Hay ocasiones en que llega un clásico moderno y te azota con mil impactos de ametralladora sobre la cara. Don Ramón del Valle Inclán publicó en 1919 (cien años, se acaban de cumplir) la obra Divinas Palabras, cumbre de su obra dramática, y compendio de su visión tragicómica y esperpéntica de la vida. Fue representada en el Teatro Español por Margarita Xirgú en 1933, y en otros muchos grandes teatros. El cineasta sueco Ingmar Bergman quedó fascinado por el libreto y también lo llevó a las tablas en su Suecia natal, allá por 1950. Los proyectiles que el texto dirigió a su imaginario son seguramente muy parecidos a los que produce en el espectador del siglo XXI.
Existe la noción de viaje o travesía de unos personajes bastos, de naturaleza oportunista, guiados por el olor del dinero y del vino, “torcidas gentes”, en palabras de Valle Inclán: gente que no trabaja y corre caminos. Recorren tierras pobres con una suerte de carretón que sirve para trasladar a Laureaniño, el Idiota, un enano hidrocefálico al que se disputan dos cuñadas para mostrar en ferias, y sacar con ello un puñado de monedas. Como si fuera un objeto en multipropiedad se lo turnarán a la muerte de la difunta madre.
Mari Gaila será la que más provecho saque, acompañándose a ratos de una troupe de seres infestos, Pedro Gailo, Rosa la Tatula, el Ciego de Gondar… Como en otras obras de la literatura, del cine y de las artes, los cómicos representan la degradación del individuo, son seres sin rumbo que sólo sirven para entretener a sus semejantes y que personifican los vicios de la lujuria o la carne. Los proyectiles tienen ecos en películas como La Strada (Federico Fellini, 1954) o Noche de Circo (Ingmar Bergman, 1953). Si pensamos en las influencias del propio Valle Inclán, seguramente por su cabeza rondasen los pecados representados en el pueblo por los grandes pintores flamencos, entre ellos El Bosco, y el tenebrismo barroco de Goya, que tuvo en su serie de grabados de los Caprichos, la plasmación visual de la crisis de siglo. Recordemos que estos grabados son verdaderos poemas visuales, en los que la imagen queda expuesta por el sobretítulo que a cada lámina le atribuyó el pintor.
Se habla también del coetáneo José Gutiérrez Solana, pintor y gran admirador de Goya, como inspiración también del dramaturgo gallego. Compartieron los dos una visión oscura sobre España y sus aldeanos, coetánea al expresionismo europeo. Prostitutas, artistas extraviados, grupos de seres enmascarados, con facciones deformes.
El director y dramaturgo José Carlos Plaza repite con Divinas Palabras en la producción que ahora se representa en el Teatro María Guerrero. Ha montado la obra en épocas y con versiones diferentes: en 1987 en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, en 1995 en Alemania y en versión operística en 1997 con Plácido Domingo para el Teatro Real. El director cuenta así su fascinación con esta pieza teatral a propósito del montaje actual en el Centro Dramático Nacional: “Divinas palabras describe, a través de un pequeño núcleo, un pueblo animalizado, mezquino, inculto, al que mueven las pasiones y no la razón; exagerado, lúdico y mu manipulable por la falta de medio que su mente tiene para un mínimo discernimiento… un espejo distorsionado de nuestra sociedad actual”.
Hay en la pieza teatral una mirada crítica de Valle Inclán que dirige por los dos costados. A esa Iglesia que está en un plano de fondo, como superchería, o como lugar en el que sacar mejor provecho a la mendicidad, y, por el otro costado, al pueblo envilecido, que cae en el tumulto, y en las peleas grupales, y que se ve dirigido por la codicia. No hay héroes en Divinas Palabras. La piadosa segunda cuñada no es tampoco un bastión de virtud, sino más bien una hurraca aleccionadora y envidiosa. La familia es la tercera institución que sale mal parada: las familias, si no son padres para hijos, hay que tenerlas como ajenas, dice Valle.
Se eleva la nueva producción del clásico realizada para el Centro Dramático Nacional por su bellísima puesta en escena, con estética cercana al Romanticismo pictórico, obra del escenógrafo Paco Leal y del equipo de vestuario. Colores terrosos para telares hechos a remendones, donde el bermellón del atuendo de María Gaila sobresale entre marrones. Son escenas que recuerdan a Goya (al aquelarre que atesora el Museo Lázaro Galdiano o la lucha a garrotazos / navajazos del Museo del Prado), o la bella pose de Laureadiño calcada a la imagen del cuadro La muerte de Marat, de Jacques-Louis David (1793).
