La culpa. Ensayo General. Teatro Bellas Artes, Madrid.

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Esta semana el director de escena Juan Carlos Rubio estrenaba en el Teatro Bellas Artes su último montaje, una obra del dramaturgo y guionista David Mamet. La pieza se ha traducido con el sonoro nombre de La culpa, aunque en su original en inglés, The penitent, podamos encontrar probablemente mayores resonancias sobre el trasfondo dramático de la historia. El texto es relativamente reciente y fue estrenado en el off-Broadway a comienzos del 2017.

Con cuatro personajes sobre las tablas, David Mamet reflexiona sobre la naturaleza de la profesión liberal, tomando como abanico a la psiquiatría, el periodismo y la abogacía. Todas ellas comparten un elemento en común, el secreto profesional, y el deber hacia quien confía en ellos, ya sea el cliente de un despacho, el paciente de la consulta, o el confidente de la noticia.

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El prisma que elige Mamet para enfocar la visión de estas profesiones está claramente situado en la parte negativa. Los periodistas escriben lo que quieren con el ojo puesto en las ventas, y “cuanto más simple es la historia, más periódicos venden”. Ésto lo dice el protagonista, Charles, interpretado en registro grave por Pepón Nieto. Se trata de un psiquiatra cuyo paciente, un “chaval” (así repiten todos constantemente), ha matado a varias personas. El blanco del juicio público no es el joven asesino, sino su médico, incapaz de haber frenado los impulsos violentos del paciente. Richard es el amigo y aliado del psiquiatra, un abogado de experiencia que conoce el cortejo de los procesos judiciales con foco mediático. Con la resistencia de Charles como constante respuesta, Richard (interpretado por Miguel Hermoso) se presenta como el cliché de abogado americano. Bien pagado (en ropa y en ego), cínico y con pocos escrúpulos. Mamet reserva no pocos dardos para la abogacía. Si hay algo más repugnante que el periodismo, eso es la abogacía, dirá uno. La tercera es la mujer, Ana Fernández, víctima colateral de la presión social hacia su marido por obstinarse a no querer declarar en juicio. Cierra el círculo el personaje de la abogada defensora del asesino, interpretado por Magüi Mira, en una única pero importante escena, en la que la versatilidad como autor de Mamet con los diálogos queda patente.

David Mamet es un dramaturgo reconocido, en especial por una obra que lleva la marca del mejor Arthur Miller, Glengarry Glen Ross, y que retrata certeramente el hambre despiadada del comercial presionado por los objetivos de ventas. En La culpa, no queda muy claro hacia dónde ha querido dirigir la pluma afilada este autor. Hay crítica directa hacia los periodistas y los abogados, también hacia los juicios públicos, pero todo ello de una forma muy superficial, casi rozando el cliché. El personaje de la mujer podría haber abierto un interesante enfoque hacia la presión interna que puede vivirse en familia frente a juicios morales, tocando incluso a personas del todo inocentes y ajenas al hecho causante. Pero Mamet no apuntala bien al personaje femenino, cuyo desarrollo en la obra es del todo abrupto y demasiado precipitado, quedando Ana Fernández expuesta a los temperamentos de un personaje sin perfilar. Sus reproches suenan casi a caprichos femeninos lo que, junto con otros hechos que no desvelaré, retratan con cierto aire misógino a este personaje central.

Miguel Hermoso baila bien la danza cínica del abogado Richard, conocedor de los vericuetos de su profesión. Pisa seguro, pero sin llegar a desagradar, sacando incluso las risas del público en este drama.

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El retrato literario del otro profesional de la abogacía de la obra es de diferente costal. Este nuevo personaje aparece un poco de improviso, y es interpretado por una formidable Magüi Mira, que arranca pavoneándose de un don logrado a fuerza de trabajo y talento: su presencia escénica. En un rol que ella ha coloreado sabiamente con tintes diabólicos, acorrala suave e incisivamente al psiquiatra, en lo que debería ser una conversación, no un interrogatorio. Con el personaje de la abogada defensora, David Mamet deshilacha el drama hacia una nueva dirección, encontrando un impulso religioso en la motivación del psiquiatra, de religión judía. El diálogo más denso de toda la obra sale bien parado gracias al manejo seductor que hace Mira del encuentro y al aguante de Pepón de Nieto. En el ensayo general, fue tal la fuerza interpretativa de la pareja de actores que arrancó el aplauso amigo al finalizar la escena.

La sensación sobre el planteamiento dramático de La culpa es que David Mamet ha querido traer al siglo XXI una historia que en su día narró Paul Anthelme como obra de teatro, Nos Deux Consciences (1902) y que Alfred Hitchcock llevaría al cine en 1953 con un atormentadísimo Montgomery Clift, sacerdote que conoce, bajo el sacramento de la confesión, la comisión de un asesinato por su ejecutor. La inspiración es evidente, y podría jugar bien poniendo mayor foco en el tema. La otra baza sería abandonar este impedimento para concentrarse en los efectos familiares y del entorno social, tema también muy explotable. El disparo en varias direcciones desmerece finalmente el habitual talento de David Mamet.

Con todo, la pieza teatral es medida en su duración, y cuenta con momentos en que sube la tensión dramática gracias al trabajo del elenco. Destaca un Pepón Nieto que ha anulado absolutamente su vis cómica para dar severidad y templanza a un personaje intensamente atormentado y que, como dice el título original de la obra, está en un estado de penitencia frente al juicio moral y público por su decisión de encubrir (o proteger) las sesiones de psiquiatría de un asesino múltiple.

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www.lacla.es

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Imágenes cortesía del Teatro Bellas Artes. Fotógrafo Sergio Parra.

La culpa. Teatro Bellas Artes.

https://www.teatrobellasartes.es/obra-de-teatro/la-culpa/

La culpa. Duración aprox. 80 min.