
El teatro depara, en ocasiones, segundas y terceras oportunidades. Lo comentaba hace poco con una amiga que se perdía una función por cierre perimetral en su localidad. Y le ponía el ejemplo de “Los que hablan”, pieza de enorme éxito en esta temporada teatral que ha ido agotando entradas desde su estreno en el Teatro del Barrio. Finalmente la cacé en reposición en el Teatro La Abadía, que es además como un segundo hogar para sus creadores.
Participé como público en aquella otra reciente conjunción astral entre el actor Luis Bermejo, el dramaturgo Pablo Rosal y La Abadía durante el confinamiento “duro” en una producción en streaming de “teatro en casa”, con el título de Informe Lejía. Aquella pieza comparte con Los que hablan el gusto por los diálogos a nadie, y ciertos tintes de humor carpetovetónico.
En contraposición, les diría que Los que hablan es, transcurridos tan sólo unos meses, una obra de madurez. El humor cáustico, absurdo y sin excesivas pretensiones realiza la genuflexión ante un propósito definido: mostrar el trabajo de ejercitación de los actores y, de carambola, preguntarse por la esencia de la construcción teatral.
Entran en escena dos figuras, Luis Bermejo y Malena Alterio, vestidos en tonos terrosos, con maquillaje clownesco. Así vistos, en tono sepia, tienen algo de Chaplin y algo de arlequines. Comienzan a comunicarse con onomatopeyas, buscando palabras. Luego las encontrarán, y entrarán en una búsqueda de diálogos. Y más tarde de personajes y caracterizaciones. A ratos, el ejercicio de improvisación se interrumpe cuando los personajes vuelven a su personaje inicial, el de unos actores que tratan de comunicarse. Y en esos momentos se produce de nuevo el bloqueo. “A menudo tengo que pensar en las palabras”, dice uno, “no las tengo tan a mano”.

Rosal ha escrito una pieza con tintes claramente beckettianos. Contrapone con suavidad la versatilidad de los actores, con la realidad de sus personajes. Los cómicos son capaces de deglutir y regurgitar cualquier escenificación, ya sea absurda (unas lluvias torrenciales o un diálogo entre amigas) o funesta (la lectura de una carta en un funeral). Pero cuando cae la careta se encuentran indefensos, buscando palabras y poses.
Se entiende la fascinación de Rosal por el juego. La salida de cualquier teatro siempre provoca una sensación de extrañeza. Muchos de los textos que se escenifican sobre las tablas tienen un carácter tan sublime que luego la realidad de nuestros pobres diálogos de mortales, nos provoca el sonrojo.
El éxito de esta pieza se levanta sobre un trabajo de cómicos majestuosos, el de Malena Alterio y Luis Bermejo. Subidos a un balancín dialéctico se van lanzando bufonadas, guiños, gestos y complicidades. Cuando sube uno, baja el otro, encandilando con su elegante hacer de cómicos.
La clá
*
Los que hablan. Teatro La Abadía.
Fotografía cortesía del equipo de prensa. Fotógrafa Laura Ortega Pinillos.
Duración aproximada: 70 minutos.