Doña Rosita, anotada. Pavón Teatro Kamikaze.

Percibo en los últimos montajes una tendencia teatral, o al menos un ánimo compartido en el que se sitúan los creadores de la escena más actual, desde Àlex Rigola a Pablo Remón.

Y ese espíritu común surge de la combinación de varias voluntades. La primera tiene que ver con un deseo nunca apagado de acercarse a los clásicos, pero con el ánimo firme de mostrarlos desde la subjetividad más absoluta. El otro interés consiste en despojarse de sus propias caretas y enseñarse tal cual son en la obra. Por supuesto, los actores son los primeros en ser arrastrados en este torbellino que pasa por levantar el velo de la ficción.

Son ya un puñado de obras en las que los actores no son rebautizados, sino que construyen cada personaje con el nombre de pila real. O en las que nos esperan a la entrada del teatro, antes incluso de que la acción dramática se inicie.

Estos recursos no son aislados, sino que pretenden lograr una involucración más real con el público. Yo me acerco a ti, me naturalizo, y quiero a cambio que entiendas que soy un espíritu creativo que se acerca a una obra con la misma subjetividad que lo hace el público a cada representación.

En 2019 Pablo Remón realizó este ejercicio con el montaje de Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, pieza dramática de Federico García Lorca que el poeta granadino escribió en el año 1935. Y lo que a Pablo Remón le salió fue una pieza personalísima, reescrita en clave de dramaturgo, con el título de Doña Rosita, anotada.

Lo de “anotada” viene porque cualquier dramaturgo que quiera levantar un clásico, tendrá primero que leer y releer la pieza, dejando sus anotaciones al margen. Remón decidió que esas anotaciones no eran suficientes para escenificar la obra que quería montar. Tenía al mismo tiempo que reescribirla, y no sobre el propio texto de Lorca, sino sobre sus propias acotaciones. El resultado es una escenificación reescrita, en la que el texto nuevo se integra con la acción dramática, sin voluntad de pervivencia propia. Lo digo de otra forma. Remón sin querer hacer una obra propia, siente la necesidad de versionar a Lorca yendo más allá de una nueva puesta en escena. Necesita desmembrarlo, y construirlo mezclado con sus propias resonancias y vivencias.

Lo hace valiéndose de una excusa. Lorca dijo en su día que Doña Rosita es la obra en la que más recuerdos de su infancia introdujo. Así que Remón, astuto, se sirve del hurto lorquiano, para introducir sus propios recuerdos, en concreto el de sus dos tías. Lo explica perfectamente su alter ego, Francesco Atril, que tiene el don de la naturalidad y de la cercanía. El actor nos cuenta el juego al que estamos asistiendo, y cómo sólo tres actores (Fernanda Orazi, Manuela Paso y él mismo) interpretarán a algunos personajes escogidos. Pero saldrá bien, nos advierte.

Manuela Paso será una de las tías, y el ama (que, en esta versión, se actualiza pasando de andaluza a rumana). Francesco Atril será el autor que introduce las interjecciones y las anotaciones de Remón. Y también el novio que, habiéndose prometido con Doña Rosita, se fue y no volvió. Fernanda Orazi será la otra tía, y la protagonista lorquiana con sus 42 años y ya para siempre solterona.

Doña Rosita la soltera es una obra conmovedora en la que Lorca creó un personaje eterno, el de la mujer burlada socialmente, que quedará solterona porque optó por esperar a un novio que nunca volvió. Como el Godot que no aparece o el Coronel a quien nadie escribía.

Doña Rosita es además un personaje shakespeariano que vive en su determinismo. En sus anotaciones, Pablo Remón ha querido incidir en ese aspecto, y dar sentido al inmovilismo de Doña Rosita. Es, para mí, el encuentro más bello de la obra. Fernanda Orazi ya ha recitado el pasaje más conmovedor del texto lorquiano que es siempre estremecedor cuando lo declama una gran actriz.

Remón da un salto al pasado, y lleva a Francesco Carril y a Fernanda Orazi al último encuentro furtivo en la hierba, a las palabras de enamorados que se prometen en ese instante y en que se juran amor eterno. Y si la vida de Doña Rosita se juzgase por ese sólo instante, no sería la solterona avejentada que el resto ve, sino que su verdad y su belleza serían otras. Remón juega así con el tiempo interior e ingrato que no pasa para esta mujer, encapsulándolo en esa vitrina que es el jardín verde. Y reclama para ella lo que todos, en nuestra medida, tenemos. Encuentros que, de haber perdurado, nos hubieran llevado a otros destinos. Pero su memoria y recuerdo se quedan dentro de cada uno, como la espina, el anhelo, la oportunidad o el goce no satisfecho.

Permítanme que aquí me quede, porque ésta es la anotación más vibrante de la obra, y en cuya verdad, como le sucedió a Doña Rosita, se quedó parado el tiempo.

Una pieza así tiene marca de casa, y puede verse en el Pavón Teatro Kamikaze, hasta el 13 de diciembre.

La clá

www.lacla.es

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Doña Rosita, anotada.

Teatro Kamikaze | Un espacio artístico abierto y vivo

Duración: 1 hora y 25 minutos aproximadamente.

Imágenes cortesía del Pavón Teatro Kamikaze. Fotógrafa: Vanessa Rábade.