El recuerdo nítido que tengo de la caída de Lehman Brothers es la imagen de los trabajadores saliendo con sus cajas de oficina. Es la escenificación del oficinista que acaba de ser despedido y emprende la retirada con los enseres horterillas atesorados sobre la mesa del ordenador. Siempre he rehuido ese signo de derrota a la terminación de cualquiera de los trabajos que he ido intercalando. Todo lo que uno ha sido, todo lo que cree haber construido, se reduce a una caja de Iron Mountain con unas fotos, unos bolígrafos de colores y unas tarjetas de visita que seguirán sin usarse.
La caída del banco de inversión no fue sólo una derrota individual de sus gestores y de jóvenes financieros que, durante años, se creyeron generales cabalgando sobre las pantallas de Bloomberg. La quiebra del gigante se sintió a lo largo del mundo, y marcó el estallido de la crisis financiera global, de la que todos tenemos alguna herida todavía cicatrizando.
El dramaturgo Stefano Massini escribió un drama épico que recorriese las luces y las sombras de esta saga de emigrantes judíos alemanes que, a base de esfuerzo, tesón y una gran inteligencia, lograron cumplir el sueño americano. Los Lehman pasaron de mercadear con telas, a cotizar en Wall Street. A lo largo de su historia, Massini deja patente el punto de oportunismo y falta de escrúpulos que siempre hubo en la dilatada trayectoria capitalista de esta generación de mercaderes, financieros y especuladores. Nada que no pueda rastrearse en la historia empresarial de cualquier fortuna de éxito. El drama de Stefano Massini se estrenó en el Théâtre du Rond-Point Paris en el año 2013, y culminó en premios y exportación a la escena europea.
Sergio Peris-Mencheta y producciones Barco Pirata son los artífices de la versión musical del texto original de Stefano Massini. Sin haber visto el original de Massini (que ha sido incluso versionado por Sam Mendes en el National Theatre), me aventuro a diagnosticar que la versión de Peris-Mencheta es, en sí, una genialidad, y un trago de mucha mejor digestión. El acierto viene de la musicalización de una historia que tiene algo de saga fílmica. Las composiciones musicales contienen ecos de música Klezmer y de cantos de campos de algodón, y sus compositores (Litus Ruiz, Xenia Reguant, Ferrán González y Marta Solaz) han materializado la gran genialidad de Sergio Peris-Mencheta: la de convertir un texto dramático en una producción musical de gran despliegue.
La hazaña, muchos ya lo saben, no se queda ahí. Porque montar un musical con éxito no es trabajo de unos pocos, sino mérito de muchos. Y a la versión de Peris-Mencheta y a las acertadísimas composiciones musicales, hay que añadir la perfecta escenografía e iluminación y, cómo no, la excelencia interpretativa de seis tipos muy grandes: Aitor Beltrán, Darío Paso, Litus Ruiz, Pepe Lorente, Leandro Rivera y Víctor Clavijo.
El despiece comienza por la premiada escenografía de Curt Allen Wilmer y estudioDedos, que ha sabido acomodar las necesidades de un espectáculo que dura tres horas (pero que recorre tres siglos de historia) en un escenario móvil cuyo epicentro es un gran cubículo. La estructura escénica sigue los dictados de otras grandes escenografías de musicales, como la de la sanguinolenta pastelería de Sweeney Todd. Los tonos terrosos imprimidos a escenografía y atrezzo vienen impresos con la estética americana de peregrinos y campos del sur. Como si fuese la caravana de una troupe que subiese desde el sur al norte de los Estados Unidos de América, los Lehman encontrarán en esta dúctil estructura: pianos, banjos, tiendas de tejidos, oficinas mercantiles, escuelas, e incluso una enorme pasarela por la que pasarán las posibles pretendientes a uno de los hermanos Lehman.
Para sacar todo el provecho a este artilugio mágico (del que salen todo tipo de objetos e historias), es necesario coreografiar el texto con los números musicales y echarle mucha imaginación. Aquí hay enorme trabajo de dirección, que no sería posible sin la ductilidad de los seis grandes protagonistas: los intérpretes de este glorioso espectáculo. Todos brillan y sacan a relucir la enorme máquina de talento que poseen. Cantan, bailan, saltan, interpretan, hacen reír y, a ratos, provocan el asqueo generalizado hacia una saga, los Lehman, que supo rendir y sacar provecho, a partes iguales, a la sociedad capitalista que ayudó a levantar (y caer…).
Lehman Trilogy se divide en tres actos y recorta la duración inicial del drama original de Massini. Son tres autos sacramentales que podrían compactarse en dos, cortando algún número que, al lado de los más geniales, tienen una función de entremés. Me refiero al texto en sí, porque lo que es la fuerza y la vitalidad de los intérpretes no flaquean. Leo Rivera, Litus y Pepe Lorente arrancan espectáculo interpretando a los tres hermanos germen de la saga. Litus da el guiño de musicalidad durante todo el espectáculo, tocando varios instrumentos. Tiene además el mérito de arrancar la narración inicial de la historia. Pepe Lorente es personaje dúctil y atemperado, capaz de dar mil caras a los varios personajes que interpreta. En Leo Rivera veo ecos de Josep María Pou. Su presencia física, unida al perfecto acento alemán (al que ha impreso la comicidad justa), y a la viveza que derrocha durante todo el espectáculo, hacen de su personaje centro recurrente del montaje. Hacia el segundo tercio despuntan los otros tres actores, relevando a los primeros y logrando con sutileza el primer giro caleidoscópico de la historia de los Lehman. Víctor Clavijo y su poderosa voz son encaje perfecto para el frío y calculador Philip Lehman, rey de los discursos. Clavijo concentra la mayor carga dramática de la saga, y da el contrapunto perfecto a la aparente trivialidad de los anteriores. Darío Paso destaca como un Al Capone que se educa en Universidad americana, y cuya fijación es aplicar los postulados neoliberales de MBA. Aitor Beltrán hace fantásticamente bien de indómito superdotado.
Con Lehman Trilogy, Sergio Peris – Mencheta y todo el equipo de producción y escénico, han conseguido hacer de un texto compacto, pero previsible, una genialidad musical que bien podría poblar el West End o Broadway, y que de momento sigue girando por España colgando el cartel de “no hay entradas”. Cuando el talento coge algo bueno y lo convierte en algo inmensamente mejor, arriesgando y dando una nueva frescura, hay que pararse y decir: ¡señores!, me quito el sombrero. Gracias por la música Klezmer, los bailes, el humor y el maravilloso espectáculo. Que siga…
La clá
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Lehman Trilogy. En gira.
Imágenes de Sergio Parra cortesía de Prensa Barco Pirata.