Ifi es una chica malencarada, buenorra, neo-delincuente de barrio. Tiene un lenguaje soez, y un exceso de bravuconería. Ha nacido y crecido en el barrio, rodeada de jóvenes tan estigmatizados como ella. Es la chica de clase baja que sale de pedo a emborracharse y a acostarse con quien quiere. No tiene oficio conocido, vive de lo que puede sisar a su yaya, y probablemente de algún trapicheo extra. Su vida es un transcurso de ciegos y resacas, como ciclos vitales continuos que nacen y mueren en una misma semana. Ifi vive en Vallecas, pero su homóloga original, Effie, vive en un barrio de Cardiff. Misma fisonomía, mismo presente condenado.
El británico Gary Owen es el autor de esta historia de una joven guapa, de baja condición, que se queda embarazada de un hombre casado y de clase media, que la repudia. Miles de historias ya narradas caben en este argumento. Pero Ifi es diferente, y lo es porque en realidad la metahistoria no trata sobre ella, sino sobre el sacrificio en pro del Estado. Este destilado nace del mito griego de Eurípides, de la hija de Agamenón, sacrificada por el padre a cambio de un viento propicio a Troya. La Iphigenia de Cardiff o de Vallecas se sacrifica, también, por un Estado que en sus horas peores y de mayor necesidad (las de la crisis económica) es incapaz de atenderla. Gary Owen fue premiado por este texto en el Festival de Edimburgo, y la obra giró por todo Reino Unido, recalando incluso en el National Theatre londinense.
A las tablas madrileñas llegó por obstinación de una actriz, María Hervás, que en un momento de crisis profesional optó por arriesgarse, y no por compadecerse. Y para ello acudió a la web de la editorial Oberon Books. Allí aparecía Iphigenia in Splott como uno de los textos con mejores críticas. Oberon es una editorial británica que lleva en el mercado desde 1985, y es conocida por publicar textos dramáticos de la escena actual e independiente. Además, gestiona los derechos de ejecución escénica a través de Samuel French Ltd.
María Hervás pescó la obra y realizó el laborioso trabajo de traducción y adaptación. El texto no sólo requería tintes de jerga cañí, sino también la incorporación de lugares y paisajes que resuenen en la imaginación del público de aquí. Se incorpora así la Alameda de Osuna, Parla, los bajos de Moncloa y, por supuesto, Vallecas. El resultado es un texto dramático que, a través de la voz de la propia Hervás, resuena fuerte en un espacio amplio y enmudecido.
El soliloquio, complicadísimo por sus subidas y bajadas, se compone de diferentes episodios, en un modo de narrar muy propio de los últimos tiempos, y que consiste en entender el drama como un set list musical. La primera Ifi es la misma que la del final. Directa al público espeta un discurso lanzado contra la clase media (los propios espectadores), de la misma forma que Mark Renton (Ewan McGregor) se mofaba de nosotros en la película Trainspotting de Danny Boyle (basada en la novela de Irvine Welsh). La diferencia entre Renton e Ifi es que el primero se ha salido con la suya, mientras que a Iphigenia el Estado del bienestar le ha jugado una malísima pasada.
El arranque de la pieza es de introducción al personaje. Mano en nariz, hasta arriba de coca, jagermeister y ácido, Iphigenia tira su tiempo ganduleando mientras ve la Pantoja de Supervivientes o maleando en la calle. Ifi supura vitalidad y guapura, y energía que no se transforma, sino que se destruye en sí misma. Cambio de canción. La protagonista pasa ahora a una discoteca, escenario habitual de sus juergas, y también metáfora del nihilismo en el siglo XXI. Otra autora británica, Kate Tempest, usó la pista de baile de una discoteca para montar todo un drama sobre la juventud perdida. La obra se llamó Wasted (pedo) y en Madrid se pudo ver en el Teatro de Barrio.
En el suelo pegajoso de la discoteca de los bajos de Moncloa, Ifi encontrará a un ex militar lisiado, del que se enamorará hasta las cejas. Pero Gary Owen no va a dejar que su protagonista se salga con la suya, y en una sucesión de circunstancias fatales, colocará a Ifi como gran protagonista shakespeariana, rodeada de muerte y de penuria, condicionada por un destino al que no podrá escapar.
María Hervás en este tiempo ha hecho proezas. De la quinqui gesticulante ha ido tornando a una mujer que ha encontrado un propósito, encarnado en hombre, e invadida por la sensación de “nunca más sola”. La actriz irá girando hacia el abandono, la soledad absoluta y luego hacia la pérdida. La mayor maestría de Hervás no es, opino, la transición que ofrece por una serie infinita de estadios emocionales, sino la capacidad de embriagar con la narración de una historia que el espectador no quiere dejar de escuchar. Y como buena narradora de cuentos, María Hervás representa en esta fábula al lobo, a la abuela, al cazador y a caperucita roja, cambiando las entonaciones y los gestos.
La historia es cruenta, y muestra los estragos que en los servicios sociales y públicos han tenido las políticas de recorte. Al texto de Gary Owen le falta algo más de potencia en el cierre del monólogo, que no acaba de imantar con el inicio, y que sin embargo se sitúa al lado de una escena clave y sobrecogedora. A la producción dirigida por Antonio C. Guijosa le falla, mínimamente, la música que acompaña, aunque intuyo que se trata de una sobriedad buscada. Por lo demás, me sumo a la legión que ha reconocido que María Hervás está portentosa, elevando al público por un periplo de extrarradio que sólo puede acabar en sacrificio y tragedia.
La clá
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Imágenes cortesía del Pavón Teatro Kamikaze. Fotógrafos: Marc de Cock-Buning y Merisú de Cock-Buning. Koke Mayayo Pandemic Films.
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