El concierto de San Ovidio. Teatro María Guerrero, Madrid.

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En 2016 se cumplía el centenario de Don Antonio Buero Vallejo (Guadalajara 1916). El año de centenario fue un desastre cultural, según informó Raquel Vidales en su crónica teatral para El País. Un par de años después parece que por fin llega la redención con el que es uno de los grandes dramaturgos del siglo XX. Ernesto Caballero ha programado en el Centro Dramático Nacional un todoterreno: El concierto de San Ovidio, con dirección de otro de los mejores, Mario Gas. El resultado es un montaje clásico, imponente a nivel escénico e interpretativo, y absolutamente respetuoso con el original de Buero Vallejo, y en el que se percibe un texto algo envejecido, que me disculpe el maestro.

La acción toma un hecho histórico de la Francia prerrevolucionaria: la contratación a una orden de beneficencia de una banda de mendigos ciegos para el montaje de unos números musicales en las fiestas de San Ovidio. La trama destila los paradigmas de la dramaturgia bueriana. El grupo de ciegos son los marginados y olvidados de la sociedad, víctimas de la injusticia y de la represión. Su destino está predeterminado por su propia condición física y por una sociedad que los considera ineptos incluso para pensar, sentir o amar. Buero nos muestra que en esos ciegos reside lo auténtico del alma humana, y que su minusvalía lo único que les impide es la visión, sentido que han suplido con otra inteligencia.

Lo más interesante de esta obra sea quizás el contexto en el que la escribió Buero Vallejo. Era el año 1962 y España se desarrollaba bajo los postulados del régimen franquista, en una dictadura que se había asentado y en la que la censura artística bloqueaba los intentos por mostrar otras realidades. Conocida es la ideología de Buero, combatiente en el bando republicano. Los ciegos de El concierto de San Ovidio bien pueden ser los objetores pasivos de un régimen instaurado, y del que se vislumbra un futuro esperanzador. La tragedia de Buero fue siempre una tragedia esperanzada, donde el futuro vendría a redimir los sufrimientos de las víctimas.

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El uso de la ceguera es, además de un homenaje a sí mismo (su primera obra, En la ardiente oscuridad, es protagonizada por un ciego), una referencia a una concepción literaria universal. Los ciegos se representan como personas carentes de un sentido físico, que en su concepción idealizada es suplido con grandes dotas de inteligencia (El lazarillo de Tormes). El dramaturgo decimonónico Maurice Maeterlinck escribió varias obras teatrales en torno a la ceguera que, por cierto, pudieron verse en un ciclo dedicado por el CDN a este desconocido autor teatral. El portugués José Saramago recurrió también a este impedimento físico para retratar a una sociedad perdida que cae en el horror en Ensayo de la ceguera. Son muchos los ejemplos simbólicos que la literatura ha dedicado a la ceguera, pero el más poderoso, como recuerda Mario Gas en una entrevista a José Luis Romo para El Mundo, es el que usa la ceguera como espejo social: “A veces la ceguera es una forma de visión”.

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La producción para el Centro Dramático Nacional es fiel al original e incluso respeta muchas de las indicaciones de escenografía que Buero incluía en sus dramas. Fiel a su concepción artística (la vocación inicial del dramaturgo pareció dirigirse hacia las artes plásticas), Buero Vallejo compuso el drama tanto desde el punto de vista dramático como visual, con anotaciones sobre escenografía, salidas y vestuario. La producción destaca por un altísimo nivel interpretativo, siguiendo la más pura tradición teatral. Actores de tablas que sacan la tipología de los protagonistas buerianos y que manejan con temple los episodios de mayor condensación trágica. Por el enorme trabajo coral merecen ser mencionados todos como integrantes del reparto:  José Luis Alcobendas, Lucía Barrado Ireneo , Jesús Berenguer, Mariana Cordero, Pablo Duque, Javivi Gil Valle, Nuria García Ruiz, José Hervás, Alberto Iglesias, Lander Iglesias, Ricardo Moya, Aleix Peña, Agus Ruiz y Germán Torres.

 

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Enormes Alberto Iglesias y José Luis Alcobendas

 

Tremendas son las escenas del tonto Ricardo Moya, mayor bufón de la banda musical. Y el conformismo cruento de Javivi Gil Valle. El joven Aleix Peña responde con la inocencia traumatizada del más pequeño del grupo de ciegos. El villano de la tragedia es para José Luis Alcobendas, un oportunista crecido al amparo de los tiempos en los que vive. Alcobendas, que es un solidísimo actor de teatro, lo interpreta con sobriedad y sin excesos. El peso de la obra se lo lleva Alberto Iglesias (que ya trabajó con Mario Gas en Largo viaje del día hacia la noche), que no sólo compite con un héroe tosco y poco empático, sino con el peso del papel que hizo en su día José María Rodero. En una interpretación sobria y con empaque, Alberto Iglesias enaltece una producción hecha para satisfacción y deleite de quienes apreciamos el teatro en su forma más clásica. Sin nada que reprochar a una obra técnicamente redonda, el foco se centra en un texto que ha perdido las resonancias sociales que tuvo en su día.

Es, en todo caso, un placer ver a Buero Vallejo sobre las tablas, autor de las mejores obras teatrales de nuestra dramaturgia, entre las que destacaré una de las producciones que más me han impactado. Se trata de El sueño de la razón (producción de 1994 para el CDN), con otro portentoso primer actor, Manuel de Blas. Larga vida escénica a Don Buero.

La clá

http://www.lacla.es

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Teatro María Guerrero. Centro Dramático Nacional.

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