La respiración. Teatro La Abadía, Madrid.

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El Teatro de la Abadía repone “La respiración” de Alfredo Sanzol tras el clamoroso éxito en la XX edición de los Premios Max de teatro. Sanzol se llevó el premio a autoría por este texto revulsivo que escribió como antídoto a una crisis personal. El otro premio fue para su actriz, Nuria Mencía, que ha sabido construir un personaje que exorciza mucho de la vida personal de su autor. Un alter ego no escondido y buscado por Sanzol, y mágicamente convertido en fémina. Es posible que la vulnerabilidad encuentre mejor morada en la experiencia de una mujer abandonada por su marido y madre de una niña (de nuevo, en femenino), que en un personaje masculino. El gran desafío para esta anti-heroína será enfrentarse a una vida construida sobre unos cimientos que se han volatilizado.

Nuria Mencía es Nagore, una abogada matrimonialista de baja por depresión que es incapaz de conciliar sueño y mente. Nagore recurre a su madre Maite, Veronica Forqué, que la introducirá en un extraño círculo social alrededor del yoga. Andoni es el maestro, interpretado por Pietro Olivera. Su hijo Mikel, Martiño Rivas, es pura adrenalina, lo mismo que su pareja Leire, Camila Viyuela, que parece segregar hormonas de atracción sexual a su paso. El último en completar el círculo es Íñigo, hermano de Andoni, también recién separado e interpretado por José Ramón Iglesias.

Pronto descubrirá Nagore que entre todos ellos fluye una vitalidad que está muy ligada a instintos físicos muy básicos. En un estado de parálisis emocional e intelectual, la protagonista irá recuperando la confianza y la ilusión gracias a un entorno en el que lo físico manda sobre lo racional, y en el que los afectos (que son de ida y vuelta) se entrecruzan en una partida a seis jugadores.

Esta obra, que es muy íntima, se construye sobre los ingredientes clásicos de la dramaturgia de Sanzol: el humor, la musicalidad y la profundidad de sus textos. La combinación consigue que sus piezas sobrevuelen livianas. Y el público, embaucado, deglute un bocado difícil envuelto en una atmósfera de complicidad y risas.

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Aunque aprecio esta habilidad innata por el humor de Alfredo Sanzol, hay dos cualidades que siempre destacan más. La primera es la solidez de sus montajes. Sanzol dirige y monta en escena, elige a sus intérpretes y construye producciones que cuentan siempre con un reparto solvente y muy creativo, que aporta mucho a la trama. La pieza es obviamente para la actriz Nuria Mencía, que es perfecta alter ego de Sanzol porque mezcla un tono de expresión cercano, casi cheli, con una profundidad emocional fuera de lo normal, y todo regado de un enorme sentido cómico. Verónica Forqué hace de madre “hierbas”, un personaje muy típico en ficción, por algo será. Los tres hombres son tres estadios distintos de la feromona. Martiño Rivas, guapo y atlético, está simplemente divertidísimo como entrenador personal. Pietro Olivera podría ser él mismo treinta años después, todavía atlético y con ganas de juergas tropicales. José Ramón Iglesias es más sensiblero. No es de extrañar que resulten tan atractivos. Como también lo es Leire, Camila Viyuela, inteligente y guapa, recién licenciada en derecho.

La segunda cualidad que me admira es la maestría de Sanzol hilvanando textos y aterrizando estados de ánimo. Nagore, la protagonista, está destrozada. Ha perdido la brújula y no sabe bien cómo continuar a partir de este punto. No es tanto que eche de menos a su ex pareja, es que ha perdido toda referencia. Este pensamiento, muy orteguiano («Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo»), lo expresa de maravilla Nagore en su monólogo inicial, en el que se enfrenta a una nueva vida transformada por la pérdida de su pareja durante años:

“(…) Amigos ahora tengo que seguir viviendo, pero tengo la sensación de que no es sólo seguir. Es rehacer. Es reinventar. Es volver a construir una vida nueva, pero la nostalgia de la vida pasada es muy fuerte. Los recuerdos son muy fuertes, y son muchos. Son todos. Me sostengo sobre esos recuerdos. Y ahora tengo que esperar a que pase el tiempo para poder tener recuerdos nuevos en los que poder sostenerme de nuevo. (…)”

El otro pasaje electrizante y conmovedor es el reservado a Camila Viyuela. La joven reflexiona sobre el amor multi-banda, ese que se puede sentir por distintas personas al mismo tiempo y que gira en torno a un debate irresoluble, el de la atracción física y los afectos hacia otros. En comunas hippies (como la que por combustión espontánea se monta en La respiración), es habitual que las relaciones se entrecrucen y sobrepongan. Pero Sanzol no quiere trivializar sobre este asunto, y en un monólogo apabullador, hace que el personaje de Leire deje a un lado el tono superficial y se pregunte si, más allá de determinados encuentros eventuales, es posible no sólo sentirse atraído por más de una persona, sino incluso desarrollar afectos. En un pasaje sobre el amor (pasaje que no puede entenderse sin disfrutar de él entero), Leire se pregunta, entre otras muchas cosas, si el amor se puede contar, si puede tratarse como una mercancía que, estando en unas manos, no puede estar en otras. Cuánto amor se tiene, y cuánto se puede dar. ¿Y hasta dónde llega ese amor?…

Para quienes tengan pendiente ver este montaje, no se dejen engatusar por la candidez del tono cómico de La respiración y centren su atención en los textos de los personajes. Encontrarán reflexiones punzantes sobre el amor en pareja y sin pareja, hacia uno, y hacia muchos.

Una última recomendación: a la salida de la representación pueden adquirir el texto de la obra editado por Ediciones Antígona y disfrutar de esos pasajes tan bien escritos por uno de nuestros grandes autores y directores felizmente en activo, Alfredo Sanzol.

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http://www.lacla.es

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La respiración. Teatro La Abadía.

http://www.teatroabadia.com/es/home/

Imágenes por cortesía del Teatro La Abadía. Fotógrafo Javier Nadal.