Tout le monde ne peut pas être orphelin. Compañía Chiens de Navarre. Teatros Canal.

Por Madrid pasaron como un soplo de aire corrosivo y fresco la compañía francesa Chiens de Navarre. Acceder a su página web es ver una colección de cancelaciones en gira por Francia. “Annulé” no es el título de un espectáculo sino la situación de muchas compañías francesas en paro absoluto. Vinieron con ganas a los Teatros Canal, se notaba en los guiños constantes a nuestra cultura introducidos como interjecciones a la pieza estrenada en 2019, Tout le monde ne peut pas être orphelin (No todo el mundo puede ser huérfano).

Chiens de Navarre es una compañía creada por Jean-Christophe Meurisse en el año 2005. Sus espectáculos hablan de la identidad francesa, del teatro y de la sociedad actual. En Tout le monde… se centran en la institución principal de la sociedad francesa: la familia. La conexión con el público en Madrid fue inmediata. La familia también bascula en nuestra forma de sentirnos españoles.

La pieza comienza en una cena navideña de suegros, hijos y yernos. Suenan los temas musicales típicos de esta época del año, casi como si fuera la BSO de Love Actually. Los comensales hablan entre ellos como lo hacen los franceses “à table”, discutiendo, no peleándose sino confrontando opiniones. Parece que vamos a asistir a uno de los leitmotiv de la ficción francesa. El de las peleas familiares en entornos cotidianos y burgueses. Esa es la trampa. En el primer pronto de uno de los comensales, Alexandre Steiger se lanza sobre la yugular de sus padres por la decisión de vender la casa. El cabreo está majestuosamente teledirigido, de tal forma que, sobrepasado un punto, sabemos que les Chiens de Navarre nos han colocado en un estadio de hiperrealidad. Steiger espeta el discurso más cínico. Nosotros (en referencia a la generación de los de 40 años), no hemos vivido épocas de bonanza, y estamos pagando vuestras deudas. Primero de muchos dardos punzantes que se escucharán en esta comedia negra.

Con un ritmo creado en torno a escenas familiares, la pieza adquiere pronto un tono surrealista. Hay influencias buñuelianas que se cuelan en la cotidianidad, como la escena del wáter (sensacional y camaleónica, Charlotte Laemmel), el suicidio (convulsiva Lucrèce Sassella) o la de la operación de cadera en diálogo temporal repetido (formidable Vincent Lécuyer). Pero también toques del Shakespeare más violento, como la escena brutal en que uno de los hijos, Hector Manuel, hace un retroceso a la infancia, con escenas edípicas. El público queda noqueado con el nivel de bestialidad, pero no hay que olvidar que Shakespeare escribió piezas como Tito Andrónico. Lo importante (siempre) es que los desnudos y la brutalidad tengan sentido. De esta escena destaca la mirada hacia la profesión actoral. Uno de los actores se encara a la madre, que no quiere mostrar los pechos. ¿Eres actriz o no lo eres?, le suelta.  Fabulosa Lorella Cravotta como esta madre esperpéntica y perfectamente burguesa. Lo mismo que Olivier Saladin, que pasa de jubilado vivant a un anciano que requiere continuos cuidados.

La compañía causó sensación en el público madrileño, con esta propuesta cáustica. Se les espera, ya con ganas, para la siguiente.

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Chiens de Navarre

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Duración aprox.: 1 hora 35 minutos.

Imágenes cortesía de Chiens de Navarre. © P. Lebruman.