
La negrura se ha apoderado de los escenarios. En esta temporada teatral la he visto en tres espectáculos diferentes de grandes directores de escena: Ernesto Caballero con El Proceso, Marta Eguilior con Medea, y ahora Andrés Lima con Paraíso Perdido, la pieza teatral montada sobre el poema del poeta inglés John Milton (1608-1674). Aunque la euforia pos-pandémica lo enmascare, estamos viviendo en tiempos oscuros, y así lo están reflejando los grandes artistas sobre el escenario. Estas tres obras tienen más en común de lo que parece. En El Proceso, Josef K. es sometido a un juicio cuya causa o detalles ignora. Imputado sin conocimiento de cargos. En Medea una madre que asesina a sus hijos expía en su defensa sus crímenes. En Paraíso Perdido, el demonio somete a juicio a Dios y al ser humano.
Negras y funestas son las tres historias, con un final trágico que viene predeterminado desde el comienzo. Como si se entrelazasen con un siglo XXI en el que el ser humano simplemente avance hacia un destino similar. El mundo se derrite, se anegan las calles de ciudades de Italia, cada puente de vacaciones trae al telediario el asesinato de una mujer y, mientras, los pueblos hermanos y cercanos se aniquilan en guerras.
Andrés Lima (Madrid, 1961) se ha atrevido con una verdadera hazaña escénica: llevar a las tablas una versión condensada del poema épico de John Milton. Paradise Lost está en la cumbre de la literatura inglesa, pero un bello jarrón chino con el que es difícil lidiar. Imposible ponerlo completamente en escena, atrevido rendirle tributo.

El montaje que está hasta mediados de junio en el Teatro María Guerrero es una coproducción del Teatre Romea, el Grec 2022 y el Centro Dramático Nacional. Lima se ha rodeado del mejor talento posible, y le ha salido un montaje bellísimo, difícil e impactante. Sobre un escenario oscuro con un monte ennegrecido, creación de Beatriz San Juan, se desarrolla la dramatización del poema épico. Parte esencial de este montaje es la video creación de Miquel Ángel Raió y el espacio sonoro y música original de Jaume Manresa. Impresionante la altura técnica de este espectáculo. En Lima he visto el uso de medios técnicos con diferente resultado, aquí creo que ha logrado perfectamente sincronizar su propuesta con la parte más visual de la creación. Miquel Ángel Raió, coincidencia o no, es también artífice de otro espectáculo negro y oscuro (al son de estos tiempos), L´enigma di Lea, la ópera sobre texto de Rafael Argullol y dirección de Carme Portacelli que se estrenó hace unos años en el Liceo.

Las imágenes de Raió pasan de una estética fotografía en blanco y negro, que combina formas orgánicas y mares, a coloridos y vibrantes entornos vegetales y animales. Las imágenes van hipnotizando y embelesando, hasta convertir el poema de Milton en lo que otra poeta, William Blake (1757-1827), quiso de él. Si William Blake reinterpretó el poema a través de sus bellísimos grabados, aquí Andrés Lima ha afrontado el proyecto con el mismo propósito. De un lado, Lima ha querido que la dramatización del poema sea un poema visual efímero. John Milton escribió el poema estando ciego. Se ha dicho siempre que el poema es más poderoso en su declamación que en su lectura. Es una obra oral. El equipo artístico de esta producción para el CDN ha querido dotar al poema de la plasticidad icónica que tiene. Muchos pintores, y en especial los grabados de William Blake, han enaltecido el poema.
En su segunda vertiente, y de igual forma que Blake reenfocó el original de Milton, Andrés Lima ha dado su propio enfoque al poema. Lo hace en dos formas conjugadas. Por un lado, en el espejo de la profesión escénica. Pere Arquillué arranca la obra, más pareciendo un director de escena, que una deidad o un diablo. En toda la obra se mantiene ese juego entre profesión artística, actor y demonios. “El mundo está lleno de teatro muy poco peligroso”, se subraya en la obra.
La otra propuesta política que hace Andrés Lima en la obra se concentra en el personaje de Eva, interpretado por la actriz Lucía Juárez. Lima reversiona el pecado original y el estigma acarreado por la mujer. Desemboca en un monólogo complicado y electrizante de Lucía Juárez. Ella, generosa, lo defiende totalmente desnuda, con la voz quebrada, en unos minutos de emoción contenida. Le acompaña Adán, interpretado por Rubén de Eguía.

Con este soliloquio, escrito por Helena Tornero, y con dramaturgia compartida con Lima, se explica el planteamiento de partida. Satán se nos presenta como mujer, y es una enorme Cristina Plazas quien defiende a un diablo que se sitúa en un estadio moralmente superior al creador. Así lo quiso John Milton, que vio en Dios a una representación de la monarquía restaurada, siendo él un republicano derrotado. El diablo, en su infierno, es más justo y más certero en sus reproches y en su propia defensa. Cristina Plazas tiene el cometido de adentrarnos en el Pandemonium, engullirnos con su planteamiento filosófico, y ¡vaya si lo logra!.
A su vera, otro grande, enorme, Pere Aquillué, al que vimos en Madrid en Jerusalem, y a quien siempre es un deleite ver. Aquí hace de un Dios endiablado, con aspecto endemoniado: viste traje, gafas de sol lunares, y camina como enfermo de poliomielitis. Su voz atronadora, su presencia inequívoca le otorga, sin embargo, esa aura de deidad. Ver a Plazas y a Aquillué batirse con sus voces moduladas y resonantes, es de lo mejor de este Paraíso Perdido.
La propuesta se cierra con otros personajes. Dos enigmáticas Maria Codony y Lucía Juárez, que hacen de fantasmagóricas Culpa y Muerte. Ellas con sus cánticos enfatizan el terror de un submundo visceral.
En Paraíso Perdido, Andrés Lima ha creado un poema sonoro y plástico, muy arriesgado en una propuesta escénica dura, y que emociona en muchos de sus pasajes. Un enorme trabajo colectivo artístico, donde todo sincroniza y eleva.
La clá
*
Teatro María Guerrero
Duración aproximada: 1 hora y media.
Imágenes cortesía del equipo de prensa del Centro Dramático Nacional.