La Geometría del Trigo. Teatro Galileo y en gira.

Las últimas piezas que he visto de Alberto Conejero en teatro estaban siempre tintadas con colores terrosos. No es casual, Conejero construye una dramaturgia sobre arena, piedras y guijarros, que no es otra cosa que el país y el paraje que habitamos. En La geometría del trigo, Conejero ahonda en la historia familiar, la de dos generaciones de este país, creando una cadena molecular que va de presente a pasado, y luego se entrelaza.

En el presente José Bustos es Joan, un tipo que emprende un viaje hacia el pueblo familiar que nunca pisó, acompañado por su pareja, Eva Rufo, en mitad de un torbellino de pareja. Joan se cuestiona su vida, su pasado y su presente, y Eva no puede más que empujarle hacia una toma de postura. El detonante es el fallecimiento de su padre, y una misteriosa carta que dejó escrita su madre, invitándole a indagar sobre sus orígenes.

En esa tierra tenías que haber nacido tú…” dejó dicho su madre, y así empieza un recorrido por los parajes evocados por Conejero. Joan es catalán, nacido en Barcelona, emparejado con otra catalana, y a quien unas tierras andaluzas se le antojan demasiado lejanas. Y, sin embargo, su madre le habla del que debía haber sido su otro destino, incidiendo en la casualidad de los lugares que nos ven nacer y crecer, y del apego a los mismos.

En el salto al pasado habitan Zaira Montes, que interpreta a una madre sureña, guapa, vital, luchadora y sufrida. Zaira entona un acento sureño suave, tirando a ronco y dulce. Juan Vinuesa es Antonio, su marido, un tipo hosco, enterrado en el trabajo en la mina. Arriba sólo hay olivares y un sol insoportable. A Antonio se le nota desde el primer momento la lucha interna entre una tierra donde las cosas no cambian de la noche a la mañana, y una mujer para quien quiere algo mejor. “No es suficiente que no nos vayan mal las cosas”, se dicen, “nos tienen que ir bien”. En ese estado de cosas llega Samuel, interpretado por José Troncoso, que regresa al pueblo, a restaurar un molino. Consuelo Trujillo es la suegra, o el oráculo, o el saber enterrado en generaciones y generaciones de mujeres que han visto, vivido y oído. Una mujer cuya vida ha transcurrido en un pueblo caluroso del sur, en el que todos se han conformado y callado.

En esta historia hilvanada a base de secretos y saltos al pasado, Alberto Conejero cose sutilmente el retrato de un país formado por generaciones emigradas a Francia o a la ciudad, de barceloneses que se hablan en catalán (gran acierto los pasajes de Eva), y de sureños que se expresan en su propia lengua ceceante. Un país poblado por aldeas secadas por la minería, en las que el porvenir lo traen marcas extranjeras de coches, y, quizás con suerte, la explotación de hoteles rurales.

En este relato que va ligando ingredientes en la cocción, se producen momentos de una intensidad dramática que llevan al espectador a experimentar una sorda emoción. Zaira Montes ha ido impregnando el ambiente sureño con la perfecta mezcla entre aspiraciones y apego a su marido y a su tierra. Juan Vinuesa construye a un Antonio de semblante agarrotado, contenido, hosco y en estado lucha consigo mismo. Vinuesa hace notar que algo ocurre, sin que su semblante dé pista alguna. Vinuesa ofrece una interpretación estremecedora, donde sus pensamientos y emociones asoman con el freno de mano puesto, para no dejarse caer por el precipicio.

José Troncoso construye a un tipo simpático, enmascarándole con sutileza para hacer que luego despliegue. En la sutileza, sin embargo, va desvelando ráfagas de la verdad que le ha hecho retornar al pueblo. En los diálogos entre Vinuesa y Troncoso se produce una sintonía absoluta, en la que se contrapone el tipo quieto y contenido, con el hombre agradable, que ansía cambiar las cosas. Hay momentos teatrales en que una pareja de intérpretes logra complementarse de tal forma que sólo es posible pellizcarse y tomar aire para que no borboteen las lágrimas de emoción. Vinuesa y Troncoso alcanzan esa condensación de energía, con toda la retranca de la historia sobre sus espaldas.

Renglón aparte siempre para Consuelo Trujillo, que es una actriz que reina en las tablas. Aquí se convierte en la Casandra agorera, y en ese pasado que aún está enquistado en el sentir español. Las cosas hay que dejarlas enterradas, no buscar ni los caprichos ni los sueños, y dejar que la vida transcurra en el trabajo, sin levantar la mirada. Emocionante es su monólogo.

En los colores terrosos está la escenografía de Alessio Meloni, con una grieta que es la gruta de entrada a cualquier familia. Gran trabajo de iluminación para David Picazo, con unos fuegos artificiales a base de sonido y destellos de bombilla.

La geometría del trigo inicia ahora gira. Es una preciosa pequeña historia de España, que transcurre entre olivares, minas y fábricas de Suzuki, con acento sureño y con pasajes en catalán, que se mueve entre anhelos y renuncias. Mostrando que somos muchas cosas a la vez.

La clá

http://www.lacla.es

*

Teatro Galileo

https://galileoteatro.es/

Imágenes de MarcosGPunto