
En su última pieza, el dramaturgo Alberto Conejero ahonda sobre el relato de la España de posguerra. Lo viene haciendo en sus últimos dramas, desde diferentes ángulos y épocas. En La piedra oscura Conejero inventó una conversación entre preso y carcelero a propósito de los días de guerra en una obra emocionante dirigida por el sabio Pablo Messiez y a cargo de dos actores apabullantes, Daniel Grao y Nacho Sánchez.
Con La geometría del trigo Conejero avanzó en otra dirección interesantísima. Cogió unas vidas de pueblo y las desarrolló al compás de los acontecimientos. En este paisaje arado surgió además algo extraordinario, la compañía Teatro del Acantilado, que es el elenco artístico del que parece haber surgido un compromiso escénico y estético.
Con Paloma Negra, Alberto Conejero se atreve a mostrar una nueva cara de la posguerra, la de los exiliados de la República que fueron a México. Y repite con casi la totalidad del elenco actoral de la anterior geometría. Quiere Conejero usar de nuevo el recurso de las vidas corrientes, y busca para ello inspiración en Chéjov y La gaviota.
El planteamiento de la historia es prometedor. Conejero muestra a unos seres insatisfechos y nostálgicos en un paraje árido, el desierto mexicano. La causa de su desubicación viene del destierro. “Qué nos importa España a nosotros”, se dice al principio, “no hacemos más que lloriquear por un país que no es nuestro”. Entre los protagonistas hay españoles de nacimiento, y mexicanos nacidos de españoles, también españoles que tratan de impostar un acento mexicano, y mexicanos que hablan con acento castellano.
La condición de exiliado la viene compartiendo desde hace tiempo en su literatura y en sus artículos, el novelista Sergi Pàmies, y el pensamiento de Conejero coincide en la forma de sentirlo. Decía Pàmies para el periódico El País: «Exilio es notar que eres extranjero. Te lo recuerdan fuera de tu casa, pero también dentro. Es aprender a amar un país que no es el tuyo: el país de tus padres«.
Fijar la mirada hacia esa condición de exiliado, y hacerlo desde la cotidianidad (no desde la lucha), es usar la misma inteligencia que usó Conejero para enfrentar al amante de Lorca con un carcelero del frente nacional de carácter asustadizo. Aunque, si me preguntasen, les diría que me gustaría ver una próxima pieza de posguerra que reequilibrara el relato de las dos Españas. Al fin y al cabo, muchos somos bisnietos del exilio y de los victoriosos, y esa disparidad en una misma rama familiar es la que nos define.
En este relato de tintes chéjoviano, Consuelo Trujillo es, con su majestuosidad de marca, la gran actriz de la República reinventada en México. También una Saturna que devora a su hijo, interpretado por José Bustos. Al hijo, un músico atormentado, le falta el recorrido dramático que acompañe al espectador a su tormento. Falta esbozo dramático en su personaje, y parte de la culpa la tiene agarrarse al original de Chéjov. Juan Vinuesa interpreta a Max Rejano, marido dramaturgo de la actriz. Este tremendo actor tiene un momento álgido en el discurso del escritor, que dice escribir con brazo de muerto. Pero, de nuevo, al personaje le faltan contornos. José Troncoso, que es otro actor al que es una delicia ver, sí tiene mejor perfilado, como también lo tiene su amada, interpretada por Zaira Montes. Él impregna de aires de James Stewart a un maestro que trata de ser feliz en la sencillez. Ella padece de la mayor pandemia del ser humano, la insatisfacción, y el anhelo por lo imposible. Hay errores en la dirección de su personaje. Le falta una elección apropiada de vestuario, y sobran (como también les ocurre a otros) los trotes de entrada. La historia es un relato pausado, y los personajes necesitan esa lentitud de gestos. Yaiza Marcos es la joven artista carnal y malograda. Siento que no haya utilizado Conejero su personaje para impregnar al montaje de una de sus grandes carencias. El escenario, a diferencia de sus otros montajes, no huele a tierra. México, simplemente, no brota, y sin los aires de esa tierra ajena, el relato poderoso de apátridas que traza Conejero se queda en un intento fallido. Falta la musicalidad mexicana en los acentos de algunos personajes, y los giros lingüísticos que utilizan personajes como el de Zaira no cuajan en el imaginario del espectador.
A pesar de que la historia no quede amalgamada, hay en el relato la poderosa pluma de Conejero con sentencias absolutas que emocionan sobre el exilio. “Cuando el destierro tenía algo de inocencia era algo llevadero”. Y algo más importante, la convicción absoluta de que el Teatro del Acantilado es una compañía poderosísima, y que la alianza forjada con Conejero sólo puede traer el mejor teatro a nuestras tablas.
La clá
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Paloma Negra. Teatros del Canal.
Duración aprox.: 1 hora y 20 minutos.
Imágenes cortesía de los Teatros del Canal.