Israel Elejalde dirige Traición de Harold Pinter, en una producción para el Pavón Teatro Kamkikaze. Es un aparente juego sobre seguro. Escrita en 1978, la obra ha dado la vuelta al mundo, con montajes en varios países. Pinter se valió de su experiencia personal como inspiración para este amor y desamor a tres bandas, entre Jerry, Emma y Robert. Jerry es agente literario, compañero de juventud de Robert, un prestigioso editor. La mujer de Robert, Emma, es galerista, y fue amante de Jerry durante años. Hoy aquéllo queda en los recuerdos del pasado. Robert no ha sido ajeno a la relación, la fue tolerando y a ratos parece haber nutrido su ira consustancial con este engaño.
La obra de Pinter es conocida por una narración temporal originalísima. Contada de 1977 a 1968, los personajes van retrocediendo desde la desilusión hacia la pasión y el inicio del engaño. El tiempo va retrocediendo, mientras que los personajes van mostrando un crecimiento inverso. Su vida ha ido menguando a medida que avanzaba, con la desilusión y la apatía como fin de trayecto.
Traición es apuesta segura porque sigue siendo absolutamente contemporánea. El crítico John Simon, en su crónica de la obra para New York Magazine, destrozó el texto de Pinter, pero curiosamente acertó en lo que sería el éxito de la obra:
If Betrayal registers at all, it is only because nothing, not even human mortality, is quite so unutterably sad as dying of love, whether traced forward or backward.” John Simon, New York Magazine, 21 enero 1980, sobre Betrayal – Harold Pinter.
La caída del amor, junto con la modernísima técnica narrativa, han conseguido que la pieza perdure. Ahora bien, encierra ciertos peligros en su puesta en escena. Los personajes están perfectamente dibujados por Pinter, con bordes demasiado nítidos. Jerry es despreocupado, Emma es la mujer insatisfecha y Robert lleva enfadado demasiado tiempo consigo mismo. El riesgo de una imagen tan perfilada es que la proyección resulte demasiado predecible, y que los personajes agoten pronto al público.
En el montaje de Traición del Kamikaze hay un soplo conmovedor que recorre, en su relato inverso, el período vital de estos tres personajes, Emma (Irene Arcos), Robert (Raúl Arévalo) y Jerry (Miki Esparbé). Es un halo de sensualidad y tristeza, construido de manera coral por un texto limado por Pablo Remón, por una estremecedora interpretación al piano de Lucía Rey, por tres construcciones actorales que difuminan la obviedad de los personajes, y por una dirección que proyecta una mirada bella y triste, sin caer en la gravedad. A todo ello contribuye una puesta en escena cuidada al milímetro, con escenografía de Mónica Boromello, iluminación de Paloma Parra y vestuario de Sandra Espinosa.
Desde el arranque, con los cuellos en pico y los trajes estrechos de ellos, con el pelo rizado y abultado de Miki Esparbé, se produce un viaje instantáneo a los setenta, y a la estética de películas como Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979) o Interiores (Woody Allen, 1979). Israel Elejalde ha tomado la intención melodramática de finales de los setenta, templando el temperamento al que es fácil llevar a los personajes, y ha envuelto toda la producción con una banda sonora pianística, que aparece sólo en los momentos elegidos.
El inicio de Traiciones es fundamental para entender luego el resto de la obra. Y es esencial que se revele, en ese mismo momento, una tensión afectiva que tiene una carga previa que, en realidad, todavía no se ha producido frente al espectador, aunque viene de años atrás. Miki Esparbé comienza como lo que Jerry demostrará ser, un tipo que se va amoldando, que vive lo que quiere en cada momento, que tiene un cierto punto de superficialidad. Irene Arcos conquista desde el inicio, en un personaje que normalmente conduce al rechazo, intuyo que de forma querida por Harold Pinter. La interpretación de Irene Arcos se eleva, y se convierte en el proyector de ánimo de cada momento vital de estos tres caracteres. Es a ratos sensual, y a ratos una heroína melodramática, con una voz poderosísima, y unos gestos usados como subrayado. Se intuye aquí la mano de dirección, porque en los tres actores se nota la finura en los gestos. Con dos simples gestos de brazos, se unen temporalmente dos escenas y momentos vitales, en los que Jerry y Emma recuerdan (de manera distinta) cómo Jerry lanzaba al aire a la niña en la cocina de alguno de ellos.
De Harold Pinter, además de su narración en forma de rebobinado, hay que distinguir el uso maquiavélico que hace de las conversaciones. Los personajes se enredan en el cómo y en el cuándo, tratando de resolver lo anecdótico, esquivando así lo necesario, vinculado a las emociones. La maestría de Pinter consiste en confeccionar un drama a través de diálogos huidizos, en los que normalmente nos movemos las personas. Así es la primera conversación que conocemos de Jerry y Emma, preguntándose por sus respectivas parejas, o los coloquialismos entre Jerry y Robert.
El papel más agradecido de Traición es el del último en aparecer, Robert, un tipo con mayor complejidad, y para el que Pinter reservó mayor misterio. Encierra un peligro en su ejecución, y es la desmesura. Raúl Arévalo ha calibrado a Robert en su punto exacto, con un enfado vital que le acompaña desde el principio al final de la obra, y al revés: desde el inicio de su matrimonio hasta el final de la relación. Se le nota su desprecio absoluto por lo que le rodea, y por esa insatisfacción que empieza en sí mismo y acaba en los demás. Arévalo además enseña a un Robert manipulador y despiadado, que es capaz de sacrificar a su mujer, y que a ratos paladea el saberse conocedor. La escena en Venecia, entre Emma Arcos y Arévalo, en la que se consuma el quebranto del amor, alcanza el punto exacto del tono del montaje. Se trasluce la química, el temor, la rabia y el aprisionamiento.
En este montaje de Traición hay una mezcla inusual de romanticismo y melodrama, de bellas ruinas que son testigo de varios amores y de una amistad perdidos. Anótenla y no se la pierdan.
La clá
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Traición. En breve en el Teatro Kamikaze.
Duración: 1 hora y 25 minutos
Imágenes de Vanessa Rábade. Cortesía del equipo de prensa del Pavón Teatro Kamikaze.
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