
El Teatro Nacional de Cataluña estrenó, en el marco del Festival Grec de Barcelona, la última pieza escrita por Victor Afung Lauwers, con dramaturgia de Elke Janssens y Erwin Jans, y llevada a escena por la compañía Needcompany. Con el título de “Billy´s Violence”, Needcompany compone una propuesta de diez platos degustación en torno a la violencia de algunos de los dramas de William Shakespeare. La experiencia se levanta como una carta gastronómica de vanguardia. De cada una de las obras teatrales hay un gusto por despiezar lo que interesa y colocarlo sobre un mantel blanco inmaculado, que es la cava del escenario, para resaltarlo. La obra se construye como una sucesión de retablos en la que es posible encontrar destellos de grandes referentes artísticos.
El primero en impactar es, sin duda, Ingmar Bergman, cuyos personajes saltimbanquis y medievales que danzan al unísono para celebrar la muerte, se reflejan en las primeras escenas de Billy´s Violence. Son ocho actores sobre escena de diversas nacionalidades, con intérpretes de primera talla de nuestra escena como Nao Albert, Gonzalo Cunill y Juan Navarro. Otros, como Maarten Seghers y Grace Ellen Barkey son miembros estables de la Needcompany, y forman parte del continuum escénico experimental que viene construyendo esta compañía europea. Con un magistral conocimiento visual del color y de la imagen, las primeras escenas se desenvolverán a partir de unos personajes alegóricos que danzarán con trajes sedosos venecianos. En este homenaje a Bergman no falta ni el bufón, interpretado por Maarten Seghers, a cargo también de la composición musical.
Maarten Seghers será quien nos explique el título de la obra, Billy´s Violence. “Billy”, por el apelativo con el que Christopher Marlowe se refería a William Shakespeare. “Violence”, más obvio, por la selección de pasajes y narraciones violentas de las piezas del dramaturgo inglés. Seghers nos aclara que la producción de Shakespeare se gestó en una ciudad, Londres, en cuyas calles eran habituales las ejecuciones y los violentos asesinatos. Como sociedad contemporánea queremos dar la espalda a semejante crueldad (que entendemos como cosa del pasado), pero la violencia sigue siendo parte de nuestro entorno, local, nacional, europeo u occidental. Y si no, piensen en estos días de conmoción por la paliza arbitraria y en manada a un joven de apenas veinte años.

La obra se plantea en torno a diez retablos presentados en clave femenina. Cada uno lleva el nombre de una protagonista: Porcia (Julio César), Desdémona (Othello), Cleopatra (Antonio y Cleopatra), Marina (Pericles, Príncipe de Tiro), Julia (Romeo y Julieta), Lavinia (Tito Andrónico), Cordelia (El rey Lear), Ophelia (Hamlet), Gruoch (Macbeth) e Imogene (Cymbeline). Las mujeres aparecen como víctimas (la mayoría) o verdugos, y representan alegóricamente la propia violencia, en alguna de sus diferentes manifestaciones.
Los retablos se engarzan a través del apoteósico movimiento escénico de los intérpretes, cuya entrega corpórea tiene visos de ritual de sacrificio. A cada pieza le corresponde un tipo de violencia. Entre las más terribles el asesinato de Desdémona a cargo de un Otelo misógino y maltratador. La escena se estira angustiosamente, como una danza en la que la mujer se resiste a huir de su verdugo, apartando a los rescatadores que se asoman. Él la insulta, a grito de zorra, y acaba asfixiándola en una muerte en directo de una perfección técnica insoportable (espeluznante el trabajo de Romy Louise Lauwers y Juan Navarro). Salta aquí la remembranza a otro referente artístico, maestro de la violencia: Alfred Hitchcock. En “Cortina rasgada”, Newman y una desconocida ahogan en un horno al sicario, durante un lapso de tiempo tan asfixiante como el gas con el que consiguen exterminarlo. Hitchcock defendía que los espectadores se habían acostumbrado a muertes pueriles y fáciles, cuando en realidad matar a un hombre es un acto difícil y exigente. Así es la muerte de la bella Desdémona, sorda, angustiosa, interminable en el tiempo.

