Long Day´s Journey Into Night. Wyndham´s Theatre, Londres.

El West End londinense acaba de estrenar una de las obras más emblemáticas del teatro americano de la segunda mitad de siglo XX, Largo viaje del día hacia la noche. El título es una belleza poética que encierra el presagio de algo tremebundo.

El punto de partida de la obra americana es el conocido regreso al pasado emprendido por Eugene O´Neill (1888 – 1953) en la pieza teatral más autobiográfica de todas las del autor. Ese ejercicio psicoanalítico puede identificarse, al mismo tiempo, con el propio proceso de escritura del texto. No se trata tan sólo de una introspección interior hacia los fantasmas del pasado, sino de un desgarrador trabajo de creación.

Es conocida la anécdota de la publicación de “Largo día…”. O´Neill la escribió en 1941 pero ordenó que la obra no se publicase hasta pasados veinticinco años de su muerte. La razón fue desvelada por el autor en una entrevista a los medios: “hay una persona de la pieza que todavía vive…”, dijo O´Neill, en clara referencia a sí mismo.

La pieza fue dedicada con estas brutales palabras a su mujer en el decimosegundo aniversario de su boda:

Dearest: I give you the original script of this play of old sorrow, written in tears and blood. A sadly inappropriate gift, it would seem, for a day celebrating happiness. But you will understand. I mean it as a tribute to your love and tenderness which gave me the faith in love that enabled me to face my dead at last and write this play – write it with deep pity and understanding and forgiveness for all the four haunted Tyrones.”

En un día familiar en la casa de campo, la familia Tyrone iniciará una jornada siniestra y condensada de emociones en la que irán aflorando todas las miserias familiares: la adicción al alcohol y a la morfina de sus miembros y, principalmente, el clima de autodestrucción que ha propiciado el declive y la caída a los infiernos de una familia con una buena situación social.

O´Neill es el pequeño de los dos hermanos Tyrone. Es tuberculoso y está alcoholizado, si bien su temperamento artístico hace que sus demonios sean más atemperados. Su hermano, sin embargo, se nos presenta en una caída libre hacia el fondo de una botella. Hiriente, agresivo e incapaz de controlar su impulso hacia el alcohol, vaticina en ese día hacia la noche, su prematura muerte. El padre, un actor retirado gracias a un éxito comercial temprano, ha desarrollado un carácter tacaño, tanto en lo patrimonial como en lo afectivo. La madre, epicentro absoluto de la familia, es un ser indolente, con una agresividad de tipo contenido que le sirve para justificar, en cualquier acto ajeno, su adicción a la morfina.

La conjunción de todos estos caracteres es el perfecto sustrato para el desarrollo de una dependencia enfermiza hacia el alcohol y las drogas. La espeluznante narración que hace O´Neill del día en familia tiene múltiples lecturas. Por supuesto, está la visión psicoanalítica sobre sí mismo, representada en sus familiares más directos. Al mismo tiempo, aparece retratada esa América que otros dramaturgos (como Miller o Williams) romperán en jirones, mostrando las miserias que esconde el afamado sueño americano.

Me quedo con otra de las lecturas del texto. “Largo viaje del día hacia la noche” es una radiografía sobre la causa y los efectos del alcoholismo en una familia acomodada. Explica, de manera casi clínica, cómo y por qué es posible que las fantasías sociales, la permisividad maternal, el cinismo, la soberbia y la autodestrucción conduzcan, de manera irremediable, hacia la autodestrucción física y moral de una familia. “Largo viaje” es un tratado sobre el alcoholismo y sobre la propia conducta del alcohólico. Ninguno de los cuatro “Tyrones” reconoce abiertamente y sin peros su adicción. Por el contrario, se mueven en un círculo de negación.

Los miembros de esta familia ven en ellos los rasgos de dependencia que, sin embargo, sí reprochan al resto. Y cuando esporádicamente lo admiten, tienden a justificar sus actos en la conducta ajena. El hijo mayor, Jamie, ve en su madre morfinómana una dependencia peor a la suya. La madre, por su lado, atribuye a un parto difícil el sostenimiento de un consumo prolongado de morfina. Quienes hayan crecido en una familia azotada por el alcoholismo y las adicciones reconocerán dolorosamente este relato.

