La Mirada del Otro. Proyecto 43 – 2. Teatro La Abadía.

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María San Miguel está a la cabeza de Proyecto 43-2, idea que crea en 2011 y con la que desarrolla una propuesta artística y pedagógica alrededor del teatro como herramienta de convivencia y cultura de paz en torno al conflicto vasco. La propuesta está creada a partir de fragmentos de entrevistas, documentación, hechos, testimonios, etc., elementos que sirven para levantar una ficción sobre hechos acontecidos en el País Vasco. “Basada en hechos reales”, diría el género cinematográfico. El resultado es una forma de Teatro Documento que sitúa al espectador frente a historias ficticias que de alguna forma debieron sucederse.

La dramaturgia desarrollada por el colectivo se ha desplegado en una trilogía que pudo verse este mes de marzo en el Teatro La Abadía. La pieza La mirada del otro surge a partir de una carta salida de la cárcel de Nanclares de la Oca (Álava), en la que un grupo de disidentes de ETA muestra su disposición para entrevistarse con las familias de su víctima. La ficción dramatiza el encuentro entre un etarra encarcelado y la hija de un político asesinado a bocajarro por éste. Es el año 2010 y han pasado casi una quincena de años desde el fin del juicio.

La pieza arranca con vídeos caseros, voces en off (seguramente algunas reales), que rescatan palabras y pensamientos de los protagonistas en combate. “Mataron al aita, yo tenía diecinueve años”, se oye por un costado. Del otro: “es muy fácil llegar al bar y decir que eres el más etarra”. Y más tarde, “si estáis en el bar, no tenéis que esconderos por amor a la tierra”.

Nahia Laíz interpreta a la abogada que va a impulsar el proceso de mediación penal. Tras los vídeos, y las voces en off, la abogada se dirige a los presos imaginarios de la cárcel de Nanclares de la Oca, pausando ante las imaginarias réplicas que supuestamente debió obtener. Les ofrece la oportunidad de acercarse a las víctimas a raíz de la carta recibida, es firme en explicar que la mediación no ofrecerá ni rebaja ni conmutación de penas. A partir de ahí se producen una serie de episodios separados, como cajas cerradas, en las que la mediadora se acerca al etarra y a la hija de la víctima en días y momentos distintos, para preparar el encuentro, que luego se producirá.

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Pablo Rodríguez es, de los tres, el que agarra al personaje más complejo, al etarra en cierto modo descolocado por lo que ocurrió, después de tantos años. Su construcción ofrece los matices imprescindibles para construir el proceso mental del asesino. Revive los destellos de juventud, cuando aún tenía veintipocos años: añora las montañas, los árboles, y ese fuerte amor a la tierra. “Una cosa era el folklore radical, y otra cosa era la acción”, dice. Con estas pinceladas es posible construir el entorno, la radicalización, la violencia y la rabia de la superioridad frente a los parlanchines. Pero a la vez tiene que mostrar a un hombre derrotado por los años de cárcel, por las veintidós horas del día en soledad, y dos con otro preso. “…A uno se le olvida por qué está aquí”, se lamenta. “Un día me desperté pensando que no era un héroe revolucionario, sino un asesino”. El recorrido interpretativo es absoluto, y Pablo Rodríguez produce una interpretación vigorosa, que combina los momentos de idealismo radical, sugiere la violencia y, por encima de todo, expulsa al preso agotado mentalmente, al individuo que perdió la tierra que entendió defender.

En el otro lado de la balanza está María San Miguel, que ofrece a una joven idealista que contiene el recuerdo terrible de la muerte del aita, los recuerdos del asesinato. En el encuentro con el asesino trata de buscar una explicación plausible a lo que ocurrió, un por qué a la matanza y a la destrucción de la vida de su familia. Cualquier víctima (sin importar el hecho), seguramente emprenda este viaje interior de una u otra forma. María San Miguel lo verbaliza en el texto de una forma emocionante: “tu dolor forma parte de tu identidad”. El Teatro Documento se sitúa en esa línea, en la de la búsqueda de las posiciones, en el retrato de unos hechos objetivos, que siempre se tornarán subjetivos dependiendo del punto de vista del dramaturgo.

A nivel de escenificación, la pieza, que tiene una sólida dramaturgia, y una muy buena interpretación (destacando Pablo Rodríguez y María San Miguel), tiene algún pequeño detalle fácilmente corregible, como alguna salida demasiado impetuosa, distracciones como el taconear de zapatos, o un uso excesivo del atrezzo en el movimiento escénico. Lo importante, por supuesto, no es nada de ésto, sino la creación pura, y ahí La mirada del otro claramente emocionó al público.

Creo que la gran precursora en nuestro país que se atrevió a traer historias recientes al público (en este caso el televidente), ha sido Victoria Prego con la serie documental La transición. Prego y el equipo de producción revolucionaron la televisión cuando trajeron el pasado reciente a los hogares de los espectadores, con independencia de las corrientes políticas. El Teatro Documento que está desarrollándose en estos últimos años sobre nuestra escena afianza esa madurez de la sociedad, como colectivo, que cada vez muestra mayor capacidad de revisitar su presente más cercano, y los hechos más horrorosos.

Esta pieza de Proyecto 43-2 es un alegato por el diálogo, o al menos por el encuentro. María San Miguel, en su papel de víctima que decidió no dejar Euskadi, ofrece la reflexión más punzante: “las cosas de la tierra se arreglarán hablando”.

La clá

http://www.lacla.es

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Proyecto 43-2. Teatro La Abadía

https://www.teatroabadia.com/es/archivo/539/proyecto-43-2/

Imagen de Juan Carlos Mora.