En un reciente foro sobre teatro y derecho organizado por DENAE, el abogado Antonio Garrigues decía que nuestra escena necesitaba más dramaturgia comprometida que exponga la corrupción política y el drama de los refugiados. Miguel del Arco asintió en dicho foro, como quien esconde una mano secreta. En esos días seguramente estuviese ya ideando la puesta en vivo de su última obra escrita para escena, “Refugio”, que ha estrenado en el Teatro María Guerrero y no en su casa, el Pavón Teatro Kamikaze.
En esta nueva pieza del que ya reconoce sin pudor que es autor teatral, del Arco lleva al límite su máxima de que las tablas debe ser un espacio en el que tengan lugar experiencias peligrosas. Arranca la pieza con una entrevista a un miembro del gobierno plagada de lugares comunes. El que antes era el azote de la corrupción política (Israel Elejalde en el papel del político Suso) ahora es azotado por la prensa. En este cara a cara surgen cuestionamientos hacia el espectador. El principal, ¿hasta dónde alcanza la responsabilidad política de un miembro del gobierno?, ¿debe ser anterior a la imputación o sentencia?, ¿es responsable el que consiente o también el que ignora?… Con algo menos de beligerancia también se mira hacia el papel de entrevistadora mediática y el rol de la prensa de calle.
Con una entrada de puro contexto, se da la vuelta a los prismáticos, y en vez de poner el foco en la vida grande, la pública y política, colocamos las lentes para miniaturizar la vida de este político, Suso. Miguel del Arco quiere que veamos su entorno familiar, en el que ha construido una serie de arquetipos sociales fácilmente descubribles en nuestro entorno.
Para ellos ha construido una caja de cristal escénica, casi una pecera, que enmarca a una familia, la del político Suso, descompuesta y en estado de putrefacción. El recurso es tan visual que sólo puede estar importado de las artes plásticas. El pintor Francis Bacon construyó este dintel en las camas de los sujetos a los que retrataba. Parecía que quisiera enmarcarlos sobre un nuevo espacio más allá del propio marco del cuadro. Otro británico, el afamado Damien Hirst, fabricó unas urnas llenas de formol en las que animales disecados quedaban expuestos a la mirada del público.

Metamorfosis (2006). La fura del baus.
El recurso a la caja dentro de la caja escénica tiene un impacto visual muy poderoso. La primera vez que lo vi fue en uno de los espectáculos más logrados de La Fura dels Baus, Metamorfosis, precisamente montado en el mismo teatro. La caja era la habitación – cárcel en la que va brotando la depresión y neurosis que asfixian a Gregor Samsa. Entre las más recientes producciones con uso de una caja o urna, está L´Inframon en el Teatre Lliure y Blackbird, en el Pavón Teatro Kamikaze.

L´Inframón. Teatre Lliure (201)
La primera escena en la pecera (que es la casa de Suso), es de un tono brutal. La hija post-adolescente se mofa de cada miembro de la familia, lo que sirve de introducción a los protagonistas de la función. El acierto de esta gran caja escénica es que se parte como un huevo, se fisura, y por ella escapan los apartes de los intérpretes de este drama, que incluso se encumbran en su techo para crear dos apartes, uno real y el imaginario o mental.
La familia de Suso la componen su mujer, Amaya (Beatriz Argüello), una ex cantante de ópera que ha perdido la voz y su alma, ahogándose ahora en botellas de vino. Dos hijos malcriados en plena pubertad que sólo saben relacionarse de forma hiriente (solidísimos, y en su justo punto, los actores Macarena Sanz y Hugo de la Vega). La suegra Alicia (Carmen Arévalo), que promete más papel al principio de la obra y que luego queda desdibujada. Y finalmente, el refugiado Farid (Raúl Prieto) y el espectro de su mujer Sima (María Morales), que son quienes se llevan el mayor trazo de Miguel del Arco y, en el plano interpretativo, la función.
Si a nivel dramatúrgico creo que la obra parte de un buen planteamiento, con valentía en sus postulados, y buena apuesta en cuanto a la creación de arquetipos bien definidos, pienso también que se disuelve en algunas de sus derivas. El político es demasiado intelectual, cuando debería ser más cárnico, y algunos pasajes, aunque interesantes en el fondo, quedan demasiados preciosistas a nivel de palabra.
Por el contrario, si hay algo en lo que Miguel del Arco destaque, es en la puesta en escena, tanto a nivel de elección y dirección de actores, como de montaje escenográfico. El ritmo, la calidad de las interpretaciones, el movimiento escénico y los recursos a vídeo, música y escenografía, logran pegar lo que queda separado por el desapego que en ocasiones generan los diálogos.
Otra de las virtudes de del Arco es la absorción de las nuevas tendencias teatrales europeas. En su teatro veo siempre la modernidad y el ritmo de las producciones de Cheek by Jowl. En esta ocasión, con el drama de pateras (¿sirio?) de fondo, creo que su narración se ha tornado árabe y poética, al estilo de Wajdi Mouawad. El desgarro interpretativo de Raúl Prieto y María Morales, junto con las escenas bien resueltas del naufragio, la vestimenta negra fango del personaje de Sima (buena elección de vestuario la realizada por Sandra Espinosa), apuntalan esta historia de viajes a ninguna parte, que es la huida en patera por el Mediterráneo.
Da así la impresión de que en cierto momento de la escritura, Miguel del Arco abandona la disección de la familia desestructurada (muy en clave danesa, al estilo de la serie televisiva Borgen), y opta por centrar la lupa en el personaje del refugiado Farid. El final, sin embargo, vuelve a ser para Israel Elejalde, con discurso político en tono melifluo, e impactante cierre visual.
La clá
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Refugio. Teatro María Guerrero.
Imágenes de Refugio de Marcogpunto, por cortesía del CDN. Imágenes de L´Inframon y Metamorfosis cortesía del Teatre Lliure y La Fura dels Baus, respectivamente.