
Ilustración de Tom Bloom para The New York Times http://www.nytimes.com
Este blog publicó hace tiempo un decálogo con buenas costumbres para el espectador teatral. Esta semana, durante el recital de Lorca a cargo de la gran actriz Irene Escolar, sonaron tres whatsaps distintos, una llamada cortada a los pocos segundos y, lo más lamentable, una llamada que obligó a Escolar a parar un bellísimo poema de Lorca hasta que terminase el interminable sonido del teléfono.
Recuerden por favor apagar los móviles del todo cuando van al teatro. Sin vibración, ni luces, ni sonidos.
Éste es el manifiesto del buen espectador:
PRIMERO: Llegar con tiempo a la función. Hay ciudades como Madrid donde la manifestación o la maratón de turno acechan siempre al viandante. Hay que salir con antelación, dejar el coche en casa y disfrutar del placer de observar al público que se va acercando a las taquillas.
SEGUNDO: El que va al teatro, sale de casa. Es una costumbre fea llegar a la sala con atuendo de guerra después de haber estado deambulando por toda la ciudad. Es peor aún entrar con bolsas de la compra. Hay que disponer el ánimo y hacer de la salida un ritual. Cuando las personas se arreglan para un acontecimiento contribuyen a su celebración. Ir arreglados, con maquillaje y perfume (moderado) es parte del rito.
TERCERO: Dar propina al acomodador. Es un gesto tradicional y bonito. Ser recibido y acompañado al asiento es un acto de categoría que merece recompensa.
CUARTO: Apagar el móvil. Es decir: desconectarlo. No dejarlo en modo silencio por diversos motivos: a) el vibrador también se escucha y molesta, y b) siempre está el que pensaba que lo había puesto en silencio…
Últimamente parece que se ha instaurado una nueva moda que consiste en mirar el correo o la aplicación de turno del Smartphone. Estos aparatos tienen una luz que es como una linterna y molesta y distrae a todo el círculo sentado alrededor.
Apagar el móvil es el más importante mandamiento para el buen espectador.
QUINTO: Gestionar la tos. Acudir al teatro en otoño es maravilloso. Tiene un inconveniente: el resfriado colectivo del público. Si uno está bien fastidiado, siempre está la opción de regalar la entrada a un amigo o familiar. Si padece toses ocasionales, nada como ir preparado. En toda obra hay un momento apto para toser a voluntad (cuando hay ruidos o pausas, por ejemplo). En cuanto al caramelo, tenerlo a mano y, sobre todo, que no vaya envuelto en plástico. Se producen momentos tensísimos cuando se escucha el ruido del papel de plástico durante dos interminables minutos.
SEXTO: Disfrutar del propio silencio. Oiga, qué placer no escucharse a uno mismo durante un par de horas. Estar callado y oír a estupendos actores declamar o interpretar. El que uno esté a gusto en la butaca no significa que esté en el salón de su casa. Seguro que hay muchas cosas que comentar de la obra. En cuanto baje el telón hay tiempo de sobra para tertulias e intercambio de opiniones.
SÉPTIMO: No recitar. Hay obras como La vida es sueño con versos maravillosos. Pero salvo que usted sea la Portillo, hay que dejar que sean otros quienes los declamen. Luego en casa uno puede realizar su propia lectura dramatizada. Debe uno recordar que el espectador de al lado ha venido a ver a los intérpretes y no a escuchar al compañero de fila.
OCTAVO: No regañar. Las llamadas de atención y los “Tschhhhhhh” son tan inoportunos como el caramelo, la tos o el susurro del de al lado. Si hay un pesado que no para, dele un codazo y ponga el dedo en la boca para que calle. Recomiende luego este blog.
NOVENO: No salir corriendo como alma que lleva el diablo. La recompensa de los actores es el aplauso y la ovación. Es lo que merita, más que nada, el ejercicio que acaban de realizar. Si gusta la obra, hay que aplaudir a rabiar, y si no, moderarse o incluso no aplaudir si se quiere. Pero en ningún caso se debe huir despavorido cuando baje el telón.
DÉCIMO: Disfrutar, que de eso se trata. Y si es posible, olvídese del móvil, la tos o el caramelo que pueda sonar. Es más importante lo que ocurre frente a uno.
La clá
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Ilustración para un artículo del The New York Times en el que Erik Piepenburg habla sobre la mala costumbre de dejar encendidos los móviles en el teatro.