
Durante el confinamiento, Rafael Álvarez “El Brujo” se imbuyó en el mundo valleinclanesco, devorando anécdotas, biografías, estudios y, claro está, las obras del dramaturgo gallego. Reconoce que el viaje alivió el tedio del encierro, y así lo narra en el “prólogo del prólogo” de su última pieza, “El Alma de Valle Inclán”.
El espectáculo arranca con un compendio de anécdotas histriónicas de la vida Valle Inclán, en el que se van intercalando reflexiones personalísimas de El Brujo en torno a este extraño momento actual. Entre ellas, una dolorosa y emocionante, en mitad de la incertidumbre del confinamiento. “Está siendo muy emocionante volver al teatro”, confesó al público, “yo pensé que no volvía a trabajar”.
El Brujo, que recibió en 2002 la Medalla al Oro del Mérito en las Bellas Artes, muestra por qué es un trabajador escénico infatigable. Durante el confinamiento, ha escrito y producido este nuevo espectáculo, sobre el que él considera es “el Shakespeare del siglo XX”. Con choteo reconoce que la escenografía de tres sillas es un refrito de un espectáculo anterior, y que el músico que le acompaña, lo hace por ser ducho en varios instrumentos.
La primera parte del espectáculo tiene un punto de cómico italiano, y a ratos el espectador se imagina en un bar – caverna romano, escuchando a un sabio e irónico artista felliniano explicando sus arranques de “Simonitis” durante el confinamiento.
La segunda parte del montaje es un corpus en sí mismo. El Brujo, después de aderezar la parte monologuista con anécdotas del dramaturgo, se adentra en la pieza Divinas Palabras. Y lo hace a través de las acotaciones, que El Brujo rescata para revivir una de las obras más representativas del esperpento.
Para quien tuviese ocasión de ver el montaje de Jose Carlos Plaza para el Centro Dramático Nacional hace tan sólo unos meses, el recorrido que inventa El Brujo es, simplemente, vivificador. A través de las recitaciones de pasajes, El Brujo se abre camino en la imaginación del espectador, y con su voz como lamparilla, ilumina uno de los esperpentos más grotescos de la dramaturgia que gira en torno a un deforme Laureaniño, postrado en un carromato. La dramaturgia ideada por El Brujo se convierte súbitamente en una mezcla de clase magistral y dramatización, que haría las delicias de las universidades anglosajonas en las que Valle Inclán es objeto de estudio por prestigiosos hispanistas.
El Brujo, con las habilidades del embaucador, logra en “El alma de Valle Inclán”, convertir la mueca de risa del espectador, en semblante taciturno, acongojado ante la dureza de los personajes personificados por el actor en su relato explicativo de Divinas Palabras.
Al finalizar la obra, y tras efusivos aplausos, El Brujo lanzó un mensaje al público de esos que habría que colocar como titulares en la prensa: “Tomen todas las precauciones, y una vez las hayan tomado, vivan sin miedo”.
La clá
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El alma de Valle Inclán
Duración: 100 minutos.
Imagen cortesía de Grupo Smedia.