Otro retablo: el de los amantes Romeo y Julieta, del que se toma el veneno y el suicidio como baile para mostrar a dos jóvenes inconscientes, ajenos a todo lo que no sean ellos y su fisicidad. Revolotea el sonido de las moscas sobre dos cuerpos en una mesa que van narrando los efectos del veneno, mientras un baile espasmódico y terrible se produce debajo de ellos. La acción del veneno no es romántica, sino coprofágica. Una muerte insufrible de dolores y fluidos como la que narra Flaubert en el final de Madame Bovary. El suicidio, por tanto, despojado de su aura romántica, para mostrar la crueldad de sus efectos y la arbitrariedad de quien lo elige.
En este círculo sofocante de animalidad e hiper violencia, el público se va adentrando casi sin respiración, tomando bocanadas cuando sobre la pantalla se proyecta un nuevo nombre en femenino. Juega Jan Lauwers (director de Billy´s Violence) con el imaginario colectivo de las propias piezas de Shakespeare. Sabemos que Ophelia se vuelve loca cantando entre flores y se suicida, que Lear es un viejo anciano demente, que Macbeth es la ambición asesina. Con este sustrato colectivo, la narración se vuelve absolutamente prescindible, y lo que Needcompany va a proponer al público es un juego de abstracción y destilado. Lear evoca senilidad con sólo nombrarlo, es fácil a partir de ahí llevarle hacia nuevos derroteros, como hacia su incestuoso baile con Cordelia.

Durante los diez pasajes hay momentos de absoluto agotamiento. La obra es difícil de ver, y hay público que se sale de la función. La violencia se recrea en la escena alcanzando, a ratos, momentos insufribles. El sonido de tambores, moscas, gritos… es ensordecedor, la sangre y los cuerpos desnudos son asfixiantes. En este dominio de la pulcra nitidez del fondo con los ataques coreografiados hay una mezcla artística absoluta entre el mundo de artistas como Damian Hirst (con sus naturalezas disecadas) y el aprendizaje del arte y la danza del performance.
La escena más cruenta llega al final, con una bañera de sangre en la que se usa otro elemento escénico (magistral cuando se trata de Shakespeare): los títeres. Comienza con un pequeño homúnculo que surge de un vientre masculino, y que luego se acompaña de pequeños y cabezudos hombres o monstruos, cubiertos totalmente de sangre. El uso de muñecos en Shakespeare no es inhabitual. Consideren la dificultad de piezas como Ricardo III en la que es preciso asesinar brutalmente a dos niños (en 2000, la compañía Propeller trajo un apabullante Ricardo III en el que los niños eran, precisamente, marionetas).

En las dos escenas finales de Macbeth y Cymbeline de Billy´s Violence, los muñecos grotescos insuflan una sensación de desgarro. La violencia ha superado el plano humano y ya debe desenvolverse en el de los monstruos articulados.
De la pieza vale la pena resaltar el absoluto y descomunal trabajo actoral. Los intérpretes se entregan a una experiencia vocal, sonora y física extenuante. No importan los acentos ni los idiomas, se irán entremezclando. El texto se reduce a la mínima expresión, y sólo en determinados momentos surgen retazos de la poesía dramática de Shakespeare. Interesa más martillear con frases repetitivas, dolorosas, balas que se lanzan los protagonistas entre ellos, como muestra de otro tipo de violencia, la que aliena al individuo en familia o en pareja, subyugado y amedrentado por lo que el otro le dice.
Billy´s Violence es una pieza de teatro efímero que surge sobre los postulados del performance. Existe para ser vista de forma contemporánea, pero para ella se ha realizado un ejercicio sobresaliente de ejecución plástica e interpretativa. A Needcompany se le notan sus orígenes belgas, país donde la danza contemporánea (Maurice Béjart) es patria. La expresión corporal que alcanzan los intérpretes (Nao Albet, Grace Ellen Barkey, Gonzalo Cunill, Martha Gardner, Romy Louise Lauwers, Juan Navarro, Maarten Seghers y Meron Verbelen) es sobrecogedora. Viendo a Nao Albert, afianzo el pensamiento sobre este actor. Su interpretación sólo puede surgir de una preparación física absoluta, y adquiere un misticismo, casi sacerdocio, sobre las tablas.
Termino con referencia al público. El espectador entrenado sabe que el público dice mucho de la obra. El patio de butacas era una alegría de espectadores jóvenes, muchos de ellos actores, boquiabiertos ante el ejercicio de experimentación escénica y trabajo desplegado ante el auditorio. Al estreno le sigue ahora la gira. No olviden que en cualquier arte hay que estar atento a lo que hace su vanguardia. Los ejercicios de indagación serán efímeros, pero los resultados de las experimentaciones no. En ese plano es donde desarrolla su trabajo Needcompany.
La clá
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Imágenes cortesía del TNC. Fotógrafo Maarten Vanden Abeele.
Duración aproximada: 120 minutos
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