
Quieres pelear y yo no quiero irme. Me iré alejando. Así dice el estribillo pegadizo del arranque de “Voltaire”, última pieza del proyecto escénico Teatro Urgente, producido para el Teatro Quique San Francisco. Las nuevas formas de representación escénica suelen incluir estos minutos de aclimatamiento, previos a la función. Lo de levantar el telón simplemente ya no se da en muchas salas escénicas. En contrapartida, los actores calientan sobre escenario con música de fondo. Aquí son cuatro, y se pasean por un escenario desnudo que tiene mucho de tatami o de ring escénico. La cosa está clara: lo que nos aguarda es un cuerpo a cuerpo dialéctico.
Aquí está la esencia de Teatro Urgente, una iniciativa teatral levantada por Karina Garantivá y Ernesto Caballero, que en su pasada edición montó una obra del filósofo, escritor y ensayista, Javier Gomá. Esta temporada estrenan un texto de Juan Mayorga que se compone de retales de Teatro para Minutos, un compendio de textos teatrales que ha publicado La Uña Rota. Mayorga ha ensamblado tres de las piezas, y las ha estructurado en torno al pensamiento de otro filósofo, Voltaire (1694-1778), hombre ilustrado que ha quedado en la historia como paradigma del pensamiento en torno a la tolerancia y el liberalismo.
Teatro Urgente es por tanto un teatro ensayístico y de pensamiento, que parte de postulados filosóficos para desplegar un envite dialéctico. Mayorga es, desde luego, autor obligado, y se puede decir que su dramaturgia es cosecha ilustrada. Sus piezas surgen de esa conjunción entre teatro y filosofía, ya sea de manera evidente (como en la interesantísima La paz perpetua, en torno a Kant), o de forma velada, mediante la construcción de una ficción sin referencias aparentes.
Sobre el tapete cuatro actores, que son estudiosos en búsqueda de la comprensión, se plantean un debate en torno a la tolerancia, tomando como referencia tres historias de distinto signo. La primera, que nos narra de forma embaucadora Karina Garantivá, tiene la forma de parábola. Este tipo de relato figurado despide siempre una fascinación absoluta y representa, para algunos, la primera forma de aproximación hacia las disquisiciones morales. El Evangelio católico se sustenta en esta narraciones sencillas y orientalizadas que contienen mensajes potentes. Mayorga juega con este imaginario religioso para plantear el debate, al que entra el otro actor en el juego de disquisiciones, Pablo Quijano. Planta cara de manera potente, refutando la interpretación del relato, dando un giro al planteamiento de la parábola. A partir de este momento el público queda conectado hasta el final de la representación. El juego funciona con soltura.
La segunda historia es la más atractiva, la que incluye la alquimia del teatro de Mayorga, la construcción de una historia tan poética, que bien podría ser un corto de animación de Pixar, una película de Christopher Nolan, o simplemente lo que es, un divertimento teatral que el espectador completa con su propia imaginación. Alberto Fonseca es el protagonista de esta historia que incluye el interrogatorio de dos mujeres en torno a un hombre que hace mapas peligrosos. Fonseca captura el misterio del personaje, la surrealista explicación de sus actividades de cartógrafo. Y entre líneas, Mayorga desliza pistas sobre su pieza teatral, que siempre contiene algo de meta-teatro. La pieza, Voltaire, es un mapa temporal dibujado por el propio Mayorga, que incluye rastros y chinchetas del pensamiento crítico de Voltaire en un trazado escénico, que son sus tres textos teatrales aquí hilvanados, en pleno siglo XXI.

La tercera historia va abiertamente sobre el teatro, y se centra en el contraste entre enseñar y practicar teatro. Algo que Mayorga, en una de sus múltiples facetas ilustradas, también conoce. El Mayorga profesor se enfrenta al idealismo del aula, y a la admiración profunda, incontestable y limpia que los reputados dramaturgos provocan en los artistas del teatro. Pero ¿qué ocurre con el montaje de una obra menor y con mensaje incorrecto?… Mayorga ahonda en la censura de las gentes del teatro hacia el trabajo artístico de los demás. También lo hace sobre los límites del arte y de la libertad artística. Aquí profesora (Karina Garanvitá) y alumna (Tábata Cerezo) se miden en este nuevo enfrentamiento dialéctico. Hay un buen juego de elemento escenográfico con unas sillas que se convierten en butacas que, aunque manido, se resuelve bien.
El cierre vuelve a la historia de la parábola, recuperando a un enérgico Pablo Quijano. La pieza podría explotar más el buen juego coral, con un mayor desdoblamiento de unos actores que funcionan bien, pero que se desdibujan en la parte final de la pieza.
El ejercicio queda, en todo caso, bien amalgamado, y contribuye al propósito de Teatro Urgente, generar un cuarto debate en la mente del espectador.
La clá
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Voltaire. Teatro Quique San Francisco.
Voltaire – Teatro Quique San Francisco
Imágenes cortesía del equipo de prensa de Teatro Quique San Francisco.