En unos meses La casa de la portera cumplirá dos años estando en boca de todos. Se inauguró el 8 de marzo de 2012 y poco a poco ha ido saltando del boca-oreja, a las páginas de la prensa nacionales, hasta llegar a oídos de periódicos como TheGuardian.
Quizás en veinte años glosemos el panorama alternativo teatral actual como en su día lo hicimos con la movida madrileña. Es pronto para saberlo y poco importa. Lo interesante es que pese a la crisis y pese a las duras políticas impositivas que viene sufriendo el ocio cultural, continúa existiendo una voluntad de crear y un deseo de disfrutar de la creación.
Espacios como Microteatro por dinero, La puerta estrecha, el Teatro Pradillo, la Sala Azarteo La casa de la portera se están currando nuevas propuestas con precios accesibles. Se trata de lugares alternativos a los que no hay que temer ir. Estas salas están pobladas por el mismo público que puede asistir a los escenarios más tradicionales y sólo hay que estar preparado para renunciar (sólo un poco) a la comodidad del butacón rojo. Dicho ésto, es imprescindible dejar a un lado cualquier prejuicio. Lo alternativo no hace binomio con amateur y no se trata de teatro de principiantes. Todo lo contrario. Si echo la vista atrás, y si en un hipotético ejercicio me preguntase por los espectáculos teatrales que más me han gustado de los últimos años, destacaría, entre muchos, dos: “Muda” en el Teatro Pradillo y “El huerto de Guindos” en La casa de la portera. El mínimo común denominador es que los dos se han puesto en pie en lo que ya se llama el “OFF” madrileño, es decir, la escena teatral alternativa.
Con “El huerto de guindos” me ha ocurrido algo muy emocionante. Me ha impactado de manera muy especial no ya como montaje, sino como verdadera experiencia teatral. Los escenarios pequeños y estrechos, sin cuarta pared, no favorecen la concentración del público. Todo está demasiado cercano como para meterse en la trama. Vemos el sudor de los actores, las cremalleras de los trajes y los falsos trucos del attrezzo. Es como estar dentro del sombrero del mago viendo como mete la mano para sacar al conejo. Se produce una cierta paradoja: la condensación de tiempo, espacio y espectadores no acaba por producir necesariamente cercanía. Por eso los actores deben estar enésimamente más concentrados y ser infinitamente más conocedores del espacio que manejan.
La versión de “El huerto de guindos” de Raúl Tejón del conocidísimo “El jardín de los cerezos” de Chejov es una experiencia teatral única. Las dos habitaciones de la antigua casa de la portera sirven de escenario a la vieja casa rusa a la que regresa arruinada la actual propietaria de la finca, interpretada por Consuelo Trujillo, acompañada por su hija. Su llegada coincide con la próxima subasta judicial de la finca. El hijo de los antiguos sirvientes, Nacho Fresneda, le asesorará sobre un nuevo uso lucrativo de las tierras. La trama (es de sobra conocido) es una disección sobre el profundo cambio social y político de la Rusia decimonónica.
Lo extraordinario de Chejov es que la idea detrás de esta pieza teatral empatiza con el espectador de cualquier sociedad y momento. En toda historia familiar hay una propiedad vinculada con la infancia y con tiempos de felicidad perdidos. Hay parientes zánganos y parientes que prosperan. Existe, en definitiva, un cambio generacional que pone fin al pasado y que vuelve a reescribir el árbol familiar.
El sempiterno estudiante, aquí interpretado por Carles Francino, es la mente clarividente que disecciona el estado de las cosas en la Rusia retratada por Chejov:
“No hemos aprendido aún nada, hasta somos incapaces de juzgar nuestro pasado. Todo lo que sabemos es filosofar, lamentarnos de nuestro aburrimiento, beber vodka. Y, sin embargo, está bien claro que para vivir en el presente hay que liquidar primero el pasado, pagar su precio, y eso sólo es posible con el sufrimiento, con el trabajo extraordinario e incesante” (traducción de Manuel de la Escalera, Ediciones Edaf)
La versión de la obra de Chejov que Raúl Tejón ha montado es, felizmente, fiel al original y a los retratos de los personajes. Desde que se recorre el estrecho pasillo de la casa de la portera, y casi sin percatarse, la obra y sus intérpretes van envolviendo a los espectadores hasta trasladarlos a Rusia y a los devaneos de unos personajes anclados irremediablemente en sus propios aires de grandeza. La actriz Consuelo Trujillo cautiva con su elegancia y con su entrega interpretativa. Nacho Fresneda consigue sutilmente captar la doble cara de su personaje al cual admiramos por su posición social, ganada exclusivamente por el trabajo, y al que repudiamos por su excesiva honestidad. Carles Francino recita los más impactantes pasajes de la obra. Y seguiría así con el resto de intérpretes, Felipe Vélez, Alicia González, David González, Bárbara Santa-Cruz, etc. por su buen hacer.
Hace años vi una versión fría, casi automatizada, de “El jardín de los cerezos” traída por Sam Mendes y The Bridge Project. Debo decir que el montaje de La casa de la portera es francamente más conmovedor y veraz que el que en su día vi.
“El huerto de los guindos” continúa en cartel en La casa de la portera y recomiendo, de manera especial, esta obra. Al llamar al telefonillo entrarán en la vieja portería regentada por José Martret y Alberto Puraenvidia, pero al poco tiempo serán transportados a unos viejos salones rusos, incluso puede que a su propia casa familiar.
La clá
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La casa de la portera:
Imágenes cortesía de La casa de la portera.
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