
Ha cerrado la última obra de la dramaturga Lucía Carballal su paso por el Centro Dramático Nacional. En esta ocasión Carballal ha hecho un retrato de un mundo que conoce bien, la sala de creación en la que trabajan guionistas televisivos. A través de su nuevo texto teatral, la autora ofrece una mirada ácida hacia los egos que se mueven en esta industria de la creación. Una de las capas superpuestas de esta mirada es un ejercicio autobiográfico de la propia Carballal, y en el que se abre a mostrar parte de sus vivencias como artista. Carballal se ha hecho cargo de la dirección, con lo que la producción se beneficia también de su visión en la puesta en escena del texto.
En esta producción del Centro Dramático Nacional ha participado un equipo artístico y actoral de primera línea. Israel Elejalde es Jacobo, el jefe de guionistas trasnochado, capaz de generar nuevos éxitos televisivos como la ficticia Hijas del voleibol, pero que demasiados años en el oficio han hecho que se convierta en un tipo cínico que desarrolla una ficción manida. Elejalde, con ese porte de seriedad, imprime el toque perfecto a este personaje. A ratos parece un Paco Umbral, carismático, seguro y excesivo en sus convicciones, también en sus prejuicios. Elejalde le da el toque inteligente y cínico de Jacobo. Es vetusto en sus convicciones, pero también conserva el encanto de un ingenio pasado de moda. Miki Esparbé es Max, un joven profesional que bien podría ser el retrato más joven del propio Jacobo. Esparbé despliega un encanto desaprovechado hacia el final de la obra. Alba Planas es la hija de Jacobo. Planas es el aire de juventud en una obra de adultos que viven su propio descreimiento.

El punto álgido de la obra está, para mí, en las escenas de la actriz Manuela Paso. Los diálogos entre Elejalde y Paso son una delicia, en especial cuando la guionista cuenta su interés en guionizar un porno más respetuoso. Es en el espejo de Manuela Paso en el que se refleja la competitividad de la sala de guiones. En una escena magistral, casi de Bette Davis, Manuela Paso reivindica el valor de la edad, del saber hacer, del segundo de a bordo.
Encuentro en el relato de Carballal una contradicción que se agudiza hacia el final de la obra. Es en el personaje de su alter ego, interpretado por la versátil actriz Natalia Huarte. La guionista lucha por su lugar en la sala de guiones. Por una escritura contemporánea, con sensibilidad hacia las mujeres y las distintas orientaciones sexuales. Sin embargo, el tono de Los Pálidos pierde esa templanza entre el humor y la crítica que ha resultado interesante hasta bien entrada la obra. La última parte vuelve a ser un combate entre Jacobo y María, entre el viejo y el nuevo mundo, en el que nadie sale bien parado. Creo que a fuerza de desnudarse la propia autora ha conseguido un efecto no deseado. María se convierte en una especie de Eva al Desnudo que despierta poca simpatía. El ritmo hacia el final también pierde, con un uso del audiovisual que frena la función. Es una pena que las carencias surjan hacia el final, porque la sala de guiones se había convertido en un rin formidable.

El escenógrafo Alessio Meloni está a cargo de una propuesta visual muy estilosa. Los grises y verdes forman parte de esta sala de guiones. Sandra Espinosa viste a los actores con enorme elegancia, en una puesta en escena tan vistosa que parece un catálogo de revista.
El texto de Lucía Carballal lo ha editado La Uña Rota, y en él se puede disfrutar del humor y cinismo que desprende esta historia de Los Pálidos.
La clá
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Los Pálidos. Centro Dramático Nacional.
https://dramatico.mcu.es/evento/los-palidos/
Imágenes de Luz Soria, cortesía del equipo de prensa.