Yerma. Teatro María Guerrero, Madrid.

De entre las piezas dramáticas de Lorca, Yerma está alambrada a una valla de poesía. Forma, junto con Bodas de Sangre (1933) y La Casa de Bernarda Alba (1936), la conocida como trilogía rural. Escrita entre las dos obras anteriores, Yerma quizás sea la que posea mayor modernidad. Hablar en el siglo XXI sobre las frustraciones de una mujer joven y sana que quiere ser madre y no puede, es abrir el debate sobre el destino del cuerpo, la reproducción, los roles sociales y el valor de una persona sin descendencia en sociedad. Cualquiera de estos temas se cruza en un debate tertuliano o en el telediario de la noche.

El director Juan Carlos Martel Bayod se ha enfrentado a esta Yerma inteligentemente. Sin querer departir demasiado del enfoque clásico, ha introducido como novedad espacios cantados en los que los actores entonan canciones clásicas de cuna. Martel parte de una conferencia del propio García Lorca sobre las canciones de cuna, y junta así la poesía del texto con las estrofas melódicas de los cantos tradicionales. Se une a ello el uso de percusión para la instrumentación musical.

Arranca con estas músicas una Yerma de sabores rurales y terrosos que Frederic Amat, en esta producción del Teatre Lliure, ha sabido enriquecer con su espacio escénico. Equívocamente sencillo, Frederic Amat construye un pequeño monte desde el que esta mujer va construyendo su aislamiento. Rodeada de telares que se cierran y se abren, el escenógrafo ha tomado la paleta terrosa de las últimas pinturas de Goya. Yerma es, en ocasiones, un Perro Semihundidoy es también bruja en ese aquelarre que pretende conjurar la fecundidad.

La música compuesta por Raül Refree liga bien con esa apariencia de guijarros y de nada que son los pueblos imaginados por Lorca, de los que poco o nada se ve desde el aislamiento de sus personajes.

En el centro de esta producción está la carismática interpretación de María Hervás, que centrifuga la acción dramática. El arranque tarda en caldear, con un sonido que entra sin convencer, pero que más tarde queda atrás y se olvida.  Hervás cincela a esta mujer que no se embaraza con la fuerza de su carácter interpretativo. Su dolor no es modoso ni compasivo, ni siquiera desalentado. Es duro y agresivo, es un grito de injusticia hacia el destino, que arrasa con quien participa en su desgracia.

La presencia de Hervás es omnipresente. Con su voz portentosa, y esa forma enraizada que tiene al declamar, Hervás hiere y grita ante un páramo que no fecunda en su vientre. La obra gravita en torno a ella y pierda fuerza cuando no está. El resto del elenco (Joan Amargós, David Menéndez, Bárbara Mestanza, Marta Ossó, Isabel Rocatti y Yolanda Sey) se postulan como accesorios en un monólogo absoluto. Echo quizás en falta un marido, Juan, con mayor composición. Isabel Rocatti, en el papel de vieja, encara bien a la joven y la lleva a su terreno.

El enorme carisma de María Hervás y su entrega a esta mujer que duele por no ser mujer fértil, junto con un espacio escénico que entronca con la España vaciada, de guijarros y arenas, hacen de esta Yerma una propuesta de sobria composición con toques de violencia desgarradora. Con Hervás y con esta pieza de Lorca no hay salida dócil, sólo entrega absoluta.

La clá

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Yerma. Teatro María Guerrero.

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Imágenes de Silvia Poch, cortesía del equipo de prensa del CDN.

Duración aprox.: 1 hora y 30 minutos.