
Sam Shepard (1943-2017) pertenece a esa generación de dramaturgos norteamericanos que tomó el relevo a los grandes escritores que les habían precedido. Su producción es impresionantemente prolífica y como hombre de su tiempo, trabajó también en cine y televisión. En 1979 obtuvo el Premio Pulitzer con la obra El niño enterrado, que se dice forma parte de una trilogía sobre la familia de la que True West, ahora en cartelera en las Naves del Español, forma parte.
Los autores norteamericanos, sean de la primera generación de posguerra, o los que le siguieron, entre los que se encuentran Sam Shepard o David Mamet, siempre han tenido un idilio con nuestro público. Las historias del individuo sin norte en una sociedad opresiva, en la que trabajo y familia se convierten en los enemigos a batir, siguen conectando de maravilla con las inquietudes del siglo XXI. Son relatos masculinizados en los que los protagonistas suelen ser siempre hombres, pero sus preocupaciones nos ocupan a todos.
Hace unos años hubo cierto empacho de estos autores en nuestra cartelera, pero cuando la oferta es diversa y rica, como viene siendo últimamente, se recibe con ganas un “drama americano”.
Shepard escribió en 1980 True West (El verdadero oeste) que cuenta la relación entre dos hermanos, Lee (Tristán Ulloa) y Austin (Kike Guaza). El primero es un escritor profesional que está preparando el tratamiento de un guion para presentarlo a Saul (José Luis Esteban), un productor de olfato. Está viviendo en casa de la madre (Jeannine Mestre), cuidando de las plantas que le ha dejado a cargo, mientras termina de escribir la propuesta de guion. Su hermano Lee ha aparecido de repente, y casi sin contexto, Shepard levanta el telón en la conversación de encuentro entre los hermanos.
El espectador empieza la obra como el escenario, en penumbra (gran juego de luces de Rodrigo Ortega). Está claro que estos dos personajes son familia, que uno es un escritor profesional, y que el otro es un paria alcoholizado, que engulle cerveza tras cerveza.
El primer tercio de la obra es para el personaje de Lee que absorbe toda la acción. Interpretar a un carpanta presenta el riesgo de caer en manierismos, pero Tristán Ulloa los esquiva con maestría. Ulloa crea a un perdedor usando para ello todas las herramientas del oficio. La voz, bajada de tonalidad, es ronca y quebrada, como la de un alcohólico curtido en el fondo de la botella. Viste como un pordiosero, y su gesto encorvado recuerda al mítico doblamiento de chepa del actor de cine Walter Matthau. Ulloa arrastra los pies, como viejo alcohólico con osteoporosis. Y el primer tercio de la obra se lo tiene que levantar con tono de curda. El éxito de su composición es lograr la mesura justa de un personaje totalmente desfondado, y huir así de histrionismos. Y sí, lo borda.
Sam Shepard dijo en su día sobre True West que no quiso crear un drama metafórico, pero es difícil no encontrar metáforas en los constantes recursos que utiliza. La historia juega a las dualidades entre los hermanos. Austin es el escritor profesional, mientras que Lee es un vividor que logra convencer con bastante jeta al productor de que apueste por una historia a medio inventar. Es el escritor en bruto y sin formación. Uno es el hijo en quien se puede confiar, el otro un dado a perder. En los diálogos se cuelan las referencias a los perros de la urbanización, y también a los coyotes del desierto. De nuevo, otra metáfora para este juego de dualidades que Orestes Gas explota bien en su diseño del espacio sonoro de la obra.
Hay un sabor a la tradición literaria americana, y una contraposición no explicitada entre escritores de carretera, como Kerouac, y escritores de un oficio al que dedican más máquina de escribir que vida. Este segundo rol es para el hermano Austin, que no encuentra en esta producción ese sabor trufado clásico que tiene la narración. Kike Guaza se mueve con mayor soltura en la segunda parte de la narración, cuando su personaje se coge una buena melopea. Su momento brillante será para el relato de los dientes del padre.

La directora, Montse Tixé, da a esta producción de True West el tono original de la obra de Shepard y consigue subrayar esa apariencia de atemporalidad, con ayuda de una escenografía del siempre brillante Sebastià Brosa. En la cocina de esa casa a 40 kilómetros de Los Ángeles es difícil adivinar el año que hace ahí fuera, si no fuese por un viejo televisor de culo que de repente aparece. La aparición del productor, vestido como un italiano mafioso en Miami, no da pistas. Tampoco da pistas la madre, de la que se saborea esa voz tan bien modulada en teatro.
Eduardo Mendoza es adaptador del texto, y condensa de corrido la obra divida originariamente en dos actos. Se nota su buen hacer de traductor y escritor en la actualización de los textos.
El montaje es notable, con un Tristán Ulloa que sin duda sobresale. Es la historia de Shepard la que creo no ha aguantado bien el envite del tiempo. Familia, desierto, alcohol, trabajo, autodestrucción… son los ejes vertebradores del gran drama norteamericano. Desde el punto de vista literario, True West me temo se queda como anécdota frente a las aún poderosísimas Largo viaje hacia la noche o Muerte de un viajante. Pero insisto, el clasicismo tan bien trabajado en esta producción para las Naves del Español merece el encuentro.
La clá
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True West. Naves del Español en Matadero.
https://www.teatroespanol.es/true-west
Duración: 95 minutos
Imágenes de Javier Nadal (cartel) y Álex Rademakers, por cortesía del equipo de prensa del Teatro Español.