Días Estupendos. Teatro Valle Inclán.


Madrid tiene un sinfín de recintos escénicos. Pequeños, experimentales, académicos, callejeros, clásicos, majestuosos, bomboneras, salas B, cafés, circos y hasta un nuevo tipo: teatros matriuskas. Son espacios que en sus tripas encierran varias salas con tamaños distintos. Unos han sido levantados premeditadamente con esta configuración (los Teatros del Canal o el Teatro Valle Inclán, son un ejemplo), mientras que otros han improvisado la anexión (como el Teatro Español). Estas salas pequeñas programan obras de cámara. Se trata, muchas veces, de propuestas escénicas raras, contemporáneas o incluso de lecturas dramatizadas. Son espacios que ganan en cercanía lo que pierden en comodidad o majestuosidad. Recientemente acaparan la atención con montajes muy aplaudidos y destacan por la ilusión y la energía que desprenden sus partícipes.

La Sala Francisco Nieva del Centro Dramático Nacional es la matriuska pequeña del Teatro Valle Inclán. Sus arquitectos, Ángela García de Paredes e Ignacio García Pedrosa (Premio de Arquitectura Española 2007 por este proyecto), concibieron este espacio como un ático de la sala principal, una suerte de Atenea nacida de la cabeza de Zeus. En esta sala se ha venido representando Días Estupendos, obra actual escrita por el dramaturgo Alfredo Sanzol como cierre de una trilogía. La función arranca con una verbena veraniega en la que una corista de orquesta de pueblo interpreta una versión hilarante de Mi Jaca, adornándola con gorgoritos modernos a lo Chris Isaak. A partir de ahí, se encadenan dieciséis entremeses costumbristas (muy al estilo del humor cáustico de los gags televisivos de Camera Café) en los que se evocan anécdotas veraniegas. “Son historias extremas. De emociones radicales”, ha dicho Sanzol, y que nacen en el contexto de un país, España, que es “destino de turistas” y en el que “la mirada veraniega ha sido fundamental para construir nuestra identidad”.

Alfredo Sanzol se basa en la idea del verano como paréntesis vital (inspiradora de novelas, películas y series de televisión) para ofrecer una visión paródica de las vacaciones. En los años 50, Berlanga narró el fin de esos días felices y naíf del verano y el adiós a la infancia en la película Novio a la vista. Años más tarde, la serie Verano Azul marcó a una generación, probablemente también a Sanzol quien, quizás como guiño, introduce la bicicleta en más de una de las dieciséis historias. Otro de los elementos cómplices de Días estupendos es su escenografía. Las aventuras veraniegas se suceden en un entorno de sierra granítica, rodeado de belloteros y encinares. Unos montes visitados por todos en vacaciones o excursiones domingueras. En este paisaje patrio, los cinco actores (Paco Déniz, Elena González, Natalia Hernández, Juan Antonio Lumbreras y Pablo Vázquez) nos divierten con sus andanzas, demostrando por igual sus dotes cómicas. En alguna de las situaciones creadas, el espectador se descubre riendo junto con el resto de heterogéneo público sobre el terrorismo de E.T.A. y los gobiernos de González y Aznar. Es una evidencia clínica del humor negro popular que, afortunadamente, compartimos.

El equipo de Días estupendos recoge ya la utilería en el Teatro Valle Inclán e inicia gira invernal con sus historias veraniegas.

La Clá
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Días estupendos. Sala Francisco Nieva. Teatro Valle Inclán.
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Imagen:
Los actores de Días Estupendos al completo. Imagen cortesía del Centro Dramático Nacional.

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