José Carlos Plaza ha querido envolver el montaje de una cuidadísima producción con fuertes referencias artísticas, dando contexto artístico a la obra de Valle Inclán. Junto con homenajes clásicos, también los hay a la pintura coetánea del dramaturgo gallego. En una escena con mucha fuerza visual, los aldeanos blanden paraguas negros, a modo de espantapájaros, que mucho se asemeja a los corros de aldeanos deformes que pintó José Gutiérrez Solana, o a las escenas costumbristas del extremeño Adelardo Covarsí. La superstición siembra en estas tierras donde las campanadas, como las oraciones cristianas, suenan a repiques forjados en la tradición colectiva, que más sirven para ahuyentar malos farios, que como creencia verdadera. La creación plástica se acompaña de la música compuesta especialmente para el montaje por Mariano Díaz, que intercala distorsiones melódicas con golpes y soplidos animales.
Al empaque visual y sonoro le acompaña un elenco de actores devotos al texto y a la mirada grotesca de Valle. Algunos son habituales en las producciones de Plaza, como Carlos Martínez Abarca (Pedro Gailo), María Heredia (Simoniña), Alberto Berzal (mujeruca) o Luis Rallo (Miguelín). Todos compaginan varios papeles, pues Valle Inclán ideó todo tipo de especímenes, intercalando personas y animales. Quizás en un guiño a la tradición pictórica flamenca de artistas como el Bosco, José Carlos Plaza ha hecho que los actores combinen aldeanos con cerdos, produciéndose así una visión antropomórfica de los personajes.
Diana Palazón coloca, como quien dice, la historia sobre escena. Muere la madre entregada que deja al hijo deforme sin quien le cuide. Fortísimo el impacto emocional de esta escena, con Palazón devastando con una muerte poco épica, mientras que Javier Bermejo se retuerce en sus movimientos convulsos en la carreta. Es uno de los momentos dolorosos y emocionantes del montaje.
Siendo una obra muy coral, en la que el conjunto de los personajes va componiendo un retablo deforme, destacan tres grandes papeles. María Adánez es la pecaminosa Marí Gaila, a la que envuelve de jovialidad y codicia, cantando y elevando la voz, dando la ordinariez que el personaje requiere. Una de las grandes escenas es el enfrentamiento con la cuñada, o sus pasajes más ebrios. Su contrafuerte lo interpreta Consuelo Trujillo, que está enorme como hurraca encorvada, envidiosa y chismorrera. Tiene esta actriz la virtud de dejar personajes que se imprimen en la memoria. La recuerdo, esta vez erguida, como aristócrata rusa en El huerto de guindos, maravillosa producción de Raúl Tejón para La casa de la portera. La tercera es Rosa la Tatula, interpretada por Ana Marzoa, enredosa y pícara, pero con un aire inteligentemente comedido por la actriz. Marzoa le dota de un suave galleguismo que refuerza la hondura hacia las aldeas y pedanías que supuestamente recorren los personajes.
En una mofa hacia el que sería el apuesto amado, Valle Inclán inventa a Séptimo Miau, interpretado con gallardía por Alberto Berzal, al que acompaña, por cierto, un títere – perro de bonita imagen: Coímbra. Luis Rallo es el más rufián, y así lo interpreta Luis Rallo, con poses de picaresca. Emocionante es el ciego de Chema León, otro comparsa que acompaña a la improvisada troupe. En la obra de Valle, se mezclan personajes con deficiencias físicas, con personajes con todo tipo de carencias.
La producción corre hacia el trágico final, en el que los aldeanos se vuelven turba, y aparece el pueblo que castiga y empala. Siguiendo la tradición trágica (muy a la manera shakespeariana), mueren los principales personajes. Pero entre tormentos y tragedias, no hay esperanza ni gloria ni redención. Sólo unas palabras divinas, declamadas en latín, que caen, como quiso Valle, en una producción de manufactura sobresaliente.
La clá
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Divinas palabras. Teatro María Guerrero.
Del 13 de diciembre de 2019 al 19 de enero 2020.
Duración: 1 h y 50 min aprox..
Imágenes cortesía del CDN de marcosGpunto.
Imagen de La mort de Marat cortesía de Musées Royaux des Beaux-Arts de Belgique.
https://www.fine-arts-museum.be/fr
Imagen de José Gutiérrez Solana, Máscara de las Escobas (c. 1935), cortesía de Casa de Subastas Ansorena.
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