Cuerpo de Baile. Festival de Otoño. Teatros Canal.

Viendo lo nuevo de Pablo Messiez en el Festival de Otoño se atropellan en la memoria recuerdos encadenados. Cuerpo de baile, la nueva pieza de Messiez, es un teatro casi ausente de palabras. Concebido como cinco cuadros para un cuarteto de intérpretes bailarines, Messiez ahonda sobre temas recurrentes en su dramaturgia a través de la expresión corporal. Esas reminiscencias son las que hacen presencia en este ejercicio de experimentación absoluta en un nuevo territorio.

Pablo Messiez ha jugado siempre en su escritura con la supresión de los sentidos, que es otra forma de activación de lo táctil, lo visual, lo imperceptible y, al mismo tiempo, de alienación de la palabra. En el montaje de Muda (2010) en el Teatro Pradillo, Marianela Pensado protagonizaba a una mujer muda que se las ve con una vecina parlanchina, Fernanda Orazi, y un portero de origen español, Óscar Velado. La soledad, nos narraba Messiez, se esconde también en la verborrea, y el silencio se convierte en un estado emocional inteligente y puro. En un montaje posterior, Los ojos (2012), le arrancó el sentido de la vista a otro de sus personajes.

Años después, y tras montajes de diálogos locuaces y de una escritura sobresaliente, Messiez juega a quitarnos al público el deleite de la palabra. Los mutilados somos ahora los espectadores y tendremos que desarrollar sentidos superiores para comunicarnos con esta nueva acción dramática.

Choca, de entrada, que Pablo Messiez, uno de los mejores narradores de historias de nuestro teatro, se haya quedado mudo. O cuasi mudo. Y que sienta que la única forma de expresarse en este momento sea a través de la acción y de la expresión corporal. También de la música, su eterna compañera, pero con menor alegría que en otros montajes.

De nuevo, surge en la memoria un grito estremecedor: el de una madre mutilada por la muerte del hijo en El temps que estigem junts, producción que realizó Pablo Messiez para el Teatre Lliure en 2018.

Palabras no, palabras sobran”, espeta el personaje maternal interpretado por Andrea Ros, incapaz de verbalizar todo el dolor del mundo. En este posicionamiento se encuentra la más reciente pulsión creativa de Pablo Messiez que, por algún motivo profundo (influido, sin duda, por estos tiempos pandémicos), ha querido aparcar las voces de su escritura y entregarse a lo corpóreo.

Esta senda parecía anunciada en su anterior montaje.  En Las Canciones para el Pavón Teatro Kamikaze (2019), unos hermanos se han recluido del mundo para deleitarse en la escucha profunda de canciones. Messiez había avanzado por ese camino en el que la palabra se desdibuja, y en el que sólo la escucha (la escucha verdadera y profunda de música), se convierte en la forma absoluta de estar aquí y ahora.

Cuerpo de Baile se presenta como una radicalización de estos postulados. Sus protagonistas son ahora seres entregados a la escucha y a la recepción sensorial, desde el aliento expedido por sus bocas, a la música que mágicamente emite un tocadiscos. Messiez nos habla ahora a través de estos cuerpos y, como muchas otras veces, a través de las letras de las canciones. En escena tres bailarines y coreógrafos, Claudia Faci, Poliana Limpa, Lucas Condró y el actor José Juan Rodríguez. Los cuatro intérpretes son (y han hecho) mucho más, pero aquí se juntan para expresarse desde el movimiento.

La música empleada por Messiez es ecléctica. Empieza como una sucesión de exhalaciones, pasa por la música brasileña y termina en un Beethoven largo al que se echa en falta instrumentación en vivo.

Una de las coreografías más sobresalientes es la de Claudia Faci. Su cuerpo, a medio desnudar, se convierte en una de esas piezas antropomorfas dalinianas en la que es imposible discernir qué trozo de cuerpo será aquél. El rojo y el verde de la vestimenta contrastan con inteligencia cromática. Lucas Condró realiza otra física coreografía, visualmente vistosa y enérgica. La escasa narración de la pieza se adjudica a Poliana Limpa, cuya carismática presencia atrae el foco de la mirada. Poliana cataliza muchos de los momentos, bien sea poniendo música o expresando la búsqueda de un amigo perdido. Sus dotes artísticas se perciben en una coreografía salvaje en la que el cuerpo se convierte en puro dolor, en baile espasmódico que recuerda los estertores de la muerte.

José Juan Rodríguez (habitual en los montajes de Messiez) atrae ese sentido del humor que nunca desaparece en los dramas del argentino. Hay un homenaje velado al montaje de Muda, con un aparte del actor hablando a una solitaria bombilla que cuelga del techo.

Messiez ofrece pocas pistas sobre el sentido de la obra. La más certera es una interjección de uno de los personajes: “Cada persona entiende lo que quiere”. Parece que la intención es precisamente involucrar al espectador, convertirle aquí en incómodo voyeur, atrapado como un espíritu en las acciones de los cuatro intérpretes.

En cuanto al montaje, la Sala Negra de los Teatros del Canal ofrece a la producción un espacio escénico absoluto para el montaje. Colocados en posición elevada y con la mirada proyectada sobre el habitáculo negro, no hay mejor espacio para esta propuesta artística que exige de los espectadores un compromiso absoluto.

La clá

www.lacla.es

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Imagen cortesía de Teatros Canal.

Espectáculo en gira. Buxman Produccions.

Duración aprox.: 75 min.