Casa de Nines 20 Anys Després (Casa de Muñecas 20 Años Después). Teatro Romea, Barcelona.

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Tomar la historia de cualquier drama conocido e imaginar una continuación a sus personajes, transcurridos veinte años, puede verse como una tergiversación de la intención original de su autor. También podría reprocharse su falta de originalidad, dando seguimiento a una narración que en su día su autor original entendió como completa. Como añadido, la labor de imaginar un supuesto final o continuación a unos personajes perfilados en un determinado contexto temporal pertenece a la imaginación del propio espectador. Será el público quien decida completar el blanco del lienzo que el dramaturgo ha dejado sin pintar.

El texto que el dramaturgo americano Lucas Hnath ha escrito a partir del clásico de Henrik Ibsen, Casa de Muñecas (1879), tiene estas carencias. Los personajes son fagocitados, y para ellos el dramaturgo ha imaginado un futuro posible, que coloca en un nuevo marco frente al espectador. La originalidad de Hnath surge por el contraste que realiza entre unos personajes decimonónicos, con una reescritura de los mismos condicionada por un contexto social totalmente desfasado. De manera buscada, Lucas Hnath ha simplificado los personajes dramáticos (se reducen a cuatro), y ha despojado al entorno de sus puntos de referencia. El espectador olvida, por momentos, que está en la Noruega de finales del XIX, lo que exige un ejercicio de reorientación, un calibrado de los juicios morales realizados a su protagonista Nora (Emma Vilarasau), veinte años envejecida, a su marido Torvald (Ramon Madaula), a la ama Anne Marie (Isabel Rocatty) y a la hija Emmy (Júlia Truyol).

El montaje, en versión en catalán, de Casa de Nines 20 Anys Després, ha corrido a cargo de la directora Silvia Munt, que ha elegido una muy acertada puesta en escena, desprovista casi de cualquier elemento escenográfico. Los cuatro personajes se nos presentan sobriamente vestidos, en grises y blancos, con reminiscencias hacia el XIX, pero sin ser propiamente trajes de época. La sobria escenografía es de Enric Planas, y el vestuario de Mercè Paloma. La iluminación, también certeramente ideada es de David Bofarull, con una puerta ficticia en forma de halo de luz, que nos recuerda en todo momento aquella salida de la casa de Nora, veinte años atrás.

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El regreso de Nora se presenta en un arranque de función magistralmente iniciado por Emma Vilarasau, que muestra a una mujer madura y realizada, e Isabel Rocatty, con los sutiles gestos de una vida dedicada al servicio y a la labor. En este encuentro se respira cercanía y un conocimiento del otro gestado hace años y, a la vez, la distancia de dos décadas de separación absoluta. En una escena extendida y larga, que servirá de pilar para el resto de la obra, Vilarasau y Rocatty explican, a través de sus respectivos personajes, los motivos que llevaron a una a dejar el matrimonio y los hijos, y a la otra, a quedarse a cargo del cuidado de la casa.

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Nora comparte cómo acabó haciendo de su propia vida una novela. De su decisión de tomar las riendas de su vida, surgió una actitud política hacia el rol de las mujeres en sociedad. En un discurso propagandístico (probablemente exculpatorio), Nora reivindica la obsolescencia de la institución del matrimonio. Y en una torpeza absoluta, insinúa incluso a la ama que el suyo podría haber sido otro destino si hubiese decidido no quedarse en la casa a cargo de los niños y del marido abandonado. En un pasaje cruentísimo, en el que Isabel Rocatty de nuevo emociona por la austeridad y la dureza de gesto, el personaje de Anne Marie le rebatirá a Nora que para ella no habría habido opciones. Condicionada por su clase social, a la ama sólo le hubiera quedado ser obrera de fábrica o prostituta.

casa-de-nines-20-anys-despres-teatre-romea-barcelona13En esa confrontación dialéctica de personajes, el siguiente turno será para el marido abandonado, Torvald, y la propia Nora. El dramaturgo ha sido inteligente en desdibujar al personaje de Torbald. El primer asalto con la mujer que le repudió no puede ser otra cosa que un encuentro temperamental por parte del marido despechado. En el segundo, un Torbal ebrio, mostrará un leve despertar tras la lectura de la novela autobiográfica de Nora. Ramon Madaula proyecta en su justa medida, estos dos radicales estados de ánimo. Detrás de ellos ofrece la imagen de un hombre derrotado, consumido por estos veinte años de tristeza e incomprensión.

El careo más duro de Nora será con su hija, ya convertida en mujer adulta. No hay cariño en este encuentro, no puede haberlo, ni siquiera por la madre, que decidió no volver. Es en este punto exacto en el que al personaje de Nora se le caen los platos frente a la mirada del espectador. Visto con ojos del siglo XXI, se entiende a la mujer que toma las riendas de su destino, pero es imposible exculpar a la madre que dejó atrás a sus tres hijos, ni siquiera calibrando el juicio moral con la aguja puesta en el siglo XIX. Quizás sea este punto el que más perturbe al espectador mirando el drama creado por Lucas Hnath. La Nora de Ibsen no fue una heroína, pero su personaje sí tuvo algo de rupturista, y en sus decisiones hay que equilibrar las normas sociales con el juicio moral. La Nora madura de Hnath no aguanta el examen, y se presenta como un ser (básicamente) egoísta. Se pierde esa confrontación moral que supuso, en su día, Casa de Muñecas, con el enjuiciamiento de la conducta femenina, en un cruce de caminos entre la norma social y jurídica, y el libre albedrío de la persona.

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Lo anterior no deja al montaje carente de interés, más bien lo contrario. La dirección de Silvia Munt ha sabido destilar los valores de este drama, y presentarlos en escena con cuatro actores soberbios, que hacen de la pieza episodio continuo de emoción condensada. Emma Vilarasau consigue elevar a su Nora, haciéndola atractiva y entendible, vital y a momentos egoístamente ciega. Sus gestos, voz y movimientos están modulados para proyectar, a ratos, una emoción real, y a otros, una representación claramente bien planeada por la protagonista. Al disfrutar de la interpretación de Vilarasau, no puedo evitar el contraste entre esa madre coraje que creó para la película Los sin nombre, de Jaume Balagueró, con esta otra madre, entregada a una causa más absoluta, pero a la vez más frívola.

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El otro gran personaje de la obra es el creado por Isabel Rocatti, con una gestualidad suavemente reprobatoria, apagada por los años de entrega. A Ramon Madaula le queda ser temperamental y casi mono facetico, así lo quiso Ibsen, y así lo ha continuado Hnath. Júlia Truyol da vida a un personaje bien perfilado, entre la madurez y la juventud, y será quien ponga la estocada fatal sobre el personaje de Nora. La madre no puede ni rememorar un gran momento de la niña. Truyol refleja en su cara el horror del abandono, pero no lo estira, no dejándose caer en la afectación o el remilgo.

El montaje del Teatro Romea de Barcelona se estrenó antes del verano y continúa en cartel, adelantándose al arranque oficial de la temporada teatral. La producción está emocionando al público gracias a una dirección bien entendida, y a la elevadísima altura interpretativa de sus protagonistas, que colocan al espectador en un estado de conexión emocional absoluto.

La clá

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Teatre Romea

http://www.teatreromea.cat

Imágenes cortesía del Teatre Romea. Fotografía David Ruano.