“Weeellll, this is something you will remember”. Así terminó para algunos la representación de King Lear en el Duke of York Theatre en Londres, con Sir Ian McKellen como cabeza de cartel. El americano sentado en la butaca de detrás resumió en estas palabras la experiencia vivida. Podría no añadir más porque, aunque cualquier obra teatral suele dejar un recuerdo bastante nítido, las hay que marcan.
El Rey Lear es una de las obras cumbre de Shakespeare, y como en cualquiera de sus dramas, es posible desmadejarla desde distintos ángulos. Un rey mayor, no disputado, reta a sus hijas a que públicamente manifiesten sus afectos. Este acto arbitrario desencadena la cólera del monarca cuando Cordelia, al contrario que sus hermanas, decide no usar ese arte untuoso y grasiento del halago vacuo y superfluo.
La otra historia de Lear se desarrolla también en su corte. Otro padre y noble, Gloucester, también se desentiende de uno de sus hijos, el llamado legítimo, frente a las argucias del otro, el llamado bastardo. Hacia el final de la obra, el rey sin reino, loco y dejado, se encontrará con Gloucester, desvalido y con los ojos arrancados. Habrá llegado ese tiempo viciado en que los locos dirijan a los ciegos, como tan poéticamente lo describió Shakespeare.
Ian McKellen es la cabeza de esta obra majestuosa en la que el actor británico, octogenario, brillará siempre en la memoria de quienes disfrutamos de su creación, probablemente condenando cualquier futura representación de este anciano y desvariado monarca. Su entrada en escena es regia, cabeza en alto, mirada desafiante, paladeando los versos de la obra con prepotencia e ira. Voz y ojos, los mayores atributos de este actor portentoso, irán modulándose, con tal magisterio que a cada acción le acompañará una tonalidad en la declamación y en la mirada. Si al inicio este rey prepotente irradia rencor cuando desposee a su hija más querida, ese poder físico lo irá atenuando McKellen hasta impregnar a sus ojos de una mirada desposeída, a ratos triste, y en los momentos de máxima locura, con destellos de sorna y divertimento. Como el viejo loco que, sabiendo de la inadecuación de su propio comportamiento, se muestra sardónico.
Shakespeare usa las inclemencias del tiempo de manera alegórica. A medida que el rey se aleja físicamente de la corte, se adentra en una tormenta que se confunde con el estado mental del monarca, en el que rayos y diluvios confunden la razón de este hombre desprovisto de antiguos honores y de afectos. Ian McKellen se atreve a bramar debajo de un torrencial de lluvia, sumando méritos a una interpretación que dejó al público extenuado de admiración. Pero volviendo a sus dotes mayores, hacia el final de la obra, tras la reconciliación entre padre e hija, y el rápido desencadenar de acontecimientos, McKellen, con máximo dominio de la pausa y del momento dramático, exclamará los gritos de dolor más conocidos sobre las tablas (Howl, howl, howl, howl!), y poco después morirá, sin estridencias, mostrando el arte interpretativo de alguien capaz de subir y bajar por los temperamentos del hombre en una única representación.
Justo es para el resto del reparto destacar el trabajo magnífico realizado por otros de los intérpretes. La gran actriz Sinéad Cusack (que hace años estuvo en las tablas del Teatro Español con el proyecto de Sam Mendes) interpreta, en versión feminizada, al amigo y sirviente fiel de Lear, Kent, con brillantez y soltura, enseñando que un actor lo es, incluso cuando no está declamando. Mientras que Cordellia (Anita-Joy Uwajeh) desentona gravemente en su interpretación frente al resto, sus dos hermanas (las actrices Kirsty Bushell y Claire Price) destellan como princesas conspiradoras en una corte interesada. La primera, Kirsty Bushell, ofrece una versión tradicional de Regan, mientras que Claire Price le introduce modernidad a Goneril, subrayando su maldad sádica con dosis de humor y cinismo.
En la otra historia, el trío formado por Gloucester (Danny Webb), Edgar (Luke Thompson) y Edmund (James Corrigan), alcanza una perfección absoluta con los tres actores encarnando vívidamente a sus respectivos personajes, y con una declamación pasional de los versos de Shakespeare.
A nivel escénico, la corte inicial de aduladores y de un rey soberbio y consolidado se pinta por el diseñador Paul Wills con los atributos más rancios de la monarquía británica: con tweed, uniforme y barbour. Escénicamente la producción gana sin duda a medida que avanza y se despoja de estos maniqueísmos, de la misma forma que el drama abandona la corte y se adentra en la tempestad.
Es tan portentoso el ritmo y tan fiera la interpretación de los personajes principales, que esta producción para el Duke of York Theatre podría verse despojada de ropas y escenario, quedando solos los actores frente al texto condenado de Shakespeare, en el que el dramaturgo claudica frente a la condición humana. La vejez no moldea al ser humano, no lo dulcifica. La juventud, cruenta y sin respeto, desposee a los mayores. El poder, en manos del individuo, no se usa para el bien, sino para su ejercicio arbitrario y ostentoso. La vida del hombre, dice Lear, es tan barata como la de las bestias.
La clá
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Duke of York Theatre
https://www.atgtickets.com/venues/duke-of-yorks/
Imágenes cortesía de The Corner Shop.
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