
Pasó este invierno por el Centro Dramático Nacional, Tribus, pieza de la dramaturga británica Nina Raina, hija de poeta y traductora, y nieta de Boris Pasternak, autor de Doctor Zhivago. Raina forma parte del elenco de escritores en activo de la escena actual. El Centro Dramático Nacional montó en su día Consentimiento, de la misma autora, y vuelve con esta producción que reflexiona sobre la familia como tribu que atrapa y fagocita al individuo. Al menos éste es el argumento con el que se presenta la obra.
En realidad la trama se construye sobre un postulado menos manido y planteado de manera brillante. De familias sabemos ya bastante desde Chéjov, pero de incomunicación no tanto. Y de cómo el lenguaje nos moldea como individuos, algo menos. Con certero ingenio y con un toque de riesgo, Nina Raina presenta en realidad la incapacidad del individuo de comunicarse y abrirse a nuevos entornos, y su lógica consecuencia. Encerrados en nuestro propio estereotipo, los individuos nos convertimos en tribu o manada, aislándonos de otros grupos sociales, a cambio de la protección gregaria.

La acción se desarrolla en el seno de una familia formada por padre (Enric Benavent), madre (Ascen López), hijos (Jorge Muriel y Marcos Pereira), hija (Laura Toledo), y novia (Ángela Ibáñez). En el piso vive la familia al completo con los hijos ya adultos, y por tanto en estado continuo de neurastenia e insatisfacción. Jorge Muriel es el hijo explosivo que prepara la tesis que no acaba. Representa la contra cultura al sistema opresor representado por el resto de la familia. Laura Toledo es la hija con ciertas dotes musicales, que no acaba de despegar en su vida personal. Enric Benavent, con su habitual aplomo hace de un testarudo profesor jubilado de signo progre. A Ascen López le queda hacer de contrapreso del marido, no hay otra. El hijo más desdibujado inicialmente es Marcos Pereira, sordo de nacimiento, y al que todos profesan devoción y cariño. Los padres (más bien el padre) quiso educarle en el entorno sensorial de la familia y que no fuese formado en escuelas especiales para sordos.
En este ambiente cerrado de una familia que tiene sus tics y una mitología cultural propia (basada mucho en la música), se producen invasiones periódicas a través de las parejas de los jóvenes. Invasiones inestables y que, a satisfacción de todos, no acaban perpetuándose. Hasta que llega Ángela Ibáñez a conquistarles y a crear una fisura en ese microcosmos creado durante años.
El argumento hasta aquí es absolutamente brillante. La llegada de la chica actúa como catalizador en el propio personaje de Mario, que se rebela frente al rol asumido años en la familia. El más tranquilo y el menos atormentado, ha vivido años de aislamiento dentro del seno familiar. En contraposición, Ángela vive la acogida familiar como una liberación de un círculo cerrado, el de sus amigos y familia, todos sordos.

La historia sirve para confrontar el lenguaje como definidor de las personas y como vehículo de comunicación. Los protagonistas se dividen entre un mundo de sonidos y música, frente al de la gestualidad del lenguaje de signos y el silencio. La brecha es dolorosa e hiriente. Ángela quiere salir de conversaciones y formas de pensar recurrentes, la familia se resiste a abrirse a un mundo nuevo de sentimientos. Enric Benavent, en su posición académica, ataca un lenguaje, el de sordos, que es para él insuficiente: “cómo puedes sentir un sentimiento si no puedes expresarlo”. En esta dialéctica de confrontación, Ángela recita un poema en lengua de signos.
El contraste es del todo efectivo, y trasciende el mundo de los sordos o el de la familia. La incapacidad de comunicarnos, el entorno social como opresor y el lenguaje como vehículo de acercamiento, van surgiendo como reflexiones en las discusiones de los personajes. La otra sorpresa que trae Tribus es la falta de mojigatería con la que se trata la sordera. Ángela habla sin tapujos, está cansada de su círculo de amigos sordos y quiere abrirse a nuevas personas. Dice de la sordera, sin florituras, que es una discapacidad, no la adorna ni la encubre. Pero se resiste a los ataques de Benavent, demostrando que las personas sordas no son emocionalmente sordas.

El trabajo de Ángela Ibáñez es sobresaliente porque logra que su personaje se admire fuera de compasiones. Tiene un perfil combativo limado por la dulzura necesaria para no caer en dogmatismos. La neurótica y vibrante familia interpretada por el resto sirve de contraste perfecto. Enric Benavent clava al condescendiente profesor retirado.
Hasta aquí Tribus es una pieza redonda. La equivocación de la autora es el exceso de líneas dramáticas que desmadeja y que hacen de la última parte un tercio prescindible. A Jorge Muriel se le intuyen los trastornos de personalidad y ese progresivo aislamiento que no necesitan desplegarse al completo. Dejar la tracción del personaje a medio camino hubiera sido un acierto. Marcos Pereira ha construido a un hijo afable que tiene súbitamente que mostrar decepciones vitales, con enorme efecto. La sucesión de historias que luego se producen en su nuevo trabajo son florituras que el personaje no necesita. La lástima es que estos desarrollos se produzcan hacia final de la historia, restando efecto a la genialidad del planteamiento y desarrollo inicial. En todo caso, la fuerza de las interpretaciones logra que el anclaje del público no se resienta.
En cuanto a la escenografía, gran trabajo de nuevo de Elisa Sanz, que realiza un proyecto que se comunica también con el público en diferentes niveles. El subtitulado se convierte en otra forma de expresión hacia el público, que se despliega en tres vertientes: la de accesibilidad (comprender el lenguaje de signos), la dramática (subrayar determinados pasajes) y la poética (o de contraste).
La dirección de la obra es de Julián Fuentes. El resultado es una pieza teatral que apuesta por el atrevimiento, y que decepciona por la equivocación dramática final de su autora. Tribus resiste, en todo caso, hasta el final como una pieza interesantísima por el enorme trabajo artístico de esta producción.
La clá
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Imágenes de MarcosGPunto cortesía del Centro Dramático Nacional.