
Helena Pimenta ha rescatado una historia del dramaturgo húngaro George Tabori (1914-2007) a través de la puesta en escena de Coraje de Madre. El título en español es esquivo y recuerda a Madre Coraje, del alemán Bertolt Brecht, con el que colaboró el propio Tabori. Una traducción más certera sería El coraje de madre, no de cualquiera, sino de la propia de Tabori. Judía y residente en la Budapest ocupada por los nazis, la madre de Tabori fue detenida y llevada al campo de concentración más siniestro, el de Auschwitz, en Polonia. El relato teatral cuenta cómo escapó por un vericueto del destino, o por una voltereta de actitud o por un golpe de suerte inesperada.
Es éste un relato de relatos. Una muñeca matrioshka que encierra varias ficciones sobre un fondo histórico, sobre una verdad, si no individual sí colectiva. La madre de George Tabori, como millones de judíos, fue apresada y llevada a un campo de concentración. La madre de Tabori, como millones de judíos, fue privada de su individualidad y su dignidad física, y se vio incomprensiblemente enfrentada a actos indignos. Cómo fue su viaje al horror y hacia la muerte y su inesperada salvación (si la salvación es luego posible…), es la historia que Tabori puso en escena en el año 1979 en Múnich, y que el cine llevó a la gran pantalla en 1995.
En Coraje de madre hay una superposición de planos. Está el de narrador, interpretado por Pere Ponce, en pleno proceso de creación del relato. Su voz se escucha en vivo y en versión enlatada, con un aparato reproductor a través del cual escucha sus propias notas. El otro plano es el de la madre, interpretado por Isabel Ordaz, que juega a ser personaje del autor, y como tal le interpela y discute. Se revoluciona. Es también la propia madre en el transcurso del relato. A los lados de los protagonistas se colocan los personajes secundarios, aunque a la vez muy principales: los guardias húngaros (David Bueno y Xavi Frau) y el general nazi (Sacha Tomé). El general sufre un ataque de clemencia, o quizás de demencia, que son palabras y estados que, en un contexto de guerra, riman.
La directora Helena Pimenta tiene en su batuta el toque de la viveza y sus montajes son siempre una delicia de ritmo e ingenio. En este caso apuesta por cierta austeridad, dejando que la historia se presente como una narración, como un cuento sencillo en el que sólo algunos juguetes y pocos elementos se convierten en siniestros vagones. Hay alguna pincelada estética dadaísta, y un toque expresionista, pero sin cargar. El peso se lo deja a Pere Ponce y a Isabel Ordaz. Ponce es un narrador grandilocuente, sin fisuras, embriagador. Con una voz trabajada a base de oficio, y que siendo atronadora no deja que se desboque. Ponce anuda al espectador y lo lleva atrapado hasta el fin del relato.

Isabel Ordaz hace de la madre cáustica, despistada, excéntrica y ensimismada. Ofrece un retrato adorable, de una delicadeza absoluta. Es muñeca de porcelana que no puede quebrarse en la mirada del autor, pero a su vez es víctima que rueda en un vagón apelotonado hacia un destino temible. Con sus altos de voz, sus modulaciones, se convierte en un ser cercano y frágil que provoca un profundo amor en el público. Ordaz toca nervio y se hace un poco de todos.
Ponce y Ordaz se convierten en madre e hijo, en personaje y autor, en luz y destello, en juego perfecto de esta historia melancólica y triste. El Teatro La Abadía ha querido en esta etapa de Juan Mayorga además crear teatro fuera del teatro, y a la pieza le han acompañado debates y exposiciones.
La clá
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Coraje de Madre. Teatro La Abadía.
Duración aproximada:
90 minutos