
Casualidad o no, las Naves del Matadero del Teatro Español han programado Pedro Páramo, una de las historias de fantasmas más universales, coincidiendo en tiempo con el fin de semana de Todos los Santos.
Con honestidad, si no fuera por los artífices de este montaje, el texto suscita, así de entrada, demasiada veneración. Y no hay nada como equivocarse. La técnica narrativa de Pedro Páramo es fácilmente exportable al lenguaje teatral. El tema está en quién se atreve con este clásico de la literatura universal del siglo XX. Lo hace el maestro de escena, Mario Gas, en un montaje alucinógeno, en el que cuenta con la Gran Dama, Vicky Peña, y con uno de sus últimos actores fetiche, Pablo Derqui, cuya fuerza interpretativa es atronadora.
El novelista mexicano Juan Rulfo (1917 – 1986) escribió Pedro Páramo en 1955. Obtuvo una beca Rockefeller tras la publicación de El llano en llamas, lo que le permitió dedicarse a la escritura de una de las novelas más revolucionarias de la segunda mitad del siglo XX.
Las primeras palabras entonadas por Pablo Derqui en la voz de Juan Preciado presagian la grandeza del montaje. Vino a Comala porque aquí le dijeron que vivía su padre, y él se había comprometido con su madre, “pues ella estaba por morirse, y yo en un plan de prometerlo todo”. Derqui apenas gesticula, se dirige al público con los hombros bajos, como los de un hombre corriente, y con los brazos pegados al cuerpo. Interpreta con esta inteligencia al personaje del que casi nada se sabrá en la novela, salvo por los recuerdos de su familia. Primera voz también en el arranque de la función para Vicky Peña, la de la madre, y seguidamente la del aldeano que casi como Caronte guía a Páramo hacia la aldea de Comala.

El viaje en busca del padre interpela, teatralmente, con la tradición del mito griego. La llegada al pueblo de Comala trae los primeros ecos del pasado, a los que Vicky Peña irá poniendo voces, mientras el ser gris interpretado por Derqui irá sumiéndose en la angustia vital de estar recorriendo, no se sabe bien, si el purgatorio o el infierno Dantiano, con personajes que le saldrán al encuentro.
Aquí el texto de Juan Rulfo (adaptado para esta versión por el solvente dramaturgo, Pau Miró) muestra su ductilidad hacia el lenguaje teatral. La novela de Rulfo no está dividida en capítulos, sino en fragmentos literarios de distinta hondura, que no son sino escenas en la versión de este montaje teatral. Lo mismo ocurre con las interpolaciones de los personajes de la novela (sus pensamientos y recuerdos), que, llevadas a escena, muestran su buen acomodo, como los apartes de los protagonistas shakesperianos.
La acción, que tiene en este montaje de Gas un tono certero de narración oral, se va adentrando, como el original, en la historia del pueblo de Comala y en la de Pedro Páramo. Derqui va vivificando nuevos personajes: al propio Páramo, con el que alcanza su mayor dramatismo, al administrador de fincas, o al cura del pueblo. Un Derqui en estado de tormento absoluto enseña las diatribas del Padre Rentería, enfrentado a la tesitura de otorgar el perdón expiatorio a Miguel Páramo, el que fuera la personificación del mal en Comala.

El terror espeluznante del fantasma del caballo de Miguel Páramo, o el ambiente asfixiante de las voces que habitan Comala, se logran a través de recursos técnicos: el de la iluminación lúgubre de Paco Ariza, el del espacio sonoro de Orestes Gas y el de la creación de audiovisual de video-escena de Álvaro Luna. Ya en Largo viaje del día hacia la noche, Gas había recurrido al audiovisual proyectado como mareas sobre el fondo del escenario. Aquí el recurso se desarrolla con destreza, acompañando una narración múltiple que requiere una sincronización continua.
Hacia el final llegan más escenas clave, la de Dorotea y Juan Preciado compartiendo tumba, y escuchando (cotillas) los suspiros que exhalan de otras tumbas. Y la del final de Pedro Páramo, con Derqui en una transición súbita hacia el envejecimiento.
A lo largo del montaje todos los personajes de la novela transitan a través de la voz, los ademanes y la interpretación de Pablo Derqui y Vicky Peña, en un trabajo tan talentoso que el espectador sale del teatro con la sensación de haber sido obsequiado con algo importante.
La Gran Dama (robo el calificativo al crítico Marcos Ordóñez), demuestra, por enésima vez, que es una actriz descomunal. Vicky Peña es una artista absoluta, capaz de divertir, bailar o hacer llorar, que honra la profesión de cómico en cada uno de sus trabajos. En el monólogo de Homebody/Kabul ya mostró que es porteadora de la tradición oral. Lo que sus artes le llevan a alcanzar en Pedro Páramo deja al público atónito. Peña es la madre moribunda, la niña violada, la esposa (hermosa y perturbada) de Páramo, la sirvienta que atiende, la muerta en la tumba… Con un cambio de registro en la voz o una mueca en la cara, esta actriz, curtida en la musicalidad, entona todos los ecos que se suceden en Pedro Páramo.

Para quien haya leído Pedro Páramo y haya sufrido los sucesivos intentos de retomar el camino durante la lectura, encontrará en el montaje de Mario Gas una versión teatral que levanta el clásico como un testimonio de narración oral clarividente, y que encapsula las voces tenebrosas de un pasado familiar y nacional, en dos de los más grandes, Pablo Derqui y Vicky Peña.
La clá
*
Teatro Español
Duración aproximada: 1 hora y 50 minutos
Imágenes del fotógrafo David Ruano, cortesía del Teatro Español.
Pingback: Viejo Amigo Cicerón. Teatro La Latina. | La clá