Hoy domingo los lectores de periódico desayunamos con una columna sobre el teatro contemporáneo del escritor Javier Marías para El País. “Ese idiota de Shakespeare” se titula.
Por sed de notoriedad, Javier Marías se ha tornado iconoclasta, y no es la primera vez que lo hace arremetiendo contra el teatro. Critica Marías la interpretación de personajes masculinos de teatro clásico por parte de actrices. Cree que se está produciendo con ello cierto revanchismo femenino histórico. Recuerda, para sostener su argumento, que en tiempos clásicos los grandes roles femeninos eran interpretados por hombres, y opina que el intercambio de papeles actual viene a ser una tontería reivindicativa de las actrices y de ciertos directores.
Normalmente es necesario desechar este tipo de escritos que nacen desde la vanidad y el deseo de chocar. Es preferible, casi siempre, no contribuir a la polémica ni a la publicidad deseada por quien provoca desde su atalaya intelectual.
Pero lo cierto es que, con su artículo, Marías oferta en bandeja el arranque de esta crónica de hoy sobre una obra contemporánea, escrita por uno de los más reconocidos “usurpadores” del teatro actual, Miguel del Arco, e interpretada por una actriz, Carmen Machi, que ha dado vida en el teatro a un personaje masculino, Creonte, a una leyenda de la mitología griega, Helena de Troya, y hasta a una tortuga.
Si nos creemos que Marías siente como propios sus predicamentos, de ver hoy a la actriz sobre las tablas le hubiera dado un síncope. Carmen Machi se somete en “Juicio a una zorra” al juicio sumarísimo de Helena de Troya. Enfundada en un vestido rojo, su palabra será la única prueba que le sirva para obtener la compasión o el entendimiento del público.
El monólogo es una narración oral de la historia tremenda de este mito griego que fue el acicate de la Guerra de Troya. Con un aspecto cercano a la Blanche Dubois de Tennessee Williams, envejecida y alcoholizada, Machi discurre sobre los azares e infortunios de la «vida» de Helena, contando aquello que la leyenda omitió. Porque la historia siempre se ha contado en masculino, dice. De todas sus vicisitudes, sólo los hombres tuvieron la culpa. De todas, menos de una: su amor por Paris, que le llevó a abandonar a su marido y a su hija, y que fue la causa de todo lo que vino después.
Miguel del Arco escribió, en “Juicio a una zorra”, una fábula contemporánea de un mito griego. En esta obra, Helena de Troya se vuelve mortal, cercana y muy moderna. Con ella, del Arco ha querido contar la historia, el mito, a su manera. Y ha querido jugar a cambiar el punto de vista.
Éste es precisamente el juego más absoluto del teatro: el cambio del punto de vista. Es el que hace que Nuria Espert pueda ser el Rey Lear, o José Luis Gómez La Celestina, o Paco León Lisístrata. Es el que permite montar a Shakespeare en una cárcel, o desproveer al escenario de cualquier adición, a la manera de Peter Brook. Quien no entienda que cada montaje y cada representación es una puesta en escena, una interpretación o una toma de postura, es que simplemente no entiende el teatro. Ni el clásico, ni el presente.
La clá
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Teatro Kamikaze
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