
En el año 1932 se estrenaba en el teatro de la Comédie Française de París el monólogo “La voix humaine”, escrito por Jean Cocteau, artista polifacético, del que se puede decir que fue, al menos, poeta, dramaturgo, dibujante, pintor, ensayista y escenógrafo.
La actriz belga Berthe Bovy fue la encargada de estrenar esta pieza dramática de corta duración que cosechó en seguida un enorme éxito. Sobre el escenario un solo personaje, escasa o nula acción escénica, y un largo monólogo de una mujer que se despide de su ex amante.
El texto es una disección de una mujer en estado de abandono sentimental, que vive todos los estados anímicos del desamor: desesperanza, perturbación, anhelo, engaño, dependencia, obsesión… Todo en un texto de apenas media hora en el que la protagonista se agarra a un hilo telefónico, sin sonido ni voz de retorno.
Pedro Almodóvar reconoce que La voz humana es un texto que ronda su cinematografía desde hace años. En La ley del deseo, Carmen Maura mantiene una breve conversación telefónica, pero sin duda es ese prodigio del cine, Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), donde Almodóvar encontró ese punto g femenino que tenemos las mujeres cuando nos abandona la pareja. Su protagonista, Pepa, es una evolución magistral del personaje de Cocteau: una mujer abandonada por su pareja (no sabemos nada del cómo), que se pega obsesivamente a un teléfono del que cree rebrotará la relación.

En el mediometraje de La voz humana, rodado este 2020 en inglés y distribuido (gran acierto) en su versión original subtitulada, Almodóvar vuelve al texto original, descomponiéndolo como un cocinero de vanguardia, para reinterpretarlo en una mirada más acorde con los tiempos. A través de Tilda Swinton ha querido construir una mujer más fuerte, o al menos más dueña de sus actos. Sin duda, sus acciones durante el recorrido que acompaña su conversación telefónica, son contundentes. Esa misma búsqueda está a la vez emparentada con aquella Pepa que salía a su terraza, y que luego prendía fuego al sofá para eliminar los olores del amante perdido. El acierto de la interpretación madejada que hace Almodóvar de estas tres mujeres que recorren los años (la original de Cocteau, Pepa y ahora Tilda), es entender que, bajo ese deseo de la mujer en provocar que nuevas cosas sucedan, se esconde una enorme fragilidad.
El destino trágico que adivinamos a las tres, es que los sucesivos contactos telefónicos no conseguirán que retorne el amante traicionero. Pero sí hacen vislumbrar un recorrido personal en su protagonista en un breve lapso de tiempo.

En la nueva versión fílmica, Almodóvar ha recurrido a sus habituales colores secundarios (azul, rojo, verde, naranja, amarillo), de fuertes tonalidades, tanto en decorados como en ropajes. En su habitual horror vacui, Almodóvar se ve en la necesidad de agasajar a su protagonista con artículos de lujo, y de adornar la escena con referencias culturales (en forma de novelas, cuadros, y DVDs). El exceso de rococó se disculpa cuando tiene como gran protagonista a un animal tan esbelto y cautivador como es la actriz Tilda Swinton. Imposible no imaginar para ella bellos ropajes y bolsos, tentación a la que también ha sucumbido Luca Guadagnino.
Mucho más atractiva resulta la ocurrencia de unir estéticamente la narración de esta conversación telefónica con una tienda de ferretería, lugar fetichista y fascinante donde los haya. Por los objetos, su disposición, y por un vocabulario tan extenso, que parecería otro idioma. El otro espacio es el apartamento, que pronto se descubre que es en realidad una caja de muñecas, instalada en un enorme almacén vacío. Hay en este decorado un guiño absoluto hacia el mundo teatral, y hacia escenografías que construyen habitaciones o pisos sobre la caja escénica. En este punto hay que decir que Almodóvar ha sido siempre un gran degustador de teatro, y hubo una época en que era habitual coincidir con él en los montajes más sonados de la temporada teatral. Ese amor por las artes escénicas lo refleja en esa ruptura de planos entre realidades de decorados.
En el centro de este divertimento visual, está una apabullante Tilda Swinton, a quien no se le resiste ni el primer plano, ni la capacidad de comunicar la obsesión amorosa a través del gélido idioma inglés. Desde el momento en que arranca la conversación con esa especie de halo masculino que escucha pacientemente al otro lado de los earphones, el embrujo es instantáneo, y cuando llega el final de su predicamento, se queda el público pegado a las butacas. Como si las letras de crédito fueran a devolver a esta mujer enamorada hasta las trancas a la pantalla.

En 1932 Cocteau imaginó a una mujer “colgada” de su ex amante, historia que Almodóvar reconstruyó en 1988 con una Pepa obsesiva, y que en 2020 Tilda Swinton rescata en una mujer fina, elegante, y tan desamparada como sus predecesoras. El truco está en la escritura de dos hombres (Cocteau y Almodóvar) que supieron, me temo, disecar ese sentimiento indescriptible que es la obsesión femenina cuando una mujer es abandonada por su amante.
Un último apunte, envolvedora como la voz de Swinton es la música original compuesta por otro maestro, Alberto Iglesias.
No se la pierdan en cines.
La clá
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Imágenes cortesía de Avalon.
El crédito de las imágenes de foto fija (escena/backstage) es © Iglesias Mas
El crédito de las imágenes de sesión es © Nico Bustos
viva el teatro que no se pierda
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