
El teatro es un juego de realidades en el que se cruza un tiempo real con uno ficticio. En el que la acción dramática transcurre al mismo tiempo en que el espectador vive dos horas de su vida. Al dramaturgo Pablo Messiez le gusta incidir en esa intersección de planos en la que no es posible distinguir dónde se esconde la verdad. Lo dice uno de sus personajes mientras que Juan (Mikele Urroz) come una pera. ¿Dónde está la ficción ahora, cuando no existe distancia entra la pera y la boca de Juan?…
La obra no ha comenzado y los actores esperan a los espectadores, improvisando a medida que el público que va llenando la sala. A ratos avanzan cosas que dirán. Señalan con el dedo cosas que están sucediendo en el exterior de la sala del Matadero. Hay un bebé llorando, mirad. Luego voy a decir ésto o aquéllo, ya veréis. De nuevo Messiez juega con los tiempos. Su concepto del tiempo no es secuencial, tiene algo de oriental donde todo ocurre de manera sincrónica. Lo real, lo ficticio, lo que es, lo que imaginamos.
Esa sincronía se produce también con la propia obra de Messiez. Imposible no encontrar referencias a obras previas. Un invisible hilo dorado enlaza algunas de sus mejores piezas, entre las que se encuentran Todo el tiempo del mundo o El tiempo que estemos juntos. En ellas se crean universos personales en los que los tiempos conviven en uno. Los vivos se entrelazan con los muertos, los personajes con los actores y los actores con los espectadores.
La escritura de Messiez se nutre también de esa convivencia entre pasado y presente, entre sus referentes literarios y su particular forma de escribir. En La voluntad de creer hay aires chejovianos, referencias a Rilke, Octavio Paz y a Kierkegaard, y, claro está, un diálogo con la obra de teatro La palabra del dramaturgo danés Kaj Munk (1898-1944). Ordet o La palabra es la pieza más conocida de Munk que alcanzó a través de la versión cinematográfica realizada en 1955 por Carl Theodor Dreyer la condición de icono.
En este diálogo extemporáneo entre Munk, Dreyer y Messiez destaca la indisimulada referencia estética a la película, construida por un escenógrafo de altura, Max Glaenzel. Como una caja cuyos lados están dibujados sobre el papel, se van levantando a lo largo de la acción unos paneles de cortinas blancas que tienen como punto álgido la introducción del féretro. Glaenzel y la iluminación de Carlos Marqueríe culminan el ejercicio estético en apoteosis visual escénica.
Los personajes se introducen a capón. No sabemos quiénes son, pero sí sus preocupaciones y anhelos. Hay una familia, y un reencuentro. La pieza, como su original, Ordet, reflexiona sobre la fe y sobre los distintos posicionamientos del individuo frente a las creencias. Lo hace también sobre la familia, que se convierte en un infierno (siguiendo el concepto sartriano), o en una tabla de salvación, según se mire. Esa demanda constante de la familia y los hijos, dice uno de los personajes, “eso es lo mejor para no volverse loca”.
Los actores de esta pieza son maestros en el arte de Messiez, que exige naturalidad, mezclada con drama y siempre, siempre, un punto de comicidad. Marina Fantini, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, Íñigo Rodríguez-Claro y Mikele Urroz expresan a la perfección esa verdad que trae el teatro de Pablo Messiez.
La escena más vibrante en esta pieza es la del féretro desde el que la actriz Marina Fantini se enfrenta a la dicotomía de no poder interpretar la muerte. “Me toca estar muerta”, dice, “y eso no se puede actuar”. Fantini se convierte desde esa atalaya que es el ataúd girado hacia los espectadores, en una Winnie semienterrada en un púlpito desde el cual electrifica a los espectadores con sus palabras. Messiez logra en esa escena la sincronía perfecta entre la mentira del teatro, las auto-referencias a sus anteriores producciones (Los días felices) y ese diálogo continuo que emprende con los muertos (Beckett y Ordet).
La clá
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La voluntad de creer. Naves Español en Matadero.
https://www.teatroespanol.es/la-voluntad-de-creer
Imágenes cortesía del equipo de prensa del Teatro Español. © Laia Nogueras.
Duración: 90 minutos