
Lucía Miranda ha arrasado con su nuevo montaje en el Teatro María Guerrero de Madrid. Fue un boca a boca inmediato de una propuesta atrevida. Miranda ha vuelto a su primer montaje, una pieza poco conocida de Valle – Inclán que el dramaturgo escribió como farsa infantil en el marco del proyecto de Jacinto Benavente de teatro para niños que puso en marcha a principios del siglo XX.
La palabra “proyecto” le va como anillo al dedo a Miranda. Su forma de trabajo es absolutamente colectiva y de trabajo en continuo. Con su pieza Fiesta, Fiesta, Fiesta (2017), la dramaturga y directora puso sobre las tablas el resultado de un conjunto de entrevistas a adolescentes de instituto. A través de la técnica de teatro documento, Lucía Miranda hilvanó una historia con las inquietudes de gente joven en una edad que queda siempre en los márgenes de la sociedad actual. Los adolescentes son criaturas de poco interés. Estigmatizados por estar en una edad difícil, no tienen la pureza de los niños, y sus pensamientos son erráticos y hormonales. Mientras que la infancia suele ser ese paraíso perdido, la adolescencia está envuelta en las primeras frustraciones y es pasto para el desengaño. Volviendo la vista atrás es difícil que ninguno de nosotros nos veamos a esas edad como personas de admiración y, sin embargo, somos el resultado de muchas de las decisiones de aquellos años de adolescencia.
Lucía Miranda es una autora que sabe interesarse por esos jóvenes. Por muy contradictorios o apresurados que sean los pensamientos a esa edad, a Miranda le gusta trabajar con ellos. Lo interesante es que su propuesta dramática absorbe los aprendizajes. No monta espectáculos con gente joven. Es más bien que sus espectáculos respiran juventud y energía y su función es la del alquimista que absorbe los elementos que manipula.
En La cabeza de dragón (Valle Inclán, 1909), Miranda ha transmutado el relato infantil en una producción que se viralizó pronto agotando entradas. Lo valiente de la propuesta es que usa el lenguaje de la Generación Z para construir el cuento para adultos que Valle – Inclán ideó. Como todo cuento infantil, la narración de una princesa que debe ser rescatada por un príncipe de las garras de un dragón, encierra significados adultos. Lucía Miranda ha tenido la inteligencia de montar el texto con referencias al momento social y político actual.

El resultado es una gamberrada que perspira ilusión, juventud e inteligencia dramática por los cuatro costados. De entrada, con un vestuario imaginativo a cargo de Ana Tusell. En las primeras escenas hay varios burros con prendas colgando en hilera, preludio de un despliegue de imaginación en la ropa, elemento que es esencial para la identidad personal.
Por momentos, los excéntricos trajes y pelucones juegan a convertirse en opereta. La escenografía es de Alessio Meloni y acompaña la propuesta colorida. A ratos, la opereta se convierte en tabláo o en cabaret, en un juego dinámico que no deja a salvo los laterales del teatro. Entre las muchas genialidades de esta producción está el aprovechar las cavas escénicas improvisadas que son los palcos del Teatro María Guerrero. Los balcones se abren como pequeños escenarios para mostrar algunos retablos, jugando siempre con el elemento sorpresa.
El propio Valle – Inclán, replicado como cabeza dorada de dragón chino, se sienta con el público en el patio de butacas. El teatro entero se aprovecha como campo para el montaje de esta producción divertida y moderna. El elenco lo forman actores menores de treinta años. Son Francesc Aparicio, Ares B. Fernández, Carmen Escudero, María Galvez, Carlos González, Marina Moltó, Juan Paños, Chelís Quinzá, Marta Ruiz, Víctor Sáinz Ramírez y Clara Sans.

A todos se les nota la formación integral en artes escénicas. Cantan, bailan, saltan y se transforman. Ponen sobre las tablas toda la energía de la que disponen, se descargan, y la batuta de Miranda sabe aprovechar este derroche de ilusión. Hay, a ratos, exceso de bufonada y de mirada queer, pero el vaso tiene que desbordar, porque de eso se trata. De atrapar y enganchar, de meter alegría en el cuerpo. Me encanta el aspecto de Principito de Ares Fernández, la inocencia de Marina Moltó, el gamberrismo de Víctor Sáinz Ramírez, las muecas de marco de Chelís Quinzá, el exceso delicioso de Carlos González, la absoluta versatilidad de Clara Sans, el duende de Carmen Escudero, el toque punk de María Gálvez, el trombón de Francesc Aparicio y Marta Ruiz y, por supuesto, el bufón. Juan Paños ofrece uno de esos bufones que encandilan. La función se desarrolla como una montaña rusa, pero incluso cuando el vagón descansa, la obra sigue en alto. Juan Paños compone las canciones del bufón, y aprovecha la crítica siempre implícita en este personaje para sacarse unas letras llenas de humorismo y sátira.

En esta La cabeza del dragón Lucía Miranda ha dejado claro que es una directora escénica capaz de retos impensables. Se mueve entre la ópera, la zarzuela, el cuento infantil y lo salvaje con absoluta soltura. Y tiene la virtud de exorcizar a las nuevas generaciones al patio de butacas. Mucho se habla de atraer a nuevos públicos, pero se monta poco teatro de alta calidad para jóvenes y adolescentes. Miranda ha compuesto esta colorida versión del cuento valleinclanesco en homenaje a ellos. Bombín, barba, bastón y gafas para ella. Bravo.
La clá
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La cabeza de dragón.
https://dramatico.mcu.es/evento/la-cabeza-del-dragon/
Duración aproximada: 1 hora 35 minutos.
Imágenes cortesía del equipo de prensa del CDN.
Fotógrafa: Bárbara Sánchez Palomero.