Increíble el éxito de “El temps que estiguem junts”, obra escrita por Pablo Messiez (Muda, Los ojos, La piedra oscura, Las canciones) y montada por el Teatre Lliure en 2018, a través de la iniciativa de teatro virtual lanzada bajo el sobrenombre #LliureAlSofà. En su cuenta de twitter, Messiez apuntaba que la grabación había tenido 7096 visionados en los cuatro días que ha estado disponible en el canal de Youtube del Teatre Lliure. La producción audiovisual era de una calidad alta, con subtítulos en español del original montado en catalán y con dirección de cámara apropiada, pasando de lo general a lo concreto, para no perder parte de la esencia teatral.
“El temps que estiguem junts” es una obra escrita desde una tarima elevada, a la que Messiez pide que se alce el espectador. Estamos en un piso antiguo, de esos que aparecen en las películas de Jaume Balagueró o Paco Plaza: oscuro, y con papel rococó entelando las paredes. Una pareja joven (Clàudia Benito y Eduardo Lloveras) lo acaba de alquilar a una misteriosa joven (Júlia Truyol), que lo ha heredado recientemente. Pero debajo de las sábanas que cubren de polvo muebles vetustos, se posan otras personas, que aparecen como invisibles a la joven pareja. Hay dos planos en la acción, el del chico y la chica (que se aman, hasta romperse), y el de estos personajes rotos, que acarrean un dolor en bucle. Está también el tercer plano, el de los espectadores, con los que Messiez también juega, incomodándolos y trayéndolos a la acción. Y algo con lo que seguramente no contó su autor, una cuarta dimensión, la del confinamiento de estos días, en la que anónimos encerrados hemos revisitado la pieza desde el ordenador o el móvil en casa, con las luces bajas.
Seguro que Messiez ha sonreído al pensar en estos otros fantasmas que han rondado su reestreno virtual.
El público es colocado de inmediato en este piso de personas encontradas, habitado por unos fantasmas que recorren el tiempo como peonzas, enfrascados en movimientos sin sentido, en conversaciones a ninguna parte. A ratos, sin embargo, parece que haya algo de método detrás. Júlia Truyol (Premio de la Crítica 2018 por este trabajo) es el diapasón que va marcando los tiempos y las acciones de los espíritus, como si en la ejecución de los movimientos fuese posible encontrar una razón a algo.
Poco a poco, Pablo Messiez va introduciendo lo que es el corazón de esta obra, el surrealismo más filosófico, especialmente el que practicó el gran maestro cinematográfico, Luis Buñuel. Hay dos grandes resonancias en esta obra de Messiez. La más evidente es la del filósofo Jean Paul Sartre, que logró en Huis Clos (A puerta cerrada, escrita en 1944), crear un infierno eterno en forma de piso, donde el ser humano se encuentra con las mezquindades del otro, al que deberá soportar hasta la infinidad. Otro piso, el de El ángel exterminador (película de 1962, filmada por Buñuel), resuena en esta estancia en la que habitan estos fantasmas en una acción eterna.
Hay algunos momentos en que los planos se tocan. En las dos escenas de sexo (la segunda con menor fuerza, y quizás recortable), los actores tocan con el público. Hay seres hablándose, mientras en la cama la pareja practica sexo en todo su recorrido. La incomodidad, y la sensación de perplejo, es la reacción al proyectil lanzado hacia los espectadores. Ocurre lo mismo con la sesión onanista del chico del apartamento, que va quedando en segundo plano a medida que el baile frenético wagneriano de los fantasmas va in crescendo, con un Joan Solé entregado a espasmos rítmicos. De nuevo, Messiez dirige la mira al público, sacándolo de la comodidad.
Se producen, también, encuentros más explícitos, como cuando Raquel Ferri, un ser que se pasa toda la obra con cara de haber visto algo horroroso e incomprensible, contesta (por fin) a la chica del apartamento (Clàudia Benito) y le confirma que ella también le ve. En un giro de realismo mágico, los espíritus y los seres vivos se mezclan y confunden, como en la aldea de Comala de Pedro Páramo. “Existes”, dice Raquel Ferri, “porque yo te miro, como la gente de las gradas”. Reflexión absoluta sobre la vida, y también sobre el teatro, en su concepción más “brookiana”: el teatro existe cuando hay espectadores. Messiez aquí le da la vuelta, y es el espectador el que nace cuando está frente al teatro.
La obra está llena de hondísimas reflexiones en un texto brillante de Pablo Messiez que logra, como es habitual en él, mezclar lo trágico con lo cómico. En el ADN de esta pieza hay una intención poética por desentrañar el sentido del dolor. Si fuera posible racionalizar lo que persiguen los personajes de esta pieza, unos (la pareja) lo harán sobre la mutabilidad del amor, en tanto que los espíritus parece que buscasen algo cuasi religioso, el sentido a la vida y a la muerte a través del dolor. El personaje más extremo es el que encarna Andrea Ros, una madre que ha perdido al bebé, que es su niña, y que se rebela ante cualquier ejercicio profundo de exploración. “Palabras no, palabras sobran”, grita a todos. Ros es uno de los pivotes de esta pieza, y entrega un personaje trágico y emocionante. Precisamente en uno de los pasajes más dolorosos, Messiez muestra su dominio pleno de la emoción. La madre, incontestable, es frenada por la interpretación de la canción “Formidable” de Charles Aznavour, cantada por Joan Amargós (esplendoroso en esta escena).
Dejo para el final las más bellas palabras, las pronunciadas por Quim Àvila, que abre y cierra la obra con dos monólogos estremecedores. Dice en el de arranque: “El tiempo que estemos juntos será diferente porque será nuestro, y entero y abierto. Todo será posible, todo será probable. (…) El tiempo que estemos juntos, no se parecerá a nada. (…) El tiempo que estemos juntos, estaremos unidos.”
Este apabullante monólogo ha alcanzado, súbitamente, un nuevo sentido en este confinamiento individual que tiene mucho de teatral y de surrealista. Entre mi lista de deseos que espero ocurran, pido que “El temps que estiguem junts” vuelva a montarse sobre las tablas, con esta joven compañía Lliure (la Kompanyia) que es un regalo de talento y un trabajo de Messiez sabio, estremecedor y profundo.
La clá
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Teatre Lliure. El temps que estiguem junts pudo verse en el Canal Youtube durante los días de confinamiento gracias a la iniciativa #LliureAlSofà. Imágenes cortesía del Teatre Lliure.
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