
Escrita en 1978, “Betrayal” (Traición) de Harold Pinter fue llevada a escena ese mismo año en Londres. Dos años después se representó en Nueva York con Raul Julia (The Addams Family), Blythe Danner (habitual de las pelis de Woody Allen y madre de Gwyneth Paltrow) y Roy Scheider (el protagonista de Tiburón) como protagonistas. John Simon publicó su reseña en enero de 1980 en la New York Magazine condenando, sin mesura, la obra del dramaturgo inglés y la interpretación de Raul Julia.
Releyendo la crónica de Simon, y dejando a un lado su punzante rechazo a la obra, lo cierto es que el crítico americano analiza perfectamente los temas y recursos tratados por Pinter en esta obra.
Dos ex amantes, Jerry (un agente literario) y Emma (galerista de arte y mujer de Robert), se encuentran años después de finalizado su romance. Se trata de un encuentro tenso y provocador. En esa cita Emma le comenta a Jerry que su marido Robert (editor literario) ha sabido que fueron amantes en el pasado.
En la siguiente escena, Jerry y Robert tienen un encuentro posterior a la cita entre el primero y Emma. Hablan abiertamente de la infidelidad y de la traición vividas durante años. Infidelidad y traición a partes iguales de Emma a Robert en el matrimonio y de Jerry a Robert en su amistad. Pero también de Robert a Emma por mantener él, a su vez, relaciones con otras mujeres y de Robert a Jerry por ocultarle que durante años supo lo suyo con su mujer. Mentiras entrecruzadas entre personas adultas que mantienen un doble juego de afecto y traición entre ellas.
El resto de la trama, es decir, cómo son los comienzos de la relación entre Jerry y Emma, cómo se desarrolla, en qué momento exacto conoce Robert el engaño, el devenir de las dos relaciones, se conoce en un relato temporal inverso desde el presente al pasado. Este recurso, habitual en el cine, es la seña de identidad de esta obra. El propio John Simon, en su crítica a «Betrayal», reconoce a Pinter el mérito de haber empleado por primera vez, y de manera seria, el recurso narrativo en modo “rebobinado”.
En cuanto a los protagonistas, su retrato en la obra es bastante nítido. Emma es una burguesa insatisfecha, un personaje “a-lo-Bovary», mientras que el consentimiento tácito de Robert al engaño de su mujer se explica por sus propias infidelidades y por el desprecio que siente por sí mismo. Finalmente, Jerry, el más transparente de los tres en sus pasiones, no renuncia al status quo de su familia ni a su posición social. Los tres se traicionan entre sí, cierto, pero también, en parte, a sí mismos.
Vamos al montaje del Teatro Galileo. El grupo Smedia ha repuesto el montaje que se vio en otoño del año pasado en el Teatro Español. La re-ubicación ha sido fácil porque la sala pequeña del Español y el Galileo comparten parecido espacio escénico: pasillo central y público a los lados, sentado frente a frente.
La escenografía es blanca, sencillísima. En ella sólo destacan las botellas y copas que a golpes se beben los personajes. Ingenioso el recurso escénico de cambio de año (en retroceso). Los cachivaches de cada año se van metiendo en cajas, como en todas las casas. Recuerda a esos dibujos y pinturas de Salvador Dalí en los que aparecen cuerpos femeninos de los que emergen cajoneras. Cada una representa los recuerdos, las vivencias y los temores del individuo. Algo parecido simbolizan las cajas de mudanza en esta representación.
En cuanto al texto, éste ha sido retocado ligeramente. Jerry en este montaje es Nico y lo interpreta Alberto San Juan. Robert, el marido engañado e infiel, es Will Keen y su mujer, Emma, es Cecilia Solaguren.
Yendo de menos a más, la primera impresión es que la obra comienza como un coche a punto de calarse. Cuesta entrar en ese primer (y cronológicamente último) encuentro entre Nico y Emma. Los silencios de Pinter (que tanto detesta el crítico John Simon en esta obra) y la conversación insustancial no ayudan a captar la atención. También se añade una falta de química o sintonía entre Cecilia Solaguren y su personaje, del que no logra sacarle el vértigo al que debería exponerlo. Esta falta de visceralidad interpretativa hace que la obra tenga dos velocidades. Una correcta y monótona, que es la de aquellas escenas en las que aparece Emma. Y otra trepidante, en la que Will Keen y Alberto San Juan se baten el cobre.
De Will Keen hay que decir que es un actor de primera línea internacional. Su negro y torturado Macbeth de Cheek by Jowl en las Naves del Matadero de Madrid pervive en la memoria. Aquí sin embargo se transmuta en un personaje que, por algún extraño mecanismo, recuerda mucho a los fríos protagonistas de John Malkovich. Como actor, Alberto San Juan es menos contenido, y esta cualidad se amolda muy bien a Nico, el más pasional de los tres personajes de Traición.
En relación al montaje, los actores están bien dirigidos y los espacios se dominan. Como sugerencia, el personaje de camarero italiano no debería ser interpretado por Cecilia Solaguren. La coloca de repente en un papel superficial cuando su personaje lleva gran parte de la intensidad del drama.
Volviendo a John Simon y a su artículo sobre “Betrayal”, éste vaticina en 1980 que si la obra logra hacer caja y perdurar, será porque no hay tema (ni tan siquiera el de la mortalidad del hombre) tan indeciblemente triste como el de la extinción del amor:
“If Betrayal registers at all, it is only because nothing, not even human mortality, is quite so unutterably sad as dying of love, whether traced forward or backward.” John Simon, New York Magazine, 21 enero 1980, sobre Betrayal – Harold Pinter.
Y aquí estamos, treinta y pico años después, reviviendo la traición.
La clá
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Traición. Teatro Galileo, Madrid. Hasta el 21 de octubre.
http://www.gruposmedia.com/galileo.html
Imagen:
Will Keen y Alberto San Juan. Fotografía por cortesía del Grupo Smedia.
Entrevista de 1997 de John Simon en The Paris Review:
http://www.theparisreview.org/interviews/1282/the-art-of-criticism-no-4-john-simon
Crítica de Betrayal en New York Magazine por John Simon:
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