
En 1929 Federico García Lorca emprende la partida a Nueva York, iniciando un viaje personal en huida de sus propios demonios (salía Lorca de una ruptura personal), y una exploración hacia el nuevo mundo. Nueva York era entonces la ciudad que bullía con rascacielos, gentes, barrios, actividad y mercadeo. Ese borboteo trepidante que no ha cesado en estos ochenta años causó a Lorca una honda impresión. Inicialmente, admirado como cualquier visitante recién llegado. Luego repugnado ante el escenario feroz que el hombre había construido para sí mismo.
Nueva York materializa también en la biografía de Lorca, la oportunidad de haber vivido otro destino, y por eso el poemario que escribió durante su estancia allí, produce siempre en quien lo lee/escucha, una fortísima sensación de tragedia evitable.
Los poemas que surgieron durante esa estancia son cruentos y desasosegantes, motivo por el que Lorca construyó un paramento sobre el que sostenerlos, la conferencia escrita en prosa, entre la que se intercalan los poemas. El autor nunca llegó a presentar el poemario en Estados Unidos, pero sí impartió la conferencia en México y España.
Sobre nuestras tablas, Poeta en Nueva York vive una continua juventud, con representaciones encadenadas de esta pieza de la literatura: mezcla de prosa y poesía, de ejecución y literatura. Las propuestas más recientes han venido de la mano de Irene Escolar (en el Pavón Teatro Kamikaze o La Abadía, entre otros) o de Alberto San Juan (para el Teatro de Barrio).
La producción de Will Keen y María Fernández Ache surge en el año 2013, con la teatralización de la pieza lorquiana en The New York Public Library. Desde entonces el montaje ha tenido una gira continua en su discontinuidad, pasando por producciones para la edición 2019 del Festival de Otoño y ahora para el Centro Dramático Nacional. Desconozco si la producción ha ido depurándose en sus sucesivas giras, pero en su forma actual es, sin duda, un paradigma de sencillez e inteligencia. Los elementos técnicos refuerzan aquí una visión expresionista del interior del alma de Lorca. A cargo de la iluminación está Pedro Yagüe y Nacho Bilbao construye el espacio sonoro.
En el centro de un escenario oscuro, nebuloso, está la figura de Will Keen, que se presenta como un conferenciante desconcertado, al que parecen haber situado por imposición junto un atril. Cabizbajo declamará el principio de la conferencia, con un auditorio que se presenta como un dragón al que satisfacer. Para exorcizar los demonios, Keen invocará al duende encendiendo una vela, y hará un pase torero con la chaqueta.
La propuesta de Keen no pretende, sin embargo, ser españolizada. Declama en su idioma inglés materno, en el que surgen a momentos trazas de su oficio shakespeariano. La recitación de Keen conduce, inevitablemente, a dos descubrimientos. El primero, sobre el lenguaje lorquiano, que es de una riqueza absoluta. Los poemas pierden la sonoridad original de las palabras en español materno, pero ganan al mostrar el amplio repertorio de sustantivos y adjetivos que el granadino empleó en su creación. El inglés, que es un idioma que se eleva por una riqueza gramatical infinita, absorbe con grandiosa naturalidad, el puntillismo lírico de los poemas de Lorca.
La segunda manifestación que produce la recitación del poemario en inglés es que, perdida la forma original de las palabras, el espectador aquí en España se hunde en la búsqueda de un significado que se presenta, más que nunca, demoledor y cruento.
De Nueva York, ciudad construida por enormes rascacielos y cuna del capitalismo exacerbado, un Lorca que se confiesa “de campo”, sale persuadido de que lo más importante en este mundo no es el hombre.
Will Keen ha querido en este espectáculo teatralizar la angustia del poeta, vivificando los poemas hasta su mayor expresión. Keen inicia un viaje hacia el alma del poeta dirigiéndose al público de la sala, mirando a sus espectadores, como receptores de una conferencia. A medida que discurre, comienzan sutilmente a crearse dos ambientes (reforzadas por la iluminación), el de la prosa, y el de la recitación de los pasajes. El poeta conferenciante pronto se transmuta en un ser que grita angustiado y comparte pasajes terribles, como el conmovedor “Niña ahogada en el pozo”.
Para que el espectador se zambulla en estos pasajes Will Keen hace uso no solo de su espléndida voz y modulación del verso, sino de todo su cuerpo, en especial de unos brazos que imaginan rascacielos, trenes, oleaje de río…
Tengo la suerte de haber podido ver otros montajes de Keen. En su duelo con Alberto San Juan en Traición de Pinter (2012), construyó un personaje atormentado en la quietud, con un hieratismo y una frialdad cercanos a John Malkovich. Con Cheek by Jowl, en Naves del Matadero, representó a un Macbeth despiadado y sediento de sangre. En poeta en Nueva York, es el poeta que grita angustiado, y sufre con un canto que es la palabra. Y pensando en todos estos trabajos me maravilla la riqueza extraordinaria de este actor inglés emparentado con España.
Queda una función esta tarde. La larga trayectoria itinerante de este montaje soberbio, junto con el apoyo incondicional del British Council, levantan alas a la esperanza. Que vuelva pronto.
La clá
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Imágenes cortesía del CDN
Duración: 60 minutos
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