres es un sueño hecho realidad para los aficionados teatrales. Londres no es sólo cuna del punk y de la música pop, es sobre todo uno de los grandes epicentros teatrales. Está el West End, con los teatros que flanquean el barrio chino, con neones luminosos anunciando los éxitos de la temporada. Están los musicales alrededor de la estación de Victoria. Y, por supuesto, el Bankside, donde estuvo el Globe Theatre y su actual reconstrucción, el Old Vic y el National Theatre (por citar sólo algunos).
Conseguir entradas de teatro en Londres gira entre lo prohibitivo y lo imposible, según la función. Los que vivimos cruzando el canal de la Mancha tenemos que pellizcarnos cada vez que compramos localidades al precio que normalmente lo hacemos, porque lo cierto es que en cualquier gran ciudad del mundo, el teatro es un lujo al alcance de pocos.
Por suerte, para el aficionado teatral se ha hecho mucho más fácil conseguir buenas entradas en Londres con antelación. La reventa en las taquillas que proliferan por Londres no tiene por qué ser la única opción. Y la digitalización, como añadido, ha permitido un lujo que antes era raro: la posibilidad de elegir la butaca.
Tengan en cuenta, también, algunas costumbres como público aficionado. Lo del móvil apagado está bien enraizado en la cultura británica. Recuerden que están en el país de las advertencias y los “warnings”. No hay más que hacer la prueba: esté donde esté fíjese en los carteles que le indicarán todo lo que no debe o debe hacer, ya sea en el metro o en un supermercado.
Más comportamientos locales. A los ingleses les gusta beber durante la función, y es habitual que en el entreacto e incluso en sala, le acompañe un afable caballero con un gin tonic. Afortunadamente es tal el respeto del público hacia el escenario que no se oyen los tintineos de los hielos durante la representación (algo inexplicable). Goloso como es cualquiera que viva en Londres, tomarán helado y chocolatinas, pero nada que temer: los ruidos no entorpecerán (normalmente) la representación. Eso sí, al finalizar la función, el patio de butacas quedará como la fiesta infantil de una manada de críos de cinco años.
Y, por último, la actitud. El público es frío, así que no espere grandes ovaciones, y menos aún que la compañía salga varias veces al escenario. La flema inglesa se hace notar, y aunque agradecidos, lo suyo no son las muestras efusivas de sentimiento.
Para elegir bien la función a la que acudir hay algunos trucos esenciales. El primero: leer lo que haya dicho Michael Billington en The Guardian. Sus críticas son breves pero punzantes y se estila el “estrellado” de cada función, que suele oscilar entre las dos y las tres estrellas. Si encuentran una cuarta, no lo duden, es un espectáculo digno de ver. El segundo: leer a otra gran crítica, Lyn Gardner, ahora colaboradora de The Stage. Ella es apuesta segura para conocer el teatro más off. Para quienes disfrutamos con las tendencias teatrales, Gardner siempre regala reflexiones inteligentes sobre la evolución del teatro más actual.
Aunque parezca una tontada, hay más teatro en Londres que el que se pueda ver en un escenario. De entrada, nada como acercarse a las librerías londinenses donde siempre es posible encontrar una buena sección de teatro. Y para caerse de espaldas, las innumerables estanterías que dedica Waterstones en Picadilly a Shakespeare, ensayos actorales, autores dramáticos clásicos y contemporáneos, etc. Una buena tradición británica es editar el teatro que se exhibe en cada temporada, tanto si son obras contemporáneas como versiones de clásicos. En nuestros teatros es cada vez más habitual encontrar también este tipo de ediciones, siempre muy recomendables.
Otro gran plan es apuntarse a las visitas teatrales para conocer los entresijos de algunos de los grandes teatros de la ciudad. Los guías suelen ser profesionales de la escena, actores e investigadores, y junto con la información que comparten siempre cae algún chascarrillo de la profesión.
Y por último, no hay que olvidar que Londres es la ciudad victoriana por excelencia, donde lo gótico se mantiene en algunos de sus rincones, principalmente en sus antiguas mansiones convertidas en museos. Dos excentricidades para quienes disfruten de ese punto tétrico. La primera el teatro operatorio, el Old Operating Theatre, situado en plena City londinense y que muestra un teatro quirúrgico de mediados del XIX, y que se jacta de ser el único de su época que sobrevive en Europa. Para quienes hayan visto la serie televisiva de Clive Owen, The Knick, no podrán resistirse a esta visita.
La última cita excéntrica con un toque teatral es la mansión de Dennis Severs, entre el mercado de Spiltafields y el de Brick Lane. Después de jugar a encontrar algún Banksy pintado entre los grafitis de la zona, no pierda la ocasión de visitar este museo inclasificable, entre lo escénico, la performance, lo gótico y lo experimental. Dennis Severs fue un excéntrico americano que falleció llegado el milenio. A finales de los setenta compró una mansión para devolverle un pasado ficticio en el que una inventada familia de hugonotes, la familia Jarvis, viviese. Cada estancia es una naturaleza muerta que captura un tiempo inexistente y que deja en el visitante una rara sensación de que algo o alguien acaba de dejar la estancia. La comida pudriéndose en la vajilla y el ropaje de época se mezcla con olores a rancio y luces de velas. Servers bautizó esta instalación suya como un drama en forma de naturaleza muerta (“still drama life”).
La clá