Miguel del Arco invita a ver el Hamlet “kamikaze” citando a quien fue el director – actor que, con mayor dedicación, diseccionó al príncipe y el drama: Sir John Gielgud. Decía el intérprete que hacía falta interpretar al personaje más de cincuenta veces para entenderlo. Probablemente lo que haga falta es ver a cincuenta Hamlets distintos, y desde luego el del actor Israel Elejalde es uno de esos “Hamlet” que pasan, por derecho propio, a la lista de imprescindibles.
Hamlet es de las piezas shakespearianas más sólidas e imbatibles. Es un junco que resiste a los vientos del tiempo y a las modas, y que se amolda a ellos para empaparse de distintas interpretaciones.
Cualquiera que conozca la obra sabe que el director contemporáneo tiene varios recursos con los que sorprender. Tan icónicos son algunos de los pasajes que siempre intriga saber cómo aparecerá el padre en forma de fantasma, en qué época se llevará a escena y cómo encarará el actor protagonista los humores del protagonista. Oscar Wilde decía que había tantos “Hamlets” como melancolías, y así lo demuestran las variaciones musicales que sobre el mismo se han montado. Desde el Hamlet oxigenado y melancólico de Laurence Olivier al más reciente y sardónico de Benedict Cumberbach.
Miguel del Arco ha optado por un Hamlet oscuro, de vestimenta contemporánea, pero minimalista y de aire anacrónico. Elsinore no es un lugar, sino una estancia oscura donde las murallas se sustituyen por unas cortinas que se abren y cierran a los secretos de un reino conspiratorio, que recibe las imágenes y las iluminaciones de los distintos sucesos. Sencillamente espectacular es el montaje escénico de luces, proyecciones y escenografía, y a la altura de cualquier producción londinense (donde ya se sabe que no hay restricciones para la puesta en escena).
Mucha de la escenografía depende de los propios actores. Ellos mueven cortinajes y marcan el sitio para que les llegue la iluminación. Hay escenas donde los apartes de Hamlet se marcan simplemente con una luz, lo que refuerza la angustia de sentirse sólo e incomprendido. Hamlet está rodeado de personas fundidas en negro, mientras él sólo exterioriza sus pensamientos. Como el chico de acampada que cuenta la historia de terror con la linterna bajo la barbilla.
La obra arranca con cama redonda donde se agolpan los protagonistas. Nada más empezar pienso en lo mucho que han calado los montajes de la compañía británica Cheek by Jowl de Declan Donnellan que, en estos últimos años, se han podido ver en Madrid. La cama redonda que gira y se mueve y los intérpretes actuando y moviéndose perfectamente acompasados es puro Donnellan. Pero el montaje no es un pastiche, sino un ejercicio que toma prestadas enseñanzas para hacer volar alto, muy alto, las posibilidades que ofrece la coreografía escénica y la múltiple personación de caracteres. Matrícula, pues, en este apartado para Del Arco, Aitor Tejada, Eduardo Moreno (escenografía), Juanjo Llorens (iluminación) y Arnau Vilà (música).
Siguiente apartado, adaptación del texto y puesta en escena. No arranca este Hamlet con el espectro, sino con una relación consumada entre Hamlet y Ofelia. El texto se ha aligerado considerablemente, pero se respetan los pasajes esenciales y los grandes monólogos.
Como guiño añadido a la atemporalidad de Shakespeare y sus grandes alocuciones, se han añadido pasajes prestados de otras obras. Hamlet aglutina tantos pensamientos memorables, que puede absorber algunos más.
El peso de la representación se ha reservado para su protagonista, girando prácticamente todos los pasajes en torno a él, con poda de lo sobrante. Con alguna licencia, claro está.
La primera es la locura sin retorno de Ofelia, en la que Del Arco se permite alguna extravagancia, de nuevo muy “à la manière” de Cheek by Jowl, con baile de regatón incluido. La segunda se produce hacia el final de la obra, donde el minimalismo concentrado se despliega para regalar a los espectadores la lucha de esgrima con trágico final.
Terminemos con los humores melancólicos perspirados por este Hamlet. Israel Elejalde ofrece una interpretación que apenas rechaza ninguna de las derivadas del personaje. Shakespeare se apoderó de los estados psicológicos que vive una persona ante la muerte de un familiar. Y ese proceso curvilíneo, entre la tristeza, la furia, el aislamiento, el rencor, la agresividad y el rechazo, es por el que pasa Hamlet, y el que sintoniza Elejalde. El suyo es un Hamlet vigoroso, brutal y dolorosamente cínico. Sus comentarios punzantes salen de quien se siente tan aislado de su entorno que poco le importa cómo caigan sus palabras. A veces ni las lanza para los demás, sino para sí mismo.
Con una estética perfectamente acompasada para marcar el aislamiento del personaje (fundidos para el protagonista, apartes, etc.), Israel Elejalde saca partido a ese protagonismo, espetando horror y rabia, en una ejecución que mantiene el ritmo y el carisma desde principio a final.
El resto de intérpretes dan un acompañamiento de calidad. Me fascina siempre ver la caída de Ofelia, porque es el personaje detrás del espejo. Hamlet sufre la pérdida violente del padre y convierte su dolor en rencor. Ofelia ve cómo su padre es asesinado por la persona a quien quiere, y su dolor se vuelve tan insoportable que su mente decide escapar hasta el suicidio. Del Arco se lo pone difícil a Ángela Cremonte. Frente a una interpretación poderosa y sobria de Elejalde, a Cremonte el director le pide el exceso. La actriz aguanta el enviste. Mucho ha tenido que enfatizar el dolor previo para que el paso a la locura excéntrica e incómoda de ver, se convierta en triste y patética.
Daniel Freire es padre y tío asesino. Normalmente el rey Claudio es representado con un carácter agresivo y autoritario, no siendo la opción en este montaje. Hay una actitud sibilina de Freire que subraya la maldad y que casa bien con el rey asesino. Queda, sin embargo, entrecortada, y no mantiene el efecto de forma estable. Ana Wagener es una reina con compostura, que defiende bien el pasaje más duro: la narración de la muerte de Ofelia. José Luis Martínez, Cristóbal Suárez y Jorge Kent, completan el reparto con una interpretación bien medida y que acompasa la propuesta de Del Arco.
Hamlet es una obra muy grande y muy gustosa de ver intelectualmente. De las obras de Shakespeare quizás sea la que mayores variaciones musicales permita. Un buen aficionado teatral debe atesorar muchos Hamlet en su haber, y el de esta producción de Miguel del Arco, con Israel Elejalde imantando su furia al personaje, es uno de los que coleccionar.
Y para empaparse previamente: la BBC tiene una sección de entrevistas con los grandes de la escena británica hablando de cada uno de sus Hamlet: http://www.bbc.co.uk/archive/hamlet/.
La clá
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Teatro Kamikaze
Imágenes por cortesía del Teatro Kamikaze.
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