En el año 1944 el filósofo y escritor, Albert Camus, veía publicada la obra de teatro Calígula que empezaría a escribir en los albores de la segunda guerra mundial. La pieza es uno de los referentes del teatro del absurdo y, en sus líneas, se encuentran engarzadas profundas reflexiones filosóficas sobre la naturaleza humana.
La figura histórica del emperador Calígula (déspota y demente) le sirve a Camus para llevar al extremo la futilidad de la existencia humana (los hombres mueren y no son felices, dice su protagonista), y el poder destructivo de las convenciones sociales sobre el individuo. Calígula es, a la vez, un tirano sabedor de su poder y juega llevando al extremo la razón de estado, cometiendo crímenes públicos y recaudando impunemente impuestos. El poder, dice Calígula, da oportunidades a lo imposible. El texto de Camus conserva una fuerza asombrosa, y debo confesar que está entre mis obras dramáticas de referencia.
El peligro que encierra esta obra es su puesta en escena. Hace falta a un actor portentoso para interpretar, como se merece, a este personaje. En televisión, es mítica la personificación que en su día hizo José María Rodero para Estudio 1 en TVE y que puede disfrutarse gracias a la butaca digital que ofrece TVE. Hace años vi un montaje nefasto de Calígula en Madrid, y entendí las dificultades de levantar a este personaje. Camus lo pinta como un ser inteligente y lúcido, con arrebatos de locura y de tormento interno, que en su personalidad se muestran combinados con excesos de violencia física y verbal. El personaje es desmedido y está ya de por sí sobreactuado, por lo que necesita a un buen jinete que sepa domar los estados interpretativos por los que debe pasar el protagonista de esta obra.
La crítica ha sido unánime y ha ensalzado la impresionante composición de Calígula realizada por el actor Pablo Derqui en el montaje de Mario Gas que ha cerrado el año 2018 en el Teatro María Guerrero. En la tradición shakespeariana, los grandes personajes (normalmente jóvenes) son interpretados en la mediana edad. Derqui, en su cuarentena, interpreta al joven Calígula, al que Camus coloca en sus 28 años. Desde el inicio se intuye que lo suyo va a ser un alarde de poder físico y mental. En cuclillas, Calígula sienta la pieza angular de su comportamiento, haciendo saber a su criado, Helicón, que aspira a tener la luna. Derqui literalmente espeta ese primer diálogo – soliloquio manteniendo el equilibrio sobre la punta de los pies, semiflexionado. Y ese balance es el que de manera magistral mantendrá durante toda la función. El actor usa las palabras de Camus a su antojo, decreciendo el ritmo, espetándolas, soltándolas con sorna, gritándolas… Y lo mismo hace con todo su cuerpo. El escenario es suyo, y su gesticulación abarca desde el cuerpo abierto a un pequeño gesto ladeado hacia arriba de la cabeza, o un movimiento ligero de manos. Pablo Derqui ha hecho la que es, sin duda, una de las grandes representaciones de este personaje, y su forma de actuar le sitúan muy cerca de la manera británica en que se concibe la interpretación. Es posible echar la furia, pero sin que se perciba como un alarido. Su portentosa voz, y el enorme dominio del cuerpo y su gesticulación, le elevan como un portentoso actor. Si las tablas en que se ha representado este Calígula estuvieran en Londres, habría patadas por verlo, como si de un Ralph Fiennes se tratase.
Desconozco si Mario Gas, astuto como es, ha usado las dotes de Derqui para realizar un montaje también a la moda británica. Parquedad escenográfica con un escenario elevado en ángulo que reproduce los vanos del que podía ser el Coliseo romano o cualquier ejemplo de arquitectura fascista. La forma en que Gas ha hecho danzar y elevarse a Derqui es maravillosa, aunque no tanto otros elementos. La música grabada (que en obras shakespearianas sirve para subrayar o cambiar de acto), me resulta muy heterogénea, en especial ese final musical con subrayado suprimible. La glorificación de Calígula como deidad se presenta en un número musical de máscaras, con Joker, la Máscara o Ziggy Stardust. Solo la fuerza de Pablo Derqui es la que sostiene esta escena. No estoy en contra de recontextualizar las obras, todo lo contrario. Miguel del Arco es, en opinión propia, el director de escena que mejor sabe jugar esa mano (vean si no, su Hamlet o su Misántropo). Funcionaría Calígula como un CEO de multinacional o con guiños hacia el caricaturizable Trump. Pero, ojo, que estos juegos requieren del equilibrio justo.
Vuelvo al montaje de Gas que en su sobriedad predominante encuentra la virtud, sobre todo si tiene a una fiera interpretativa como Pablo Derqui. La corte de patricios veteranos brilla también en sus réplicas, y en las caras de pavor y miedo, como si fueran caricaturas de Honoré Daumier. Pep Ferrer, Pep Molina, Anabel Moreno hacen una potente corte. Destaca también Xavier Ripoll como Helicón, sobre todo en el careo en que el criado explica cómo su vida ha mejorado bajo el mandato del cruel emperador, en lo que viene a ser una crítica terrible de Camus hacia la injusticia social que pervive en otros regímenes, como el demócrata. El joven Bernat Quintana naturaliza al idealista poeta. Mónica López hace una Cesonia correcta, pero creo que el personaje permite una interpretación más arriesgada. No convence Borja Espinosa como Quereas, que tiene que funcionar con fuerza para sostener al indomable Calígula.
El montaje de Calígula en el CDN tocó a su fin el pasado 30 diciembre, día en que se despidió la obra. Mario Gas acudió a esta última función, que dedicó al recién fallecido actor Cesáreo Estébanez.
Calígula merece seguir girando para atrapar lo inatrapable: ese espacio de apenas dos horas en que Pablo Derqui, en una de esas interpretaciones memorables, atrapa con fuerza desbordante la esencia del texto dramático de Albert Camus.
La clá
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Imágenes por cortesía del CDN.