En España la obra se ha montado con grandes actores en el papel del viejo y rácano actor. Pepe Martín o Alberto Closas dieron vida al padre alcoholizado. Yo vi la versión de 2015 montada por Juan José Afonso, con Marios Gas haciendo de Tyrone y Vicky Peña, como la mujer morfinómana. Alberto Iglesias como el hijo mayor y Juan Díaz como el enfermizo artista. De aquel Largo viaje del día hacia la noche recuerdo la claustrofóbica estancia que se va cerrando con el sonido de la sirena y la niebla espesa. Mario Gas vivificaba las miserias del gran actor de tourné, mientras que Vicky Peña disparaba con aguijón los comentarios cínicamente punzantes sobre cualquier miembro de la familia. Había en aquel montaje algo endiabladamente bien conseguido, el retrato del alcohólico, tanto en las mentiras como en la forma simplemente de coger una copa. El otro gran logro fue el partido de dobles jugado entre progenitores e hijos. La deriva agresiva del hermano mayor, con Alberto Iglesias en uno de sus papeles más estremecedores, es clave para entender la tabla de salvación que O´Neill encontró más adelante en su familia. Pudo arder flambeado, pero se salvó.

Traigo estos recuerdos porque mucho me han hecho pensar con el nuevo montaje realizado para el Wyndham Theatre de Londres. El elenco de esta producción es formidable. Brian Cox, el veterano actor escocés, es el viejo Tyrone, Patricia Clarkson, su mujer, Daryl McCormack y Laurie Kynaston, los hijos. Y como la criada cabezona, Louisa Harland. La dirección de escena es de Jeremy Herrin, un versado director con éxitos recientes como la moderna A mirror, estrenada en el Almeida Theatre. El conjunto es notable, con visos sobresalientes cuando están Cox y Clarkson en escena. Los dos actores entienden perfectamente las flaquezas de sus personajes y saben plasmarlas en los mínimos gestos. Como en la forma de coger el vaso de whisky del alcohólico padre de familia o en la mirada perdida de la madre bajo los efectos de la morfina. La presencia de Brian Cox es tan atronadora como su voz, capaz de expulsarla como ondas gravitacionales sobre la butaca de patio. Su mirada profunda y sus gestos son capaces de proyectar mil estados del alma. Con Patricia Clarkson el texto de O´Neill se saborea en las fantasiosas narraciones sobre su juventud. El tono americano, con una perfecta dicción, hacen de Clarkson un personaje magnético. La actriz afina la ironía de las fabulaciones de su personaje, provocando en ocasiones la risa del público. Quedaría bien fijado como sutil contraste, si no fuera porque los hijos no logran alzar el vuelo en el drama. No hay abismo en el putero y borracho hermano mayor. Y el pequeño se excede en pisada en la imitación de acento sureño, en las toses y en sus propias derivas. El retrato queda así incompleto. Jeremy Herrin no consigue que esa estancia hogareña se vuelva sofocante para el espectador. En un día todos los demonios que azotan a la familia van deambulando por la casa, pero en este montaje enseñan las cuernos sólo en el personaje de Tyrone y de Marie.

Con todo, el conjunto es más que notable, y sobrecogedor de ver en los pasajes en que Cox despliega su sabiduría teatral, y Clarkson su elegante forma de acompasar palabras, con gestos de manos (artríticas en las del personaje) y de miradas perdidas en un vacío muy oscuro. “Largo viaje…” es una de esas obras que merece la pena ver alguna vez en la vida, pero su crudeza sólo permite disfrutarla con los más versados intérpretes sobre escena. El alcoholismo y la drogadicción son aflicciones que no permiten el titubeo.

La clá

http://www.lacla.es

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Long Day´s Journey Into Night.

Duración aproximada: 3 horas, con 20 minutos de intervalo.

Imágenes de Johan Persson.