
Álex Rigola entró hace tiempo en un ejercicio de revisita de los clásicos. En cartelera, recientes, hemos podido ver Un enemigo del pueblo (ágora) de Ibsen que se representó en el Pavón Teatro Kamikaze, o Vania en los Teatros del Canal, y también en Escenario#0 de HBO. Repiten en el elenco algunos de los intérpretes, entre ellos Irene Escolar y Nao Albert.
Siguiendo con Ánton Chéjov, Rigola escoge ahora La gaviota, una pieza teatral en cuatro actos escrita en 1896 y que gira en torno a cuatro personajes, una joven actriz, un dramaturgo experimental, una actriz veterana y un reputado escritor. Chéjov desdeña la acción como elemento dramático, centrándose más en las conversaciones entre los personajes. Tal es el punto, que algunas de las cosas que ocurren lo hacen por referencia de los personajes a esos sucesos, sin que exista un conflicto directo.
En La gaviota la trama se desarrolla en una casa de campo, frente a un lago en el que hay una gaviota, que da título a la pieza. Chéjov recurre al significado simbólico que habitualmente adquiere el lago. Por un lado, la quietud, que puede asociarse al estancamiento, frente a la profundidad, y el halo de misterio que siempre acarrean las aguas profundas. De sus grandes obras maestras, La gaviota puede leerse como un ensayo sobre el estado de las artes escénicas. Los personajes tienen largos predicamentos que no son sino reflexiones en torno a la escritura dramática y su puesta en escena.

Esta reflexión en torno al teatro es el ángulo que ha interesado a Rigola y sobre el que ha decidido montar su particular Gaviota. Esta indagación intelectual chejoviana en torno al teatro, casa a la perfección con el ejercicio teatral que Rigola ha iniciado. En su búsqueda, se ven los rasgos del gran director de escena que ha dirigido teatros, realizado óperas y formado compañías, y que decide volver a lo pequeño, al trabajo con los actores, al compromiso colectivo, a la indagación… En definitiva, a los inicios y a la experimentación escénica.
El público en esta ecuación pasa a integrarse en la acción. En Vania, encerrado en un cubículo. En Enemigo del pueblo, con una tarjeta con la que votar. En La gaviota, compartiendo, cara a cara, las reflexiones de los protagonistas. El montaje se desarrolla con el patio de butacas iluminado, rompiendo así el efecto entre espectador y ejecutante. Los actores fijan la mirada en el público, se dirigen a nosotros.
Como en las otras piezas, Rigola no tiene interés por el texto, le interesa más atrapar algunos aromas del original, descomponerlos y engancharlos con lo que tiene delante, un grupo de actores, con distintas carreras profesionales, de diferente generaciones. Para ello, tres actrices (Mónica López, Irene Escolar y Roser Vilajosana), un actor (Xavi Sáez), un actor-dramaturgo-director (Nao Albet) y un autor-director (Pau Miró), entran en un ejercicio de auto-exploración, generando distintos debates.
El principal y eterno, que tiene que ver con las cualidades que hacen que una pieza teatral haya cumplido su función. Una especie de calibración sobre el valor del arte. ¿Ha gustado al público? ¿ha atraído a grandes audiencias? ¿ha conmovido? ¿puede igualarse éxito con talento?… Se habla de teatro comercial, infantil, de performance. En estas reflexiones, la verdad más pura sale de la experiencia de los actores. Xavi Sáez, que imposta al cínico, subversivo y burlón catalán, habla de la intermitencia de la profesión y del reenganche, de la experiencia de compartir papeles con tu ex pareja. Mónica López: de la entrada en el encasillamiento generacional, del amor por los técnicos, de compañeros que entran y desaparecen de la profesión.
El dramaturgo Pau Miró es invitado a representar a los de su especie. Divertido advierte que no es actor, y en el juego del diálogo telemático con Irene Escolar, consigue esquivar demasiada exposición actoral. La jugada, arriesgada, sale bien parada.
Desconozco si es efecto buscado, pero a los tres intérpretes más jóvenes, Roser Vilajasona, Nao Albet e Irene Escolar, el ejercicio de compartir experiencia pierde en naturalidad. Al mismo tiempo son quienes acaparan mayor acción dramática. Irene Escolar recita, con sus artes habituales, un pasaje chejoviano. Nao Albert y Roser Vilajasona mantienen la tragedia contenida. Hacia el final se produce la confrontación entre personajes, sin que pueda emocionar como lo haría el original. Hay demasiada intelectualidad previa, y el sentimentalismo rara vez conmueve cuando nace sin calentamiento del público.
Esta pérdida seguramente sea un daño colateral irrelevante. El efecto principal está conseguido en este ejercicio de indagación. En un momento dado Nao Albert se refiere a un cuadrado dibujado que es un “espacio vacío”, en torno al que surgen comentarios con cierto tono burlón. El elenco nos recuerda que la teoría contemporánea de Brook tiene ya más de cincuenta de años.
Paradójicamente, pienso en las resonancias entre el camino experimental que Álex Rigola ha emprendido con la investigación escénica que Peter Brook inició con sus Bouffes en París.
La gaviota chejoviana es, en suma, un brindis intelectual hacia el estado del teatro, con una aportación generosa de seis talentosos artistas de primera línea, entre los que hay una mezcla intérpretes y dramaturgos.
La clá
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Teatro Abadía
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Imágenes cortesía de Teatro Abadía.