
Este pasado mes de julio, La clá, que es un blog de teatro, ha cumplido diez años. Hablo de él en impersonal, porque ha ido cogiendo con los años una personalidad propia que me excede, y tengo la extraña sensación de que, siendo cosa mía, la criatura respira por sí misma. Y lo hace porque fagocita todo lo que he disfrutado sobre teatro en un recinto escénico, un salón teatral, una exposición, en la calle y, últimamente, desde el sofá de casa.
El blog nació a medio camino entre el cuaderno de bitácora y el graderío del gallinero o paraíso, desde el que antaño se aplaudía a las compañías a modo de afición. Con los años veo que en realidad ha sido un camino de enseñanza y deleite continuo. Por La clá he viajado, me he aventurado a nuevos teatros, he leído (muchísimo), he conectado, he acudido a eventos de prensa y he aprendido a ser espectadora, que es un status adquirido y (como estos tiempos de pandemia han demostrado) una condición que no puede darse por hecho. El espectador no será siempre justo, pero lo que sí es, desde luego, es necesario.
Ahora que azotan tiempos inciertos, y aunque el ánimo desfallezca a ratos, me propongo continuar como hasta ahora. A trompicones, con mayor o menor intensidad, haciendo crónica de lo que veo y vivo, y tratando de documentarme y completar el conocimiento de la pieza o el libro que vaya a reseñar.
En estos diez años noto que he ido depurando la mirada. Me han servido las enseñanzas de los críticos teatrales de prensa escrita, los profesionales auténticos y con mayúsculas. Marcos Ordóñez, Rosana Torres, Javier Vallejo, Julio Bravo, Rocío García, José Luis Romo, Daniel Galindo, Raquel Vidales, Mark Fisher, Michael Billington, Arifa Akbar… Y la enseñanza principal de todos ellos es que cualquier apreciación debe hacerse desde el respeto, con la convicción de estar hablando directamente al equipo artístico, y reconociendo que la calidad de nuestras artes escénicas lleva un tiempo anclada entre el notable y el sobresaliente.
En estos recorrido hay una fecha importantísima, febrero de 2017, en el que el blog estrenó la imagen de la ilustradora Mercè Galí, con ese maravilloso patio de butacas a reventar, con la cara feliz de los espectadores.
Esta década también me ha acompañado un paseo por el manejo de la tecnología, del paso a Blogger a WordPress, del estreno de cuenta en twitter y luego en Instagram. No he renunciado a seguir escribiendo el blog. Podría aparcar las parrafadas por menos texto y más imagen, pero soy una romántica que todavía cree en la lectura. Éste puede ser un motivo, pero el verdadero se encuentra en las bambalinas desde las que cocino cada post, y en las que el proceso me sorprende y deleita más que la simple publicación.
He vivido algún enfado por la opinión de una crónica, pero el daño no fue nunca a mayores. Recibo muchas invitaciones de compañías para acudir a espectáculos, me emociona cada vez que leo uno de esos mensajes. No soy cronista de profesión, y mi oficio es en realidad otro, por lo que el tiempo es mi mayor impedimento, y lamento no acudir a todas.
Hay épocas, como la del confinamiento, en que la vida obliga a recluirse y parar. En estos diez años he tenido que parar en alguna ocasión y desatender el patio de butacas. En esos tiempos de pausa, la lectura y el teatro grabado han sido la charca en la que saciar la sed por acudir al graderío. Me gustan los espectáculos grabados. Son, lo sé, otro tipo de animal, pero reconozco en ellos la emoción y el buen trabajo cuando se produce, y me acerca a escenarios que no frecuento.
En cuanto a los dramas, el teatro me ha llevado a otro deleite, el de la lectura de obras teatrales y biografías de actores. A editoriales como La Uña Rota, Acto Primero, etc. les agradezco enormemente su apuesta por la publicación de autores en activo. De los amigos segovianos aprecio especialmente su cuidada edición.
Confieso que hay teatros y artistas por los que tengo especial admiración y cariño. A los Kamikaze les agradezco infinito las invitaciones a ensayos y, sobre todo, el talante con el que han participado en alguna charla o entrevista. Pero lo que más aprecio de ellos es lo que, temporada tras temporada, montan sobre el escenario. A la Feria de Teatro de Ciudad Rodrigo les alabo por ser un festival que, con foco (en parte) en lo infantil, montan una joya absoluta que cada año se celebra por tierras castellanas. En Barcelona trato de acudir siempre al Teatre Lliure, que es otro de esos teatros en los que nunca he visto algo que no me haya gustado o interesado.
Tengo ya varios cuadernos gastados en los que apunto notas e ideas para nuevas crónicas. Si tuviera tiempo me animaría a realizar entrevistas con mayor frecuencia, pero las obligaciones en casa y trabajo son igual de importantes. Estos diez años de andadura me han enseñado a equilibrar, elegir, y a hace buen uso de los pequeños tiempos del día.
Entre los reproches, el de las obras que he dejado sin reseñar por no dedicarles tiempo en hacerlo. Algunas me han provocado cierto miedo escénico por la envergadura del montaje, el autor o la compañía.
Al futuro le pido que el covid19 no arrase con la afición teatral que se ha construido en estos años y que los artistas no sigan realizando heroicidades por montar cada espectáculo. También que se cultive un nuevo público teatral, joven, de generación Z y las que le sigan.
Por otros diez años de buen teatro y nuevas sorpresas.
La clá